
Fíjense en la foto, mírenla y asómbrense de que solo hayan pasado 13 años. No tanto porque sea en blanco y negro o salga Josemari vestidito de Cortefiel o Rajoy esté en tercera fila, es por la sensación tenida de lejanía, por ese enorme tiempo psicológico que nos distancia de aquel estreno. Si no, traten de evocar el verbo mandón de Paco Cascos, el general secretario, o traten de no confundir a Margarita Mariscal con esa tía soltera que aparece en todas las celebraciones familiares sin adscripción posible. Y para darse cuenta cómo quema la política repasen las caras y acepten que de 15, solamente Rajoy, Arenas, Aguirre y Mayor –éste de milagro- están en política. De todos ellos, sólo Aguirre ha ganado unas elecciones. No me parece que sea para sacar tanto pecho por mucha dermoestética que sus voceros propaguen.
Los periódicos amigos dicen que Aznar tuvo el coraje de acercarse a Europa. Sólo como recordatorio, deben saber que España entró en la Comunidad Económica Europea en 1986 ¡diez años antes! y se peleó por ello con bastante antelación. Y le atribuyen, además, abrazar al euro, la moneda que todos adoraron y del que sólo el Reino Unido se desmarcó. Qué meritos más impropios.
Aznar, en su alocución, se dedicó a decir lo bueno que era y lo bien que lo hizo: pura memoria histórica y complejo de vindicación que el pelo más largo es incapaz de cubrir. Sus voceros repasan las cifras del paro, de la deuda, del déficit. Y ungen con nimbo a quien nos sacó de la crisis. Nada dicen del cambio de tendencia que el antiguo Solbes ya pudo firmar y que, misterios de los ciclos económicos, Rato mantuvo durante ocho años y, de nuevo Solbes, logró milagrear la economía española durante toda la legislatura pasada que alcanzó las mejores cifras de la historia.
Cascos reclamó sangre por el caso Gürtel, ya saben ustedes, esa faena que le están haciendo al PP por publicar datos sobre la corrupción de algunos alcaldes y diputados autonómicos, el Jaguar, los trajes, los regalos a sus esposas. Paco Cascos quiere el desmembramiento de Garzón y se ofrece a empalarle el mismo. Por el estilo fue el discurso de Aguirre que defendió al ofensor Lamela por las sedaciones de Leganés del doctor Montes; recordarán ustedes, el anestesista que relevaron acusándole de 400 homicidios. Un par de días antes, nuestra Esperanza, había dicho: No se debe criminalizar a nadie cuando su intención era acortar el sufrimiento de las familias, claro que no se refería a Montes, ni siquiera a un médico defensor de la eutanasia. Hablaba de Trillo cuando al grito cañí de “vamos que nos vamos” entregó, a las familias del Yak 42, un jeroglífico de cuerpos que despreció identificar. Y llegó el turno de Rajoy, el que debiera ser la figura estelar, el que tendría que presumir de miembro después de Galicia y la componenda en el País Vasco, va y dice cuatro palabras, lanza dos medias sonrisas prognáticas, fuese y no hubo nada. Y el liderazgo dentro por el calor. Y por fin tenía que hablar el homenajaleado, término de nuevo cuño que es lo que se hace cuando se baten palmas sin saber muy bien por qué. Después de que Aznar retorciera los pezones de Rajoy en el congreso del partido, hizo acto de contrición como buena boa cristiana y realizó su particular viaje al centro. Pero tenía prisa y fue al centro de Valencia a cenar con Mayor Oreja, tan duro como aburrido. Si Rajoy hubiera estado habría pedido sapo. Este acto de reafirmación es la continuación del desaire. Un gargajo en la cara de Mariano Rajoy que solo quiere heredar ahora que ya no hay impuesto. Jaime Mayor, cabeza de lista para las europeas y ala bolchevique del PP, habló de nacionalismo vasco, el gran asunto de Europa, qué digo, el problema del mundo, la cosmovisiónbatúa que nos alumbre la crisis.
Y así acabó todo. Dejaron una foto para los relicarios de merchandising y un mensaje: vamos a ganar Mariano, a pesar de ti, vamos a ganar y tú vas a dejar de salir en las fotos.