sábado, 30 de enero de 2010

Pégate a mí, anda

Dicen que casi todo se pega, incluso quizá la hermosura. El doctor Christakis, un profesor de Harvard, sostiene que si, en un grupo, alguien engorda rápidamente, existen más posibilidades de que otro miembro haga lo mismo. Entiéndanlo bien. Si alguien de ese grupo deja de fumar existen más posibilidades para que el tío de la fila de atrás deje también de hacerlo. E incluso que un amigo de este último lo deje también en un corto espacio de tiempo.

¿Parece una bobada, verdad? Este profesor lleva años estudiando el poder de las redes sociales y su influencia en nuestra conducta. Es un hombre serio, de pelo gris y uno de los 100 tipos más influyentes del mundo para la revista Time. Así que la bobada no lo es tanto, lo que pasa es que vamos de libres, ya que no podemos ser libertinos y el contagio social nos está pudiendo.


Usted, querido lector, puede pensar que si uno tiene un amigo que no deja pasar una pastelería sin zamparse una bamba de crema, es más que posible que cuando va con él, opte por pedírsela de nata a su vez. Pero hay algo más allá, qué sentido tendría contarles esto si no, el hecho es que ese individuo aumenta sus probabilidades de convertirse en obeso por el mero hecho de conocer a alguien que conoce a un obeso. Se acordarán de aquella canción de objetivo Birmania, ahora profética, “Los amigos de mis amigas son mis amigos”



Pues algo así pero sin las birmettes.

Todo esto lo podrán leer cuando se publique el próximo mes Connected, escrito por Christakis y Fowler, un libro sobre el comportamiento gregario, el impulso de la manada. La gente influye en la gente en cosas que nos parecen disparatadas y estos autores creen que el asunto está controlado por nuestra herencia genética.

Más ejemplos. Un estudioso de las redes sociales ha establecido el impacto de ellas en el éxito de los musicales de Broadway. Hay gente pa’ to, decía Guerrita. El estudio viene a decir que si los puestos importantes –el director, el del sonido, el de vestuario, etc.- los ocupan siempre los mismos, el show será un fracaso. Si formas el grupo con gente que nunca ha trabajado junta, otro fracaso. Lo único que prevé el éxito es que unos se conozcan y otros no. Más o menos como los Ortiz con los Borbones.

Esas redes buscan el establecimiento de relaciones benéficas, ya que si uno aporta violencia o gérmenes a la relación, se rompe el vínculo, mientras que si trae consigo buen rollito, permitirá el sostenimiento de esa red social y su difusión.

Sus trabajos toman sus raíces en el saber de la Antigüedad, pero especialmente en los estudios del sociólogo alemán Georg Simmel, el apostol del secreto y el precursor de la interculturalidad, ahí es nada, que arrumbó la pareja para estudiar los tríos, pero antes de que empiecen a soñar, Simmel se hizo famoso por estudiar las relaciones de monjes en los monasterios y de los karatekas en los clubes deportivos. Si siguen soñando háganselo mirar. Déjenme que les traiga una frase de este señor: Todos somos fragmentos no sólo del hombre en general, sino de nosotros mismos. Brillante.

Pero claro, Simmel vivió en el siglo XIX y murió al acabar la Gran Guerra, con el despegue de los sistemas de información y los tratamientos estadísticos los modelos iniciales dieron un gran salto.

Christakis publicó un estudio que analizaba un millón de matrimonios en relación con el llamado efecto viuda, la muerte prematura del cónyuge superviviente, mostrando la enorme complejidad que pueden lograr esas redes inicialmente básicas. Les imagino familiarizados con la teoría de los seis grados de separación, aquella que dice que todos estamos en contacto con un máximo de seis individuos, la web humana de Milgram. En otras palabras, usted conoce a alguien que conoce a alguien que a su vez conoce a alguien que en un par de pasos más conoce a Obama por ejemplo, por poner a alguien con destino en lo universal.

Bueno pues Christakis nos muestra algo sorpendente: los tres grados de influencia en las redes sociales. Para ello tomó el bien conocido y reputado estudio sanitario de Framingham, que lleva analizando el corazón de 5000 personas desde 1948. Y buscó en su interior los datos de relación entre sus pacientes a lo largo de tres generaciones, sus cónyuges, hijos, amigos, los detalles del trabajo y reconstruir todo el historial de las redes sociales. Y en 2004 se empezó a informatizar todos esos datos. Por ejemplo, pensamos que la felicidad es un fenómeno individual. ¿Por qué entonces mostramos nuestras emociones? Quizá haya una ventaja en ocultar el miedo o la tristeza, desde el punto de vista evolutivo. Pero la mostramos en nuestras caras, así como la sorpresa y el gozo. Y usted no sólo la ve, también la copia. Existe el contagio emocional. La felicidad pasa de ser un asunto individual a tener una existencia colectiva, y los datos muestran que la felicidad se conecta con la de los demás con tres grados de relación. Que seamos o no felices depende de los amigos de los amigos de nuestros amigos.

Empezamos hablando de gordos y es que en otro estudio de 2007 se indicaba que si uno se hacía obeso, sus amigos tenían un 57% más de probabilidades de convertirse en obesos y para los amigos de los amigos un 20% más aunque el eslabón intermedio no engordara. Si un amigo empieza a fumar es un 36% más probable que lo haga usted.

Seguro que usted no cree una palabra de lo que digo, usted sigue creyendo en el libre albedrío y que usted es soberano de sus actos. Quizá esto explique la desaparición de los cinturones rojos de Valencia y de Madrid. Esto le pasa al PSOE por leer más a Lakoff que a Christakis.

Es evidente que existen más razones para que las cosas sucedan, casi nada se debe a una única cuestión. Lo relevante es que las redes sociales tengan una influencia muy superior a la esperada. De hecho se cree que, al menos, el 30% de nuestros vínculos sociales están determinados genéticamente. Y parece que lo están en tres aspectos, en la sociabilidad, la circunstancia de tener muchos amigos, la transitividad o capacidad de presentar tus amigos a otras personas y la centralidad, lo que se llama estar en la pomada.

Como saben la ciencia no se queda anonadada ante los hallazgos, estos deben repetirse una y otra vez, afinarse o contradecirse, pero de mantenerse estas predicciones, las influencias sobre las políticas de salud o las conductas antisociales serían enormes, los cambios en las consideraciones de redes sociales en la escuela, en el ejército o el comportamiento político variarían el paradigma actual con un giro revolucionario. Lo de las malas compañías que decían nuestros padres puede devenir un cataclismo universal. O la dulce arcadia.

Por cierto, ya que hablamos de contagio ¿alguno de ustedes me puede presentar a Nacho Vidal?