sábado, 12 de septiembre de 2009

Las ratas van en sidecar

He estado un poco perdido. Es cierto, me he estado sacando el carné de sidecar. Dicen que se va a endurecer. No sonrían, a ciertas edades significa que se pondrá más difícil. Lo bueno que tiene este carné es que no te quitan puntos. Al fin y al cabo tú eres un mandado, la máxima expresión de la solidaridad, ¿que corre?, corres, ¿que gira?, giras. Y más o menos es lo que somos en España, que vamos todos un poco en sidecar, porque el que guía está pelín secuestrado.Unos dicen que raptado por los sindicatos, otros que retenido por su pura inepcia, los más, por su sorpresa y admiración ante lo que está pasando. Y si durante la anterior legislatura explicaron que tenían un problema de comunicación, parece ya llegado el momento de aprender algo de didáctica y explicarnos qué demonios sucede y qué va a pasar en los próximos meses. De sobra sabemos que la mayor parte de nuestros conciudadanos cree que el PIB es la onomatopeya simple del Correcaminos, y que se fían más de los mensajes demagógicos del PP cuando sacan a pasear de nuevo la cantinela liberal de que bajar los impuestos es decente, como si fueran los dobladillos de las faldas tableadas de un colegio de monjas. Pero bien es verdad que Zapatero se escurrió en su propio babeo, cuando se jactaba de que bajar los impuestos es de izquierdas.

Todo el mundo está de acuerdo en que los 400 euros fue una mamarrachada, aunque lo diga también el PP y supusiera de facto una bajada de impuestos. Pero tiene más razón Llamazares cuando afirma que si se sube la tributación para obtener 15000 millones, no es más que la mitad de los 30000 que se dejaron de ingresar por la bajada de impuestos de los años anteriores. Ahora consideran subir el IVA, el impuesto más regresivo del mundo, ya que no distingue entre pobres y ricos, por lo que afecta definitiva y negativamente a los más desfavorecidos, pero es de utilización simple e inmediata.

Pero si el Gobierno se explica mal, quizá porque, con Machado, aún no lo ha entendido, miren a sus allegados de ustedes y verán cómo ellos sí lo tienen claro. Te hablan del new deal y del keynesianismo con la seguridad del académico, o cierran cualquier debate con un esto es peor que una dictadura. Normalmente no se refieren a que Garzón declare durante cuatro horas ante el Supremo por la querella de un fascista que defiende a todos los fascistas; suelen, por el contrario, referirse a las multas recibidas con esa crítica finalista del afán recaudatorio, o con un no vamos a poder tomarnos una copa, si oyen que subirá el impuesto sobre el alcohol. De nada vale que se les diga que somos el estanco de Europa, que cocerse en España es varias veces más barato que fuera de nuestras fronteras, porque al final, sale eso de cómo en España no se vive en ninguna parte. A pesar de Zapatero, añaden. Porque cuántos de su círculo de ustedes, despotrican sobre el Plan E. Es que el Gobierno se gasta el dinero en tonterías. Pero si son los alcaldes los que ejecutan esas obras. Quia, la culpa es de Zapatero. Y si mencionas la impresionante jugada de Camps y la Fórmula 1 o la del mismo Camps con el aval al Valencia, en seguida suponen que quizá y a lo mejor eso sea una inversión que traiga más dinero en un futuro. La ideología de la consideración preventiva.

Déjenme que les traslade la historia que escuché entre tila y tila mientras me examinaba del carné de sidecar, dónde el teórico es mucho más difícil que el práctico.

Un matrimonio de profesionales con cuatro hijos ya mayores, se queda en paro de forma simultánea. Inicialmente mantienen su vida acomodada como antes. Siguen comprando las mismas cosas para comer, siguen conectando el aire acondicionado y se toman el aperitivo, con gambas a la plancha, el domingo. Pensar en el descalabro les resulta incómodo y no lo hacen. Ya se arreglará. Mientras el dinero entraba, nunca se preocuparon de los gastos, se hacía un control rutinario, se miraban los de mayor cuantía, pero nada más. Ante la falta de ingresos, empiezan a reducir el consumo. Se apagan las luces de forma paranoica, se mira más la cesta de la compra y se reduce el uso del móvil, pero al poco tiempo se ve que no sucede nada apreciable. Empieza la fase de asombro ante lo que cuestan las cosas, poner unas medias suelas a los zapatos, una copa en una terraza, cambiar la pila del reloj, sobre todo porque se convierte a pesetas y todo parece un disloque. Después de un tiempo sin encontrar nada, hablan con sus hijos para que ayuden al sostenimiento de la casa, ya que todos trabajan. Piensan en vender el coche grande, pero les dan dos perras, y siguen aguantando y tirando de los ahorros. Tras unos meses, se dan cuenta de que de los cuatro hijos, uno de ellos, no ingresa nada de dinero, a pesar de vivir en el mismo hogar y disfrutar de los mismos bienes. Justo como les pasa al resto de ciudadanos, con ese 25% de economía sumergida, que hace que de cada cuatro euros que circulan, UNO, sea dinero negro. Hay un hijo que se ducha con agua caliente, come de la misma olla y se sienta en el sofá común, sin compartir los gastos. Cuando se le recrimina, amenaza con irse. Igual que esos inversores que creaban empleo y levantaban el país y ahora amenazan con llevarse el dinero si se les aprieta. Esos mismos que pidieron caudales a fondo perdido para mantener la plantilla, instalaciones pagadas con dinero público para radicarse, esos que han mandado ingentes remesas a los cuarteles centrales de sus matrices fuera de España, ahora dicen que no quieren saber nada. Los padres no se atreven a contar a los hermanos cómo se comporta el tan poco solidario hijo. Bastantes líos tienen. Los bancos no les conceden dinero a pesar de haber manejado sus cuentas corrientes sin problemas durante décadas, no quieren incrementar la hipoteca ni alargar el plazo para que puedan aliviar los pagos durante el chaparrón. Los padres trazan un plan, improvisado sí, pero necesario, dejan de traer alimentos caros, han suprimido la televisión parabólica, han renunciado a las plazas de garaje a ver si así pueden aguantar un poco más. Al instante de conectar el televisor, de abrir la nevera o tener que dar dos vueltas a la manzana para aparcar, los hijos saltan como hidras contra sus padres, por supuesto el hijo no contribuyente es el primero en la queja y vuelve a amenazar y a buscar apoyo entre sus hermanos preguntando ¿en qué os estáis gastando nuestro dinero?

El resto fueron sollozos y gritos y mucha desesperanza. No quise escuchar más, me subí al sidecar y me dejé llevar. Como todos.

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