sábado, 20 de noviembre de 2010

Castigo Divino

Dios me quiere castigar. Me persigue con infartos y atropellos. Hasta me hace vivir en Madrid con alcaldes como Gallardón y presidentas como Madam Espoir. Mi Dios es del Antiguo Testamento. Vengativo, cruel, terrible. Al menos es viril, en esta sociedad un poco afeminada. Mi Dios no ceja. Insiste en mandarme pensamientos impuros e ideologías trasnochadas. ¿No se podía haber contentado con un buen golpe de coche a mi moto y un par de meses de dique seco? No está mal que un provecto vejestorio dé vueltas por el aire porque un niñato de los de o-sea-lo-siento-ya-sabes-lo-que-quiero-decir se meta por una prohibida. Pues no, nada de eso. Ahí te va tu crisis coronaria con su infarto y su canesú correspondiente. Puñadito de pastillas día y noche, dieta de vegano aburrido y a desgastar suelas mirando al frente. ¿Podía haberle bastado, verdad? Pues no. Este Dios ancestral de plagas y sacrificios quiere más. En su omnipotencia me podía haber mandado a Luxemburgo con una renta per cápita maravillosa, o en versión barata me podía haber destinado a Vitoria o a Gerona, quizá Palma. Pero qué coño. Tú a Madrid. Pero hombre Madrid es una faena. Ahí está uno de derechas disfrazado de enfant terrible, de culto redomado, de esperanza blanca o quizá ya, más bien canosa. Listo y educado, sí, pero va a lo suyo y es un cabezón olímpico. Y además dicen que se pierde por los polvos… a ver sí no el porqué de tanta obra y tanta remodelación. Y encima se lleva fatal con su presidenta. No me extraña porque ella va de ultraliberal, ya saben esos del estado chiquitito, pero tipo Vaticano, muy beato, con mucho espía y mucho descontrol financiero. Y ella ejerciendo de papisa. Y todo lo contrario al alcalde, maleducada, inculta, teatrera. Él jamás osaría salir con calcetines blancos y ella los hace traje regional. Así que Dios me mandó aquí.

Tengo que reconocer que es un Dios vengador y feroz, pero también misericordioso. Me dejó escoger entre Madrid y Valencia. Y se lo agradezco. Todo tiene un límite.

Para lo insignificante que soy debería bastar con esto. ¡Qué va!

Ahora bonito te vas a comer el marrón de los pensamientos impuros, el deseo, el apetito sexual que te haga la vida imposible. ¡Pero si estoy muy mayor! Ahí está el castigo, tonto del haba. Si tuvieras veinte años no tendría gracia, la tortura es a los cincuenta, que más adelante ya ni ves y la cosa tiene menos gracia. Ahora te queda la expectativa.

¡Se dan cuenta que tengo un Dios con argumentos! Un Dios cognicionista. Y dicho y hecho, venga a mandarme odaliscas a la corteza prefrontal. Te las pone por todos lados, en tus paseos, en los transportes públicos, en los comercios de dependientas, la municipal que te multa, la jueza que te corrige, ¡ay! la médica que te explora. Este Dios se inventa modas aterradoras como ésta de los leotardos sin falda ni pantalones, o las viste con pantalones de sordomuda, o shorts más cortos que un Celta o las apresta de amazona con botas para que relinches sin control. Hasta da créditos para pagar unas tetas nuevas a plazos. Y no contento con todo ello, hace que tu mujer encoja en edad y se exceda en voluptuosidad, interrumpe sus cumpleaños y fuerza los tuyos, la hace que cada día esté más guapa, más lista, más cariñosa, y recupera el peor castigo bíblico: ¡desearás a tu propia mujer!

Mi Dios convierte la existencia en un infierno.

Usted pensará que algo habré hecho. No lo niego. Todo lo que he podido. ¿Pero acaso merezco este castigo de vivir en Madrid entre orondas féminas con una cordialidad precaria y unos tobillos deformes?

Pues no acaba aquí la cosa. Mi Dios es insaciable y me hace de izquierdas, encima de esta izquierda blandita y acomplejada. Mira que podía haberme hecho de derechas. Ni un complejo, el argumentario vital sencillo tipo ¡pues anda que tú!, cuatro lecturas superficiales y mucha devoción. Te vistes como todos con tu uniforme, tus corbatas de colores sólidos, tus pulseritas, tu pantalón con vuelta y repeinao pa’ tras y listo. Más castigo hubiera sido hacerme intelectual de la derecha. Pero Dios también tiene sus limitaciones y eso no es fácil. También podía haberme hecho de Izquierda Unida, en donde se gana el cielo simplemente escuchando a Cayo Lara. ¡No me digan que no tiene delito el Tema de Lara! Esto Cayo no lo entenderá, porque estaba labrando su porvenir en lugar de leer a Boris Pasternak, pero bueno, uno puede pasar por intelectual aguerrido si vota a Izquierda Unida. O por loco resistente.
Pues no, viene Dios y te dice tú te haces de los pedorros socialdemócratas. Pero eso es lo peor, Dios mío. Habértelo currado mejor en la transición ¡que tienes años para ello!

Y así me va. Cardiópata, multitraumatizado, madrileño y salido. Y como guinda tengo que votar al PSOE. Sí, este de las pensiones inexplicables, de los retirados impuestos de patrimonio, de los crucifijos por doquier, de las leyes que pueden esperar, los del mantenimiento del concordato, estos que prefieren barrer el desierto que defender a sus habitantes, que nombran meapilas para el Supremo, que pasan la vida desdiciéndose, rectificándose o prediciendo lo que jamás sucede.
Así me trata mi Dios. Pero ya saben que el Altísimo aprieta pero no ahoga. Si hubiera sido malvado de verdad me hubiera hecho de UPyD, arquitecto en Valencia, o lo que es peor, pedagogo en cualquier otro sitio, que eso ya son palabras mayores.