sábado, 19 de junio de 2010

Yes, we Kant

Llevamos unos años dándole vueltas a la mejora de la educación de nuestros hijos, dadas las fotos que nos hacen las cámaras internacionales en las que un año sí y otro también, salimos movidos o con los ojos entrecerrados. Bien es verdad que ante la realidad de la evaluación, ante la evidencia de los datos, nuestros próceres oponen el imperativo retórico, ese que sabiamente eludió Kant en sus formulaciones, para desplegar la cola como quien se abre una gabardina en el parque, levantar la nariz y presumir de tener la generación más preparada de la historia. Lástima que el hombre no sólo viva de pomposidad y que no baste con hablar de porcentajes cuando nuestros jóvenes están más en los precintajes en cadena con sueldos miserables y contratos más efímeros que un decreto en el BOE.

Que los americanos que estaban haciendo las europas allá por los albores del siglo XX se aplicaron la etiqueta, Gertrude Stein mediante, de ser la generación perdida, nos ha abocado a hacer de los nuestros, en lugar de una lost generation, una low cost generation, los famosos ni-ni que ven un mundo gratuito frente a ellos, ignorando que aún nos deben su aportación y que aún falta que abracen conceptos tan lejanos como sacrificio, esfuerzo o mérito y entiendan que lo que consumen lo produce alguien, normalmente alguien que también quiere consumir, ya sea agua, un puñado de arroz o una sanidad o educación gratuita como la que ellos tienen.

Pero con esta onfalocracia que nos abotarga, dejamos a un lado las esencias universales para concentrarnos en nuestro propio olor, y explicamos el mundo, como en el cuento budista, desde nuestra óptica del rey de los monos y su fétida orina, porque el adanismo adolescente ya lo impregna todo.

Para entenderlo, analizamos las inversiones, los entornos socioeconómicos, la dispersión geográfica, la razón alumnos profesor, la variable inmigratoria y hasta el eje productivo local, y después de todo, sólo llega el desconcierto, eso sí, con dos o tres decimales. Dicho en otras palabras, ni puñetera idea tienen de qué es lo que hay que hacer.

Una de las piedras filosofales es la búsqueda del secreto de la buena educación, a sabiendas de que la película de Almodóvar no daba demasiadas pistas. Ahora, a imagen del europeo estudio Pisa, y con todo el garbo que podemos, hacemos los nuestros nacionales y autonómicos para descubrir que lo importante, es lo que ocurre en el centro, según dice Enrique Roca, encargado del estudio. Quizá se refiera al centro de la Tierra, siguiendo el sendero de Julio Verne o del mismísimo Lucifer, pero me temo que alude al colegio o al instituto, no por ello lugares menos infernales.

Y claro, después de esto hay que hablar de las alforjas, tanto por la parquedad del viaje que las hace casi innecesarias, como por el semoviente que las acepta en su lomo y que bien podría integrar el grupo redactor del estudio. Resulta que lo importante son los profesores, el aula, los alumnos. Y que una de las recetas es la autonomía, la flexibilidad para manejar el aula según toque cada año, con cada grupo, con cada especial dinámica. Y descubren que el quid de la cuestión está en lo que se enseña y cómo se enseña y nombran bestia negra del año a los libros de texto. ¿Cuánto tiempo hemos necesitado para decir esto? ¿Perogrullo ha sido nombrado Secretario de Estado?

Sabrán ustedes que hoy en día es posible que un tipo acabe el bachillerato, en cualquier rama, sin conocer nada de la literatura universal, salvo la hispanoamericana. Los más despiertos citan de memoria y dicen sí hombre, Dostoievski y Mr Hyde. ¡Qué suerte la de Stevenson dando a luz a Fiodor! ¿Se dan cuenta? Nada de la literatura alemana, la italiana, la francesa, la rusa, la inglesa de aquí y la inglesa de allá. ¡Y luego nos metemos con los nacionalistas!

Nos acusan de tener unos docentes que cascan sin parar mientras los alumnos escuchan. Recomiendan una enseñanza más participativa. ¿Pero qué mierda de novedad es esta? Más alforjas por vender. ¿A estas alturas nos tienen que contar esas bobadas? Pero no se vayan, que tengo el carro lleno.

Hay una asociación laica de padres de alumnos –podría ser laica, como de Logroño o de antiguos postulantes de la huchita- que dice que “hay que superar viejas concepciones como promover la repetición de curso”. Eso de promover no sé si es un verbo adecuado, no sé si en el claustro se chocan las manos para suspender a alumnos con el fin de volver a ver a los mismos energúmenos al año siguiente, pero si uno de esos floridos especímenes no supera los niveles previstos, es aceptable decir que tiene que volver a empezar. ¿Es eso una vieja concepción? ¡Por supuesto! Anterior a la de María. Si no se cumple, tienes que enmendarlo. Los nuevos magos dicen que nada cambia, que el repetidor va a peor, que nada gana haciendo lo mismo un año más. ¿Descubrimos ahora que hay diferencias en las capacidades de los sujetos? ¿O nos quieren hacer creer que quien no ha sabido sumar, será capaz de multiplicar y más tarde despejar una ecuación?

Hay apreciaciones interesantes, sobre todo si vienen de un catedrático de Didáctica de la Universidad de Valencia. El profesor Gimeno Sacristán dice que “es importante no simplificar, que no se puede decir que una comunidad es mejor que otra porque depende en qué se fije uno.” Como mola, llegar uno solito a esa profundidad. Para volver a Gertrude Stein, una rosa es una rosa o no, según sea una rosa o no lo sea. Pero, como la rosa, no se corta y dice el profesor, que los condicionantes de los buenos resultados son muy difíciles de medir –al menos declara sus carencias- y que tienen que ver con la motivación del alumno, las ganas de aprender y la implicación de las familias. Esto mola plus en 3D. Ni el sistema, ni los profesores, ni su interacción, ni Cristo, hijo de la anterior María, que lo fundó. Lo crucial es que Carlitos, ese grandullón con granos del fondo esté motivado. ¡Y lo dice un cátedro de Didáctica! Pues que dé motivación, coño, si lo de explicar no es lo suyo.

Qué hartito estoy de bobadas y simplezas. Nada dicen del papel del profesor amenazado, no sólo por músculos más poderosos, sino en su saber, a veces tan precario, ahora que la información circula con tanta facilidad. Nada cuentan de la baja estima social del maestro, que tiene que ver básicamente con lo salarial. No hablan de la motivación de ese licenciado que está en la escuela como último recurso, como cobijo supervivencial porque no hay otra cosa “de lo suyo”. Quizá porque lo progresista sea ser de otra forma como dice Moreno en su Panfleto antipedagógico, que preconiza que la escuela tiene que ser autoritaria y conservadora porque debe transmitir el saber que debe ser conservado y estudiar a Beethoven y no la canción del verano. Y es sabido que los chavales necesitan disciplina, porque les pauta, les remite a canales de actividad, de exigencia, les delimita el espacio y les prepara para lo que vendrá, que no es precisamente un spa en Summerhill.

Pero qué quieren, si de casta le viene al galgo; nuestro presidente Zapatero dijo hace nada, que con sus planes, todas las autonomías estarían por encima de la media. Todas. Eso si que es un imperativo matemático. De letras, claro.