jueves, 4 de diciembre de 2008

La cola más larga

Cuando uno se acerca a un cajero automático, encuentra unas pocas opciones que básicamente consisten en que te diga cuanto tienes y que él sepa cuanto quieres. No siempre hay acuerdo y ahí aparece el crédito. O desaparece. Pero por alguna extraña razón, el que tienes delante de ti en la cola, es capaz de encontrar muchas más posibilidades que a ti te son negadas.


Siempre soy incapaz de encontrar lo que mi antecesor encontró y disfrutó durante tanto tiempo y que, en mi eterna espera, desesperé ansiando. Imaginaba la opción de orgasmos múltiples, de paseos virtuales por acuarios tropicales o, quien sabe, recetas de bullabesa au Pernod. ¿Qué hacía ese ser humano presionando teclas, recogiendo boletos, introduciendo y reintroduciendo el plástico de tal manera que el resultado no fuera la absoluta felicidad? Yo que solo era capaz de meterla una vez, presionar las mismas clavijas y obtener siempre lo mismo como en el santo matrimonio, veía esas amplias espaldas demorándose en su placer, suponiendo la contención del regocijo. Así, en cuanto ese cuerpo que me precedía iniciaba el movimiento de retirada, saltaba felinamente sobre la pantalla tratando de atrapar las últimas vaharadas del jardín de huríes que, con seguridad, instantes antes copaban cada pulgada. Y nunca nada. ¿Sería necesaria la Visa Oro? ¿La AmEx Centurión? ¿Quizá un PIN más largo si el tamaño fuera lo importante? Ardo en deseos de volver al cajero. Quizá la próxima vez me llame cariño.



Sin que sirva de precedente me referiré a mi sosias por una vez. Hoy él quizá hubiera hablado de ETA y de la partida de cartas que no fue capaz de interrumpir, para que sepamos como el pueblo vasco les canta a los asesinos las cuarenta. Quizá les hubiera escrito de la vergüenza de los presupuestos de las Comunidades que ignoran, todas y cada una, lo que se nos avecina y se comportan como pollos en el nido o de cualquier otra barrabasada que el poder legítimo nos brinda cada día. Pero yo no soy el plasta pesimista y protestón de Indefensos, ni quiero enrollarme tanto, ni escribir tan raro. Lo mío es lo cotidiano, lo elemental y costumbrista. Quizá tenga que referirme en alguna otra ocasión a él, seguramente hasta me amenace y me obligue algún tema, quizá me obligue a beber alcohol que es lo que me diluye el buen rollito, pero intentaré que no pase, procuraré darle esquinazo. Otra cosa es que solo me lea él y me quiera responder desde su atalaya. Ese será el momento de que los dos nos caguemos en sus muertos. Sí, me refiero a los de usted, amable lector.