sábado, 29 de enero de 2011

Telebasura

Un encargo me manda hacer Violante, en mi vida me he visto en tal aprieto, tenía a Obama como reto y ¡uf! la telebasura por delante.

Sí señores hoy voy a dedicar estos minutos de sopor, el de ustedes, que yo estoy muy despierto, para penetrar, con perdón, en la telebasura. Definirla podría resultar ocioso, ¿quién no sabe de qué hablamos? Y todos seguramente podemos definirla con mayor o menor habilidad y precisión, pero hete aquí, que además de algo definible es un adjetivo, una etiqueta con la que despreciamos aquello que a nuestro leal saber y entender no es merecedor de respeto intelectual y ese algo, en eso sí estamos todos plenamente de acuerdo, debe estar emitido por televisión. ¿Todos? ¡Nooo!, este viejo e irreductible galo de Madrid que les habla, piensa que no tiene que ver necesariamente con ella. O al menos que la televisión es simplemente el modelo, pero que lo que llamamos telebasura, esa desordenada forma de atraer la atención mediante indignidades no es únicamente propia de la dichosa televisión, sino que se amplía a todos los demás medios de comunicación, revistas, periódicos, radio, todos, incluida su boca de usted cuando repite consignas que se han quedado en los axones de la rabadilla o habla a tontas y a locas con el fin de parecer lo que no es, es decir, informado.

Quizá lo que más llame la atención del fenómeno es la falta de educación general, uno piensa en telebasura y ve a Belén Esteban atiborrando de croquetas a su hija con nombre de minitragedia griega y sacándose el taquito de jamón de entre los dientes con la manicura francesa del meñique.




Sigamos, uno piensa en telebasura y se topa en su corteza cerebral con esa panda de vagos gritones y promiscuos caídos del cielo del anonimato hasta la tierra de la fama infame, para lo que han tenido que superar una severa oposición: la del casting. Hubo un tiempo en que la vergüenza los hacía vestirse de experimento social y un montón de tipos con el logos de sufijo nos explicaban la razón de tanta cerrazón. Hoy ya no es necesario, la presentadora es en sí misma el mensaje desde que la antipsiquiatría sacó a tantos orates a la calle.

Cuando oigo la palabra telebasura echo la mano a la pistola podrían decir los impecables o quizá menos violentamente, cuando oigo la palabra telebasura echo la mano de los documentales de la 2. Porque telebasura es siempre lo que ven los demás. Uno puede pensar que meterse en vena un Supervivientes es indecoroso como poco, que esas sesiones dobles de Sálvame Deluxe y Norias varias no puede ser bueno para el cutis cerebral y que no es posible distinguir entre la Moleskine de la plebeya princesa del pueblo del Diario de una Patricia. Pero hay quien dice que no soporta al presentador de Saber y Ganar o al de Cifras y Letras, y no digamos al, para algunos, engolado Iñaki Gabilondo, que tanto hizo por amargar las vidas de esos que no superaron la ESO citando de corrido a Kierkegaard o programando a Schubert tras sus palabras. Por ello, en justa reciprocidad, su programa, su cadena, fueron sustituidos por la versión cinexin, el cine sin fin, de Gran Hermano 24 horas, trocando el que unos pocos pudiéramos saber qué pasaba en el mundo al instante, a que muchos vean los que les pasa a unos pocos en todo momento.


Pero no es que haya gente pa’ to’, es que la telebasura excede del marco del televisor para deambular por los terrenos extratelevisivos, si es que queda alguno. Si el mal gusto –descripción emic donde las haya- es uno de los requisitos, si el sensacionalismo, los gritos e insultos configuran eso que llamamos telebasura, ¿dónde metemos la convención del PP en Sevilla?

Telecinco y Antena 3 abrieron con esa información, lo que ya es un grado, y Mayor Oreja acusó al PSOE de abrazar la cultura de la muerte con lo que la característica sensacionalista está más que cubierta, tanto como el descaro y la desfachatez ya que medio millón de abortos se realizaron en la semidécada prodigiosa que va de 1996 a 2004, sin que Aznar ni él mismo dijeran nada. Hasta los obispos y cardenales permanecieron callados. ¡Qué tiempos aquellos en los que España iba bien y los embriones no se metían en política!


Hasta Camps, no hay reality show sin villano, tuvo su momento de gloria en Sevilla; no en vano Tómbola, la prototelebasura, nació en Valencia protagonizando otro de los grandes momentos estelares de la humanidad que Stephan Zweig no llegó a analizar, cuando Chabeli, nuestra Gertrude Stein, llamó a los periodistas acosantes ¡gentuza! Y se las piró, como se largó Esperanza Aguirre de la convención de Sevilla con sus huestes. Hay quien jura que la oyó decir eso de gentuza.


Pero la telebasura necesita de eslóganes, de ideas fuerza que concentren el ideario, que resuman la quintaesencia del profundo mensaje. Qué sería del concepto sin un blasón verbal como aquel ¡Gentuza!, el ¡Papa, llama! de Nuria Bermúdez, el declarativo ¡Sole que te meto con el mechero! del desdentado Chicharra o el seminal ¡Andreita cómete el pollo, coño! que llegó tarde para entrar en el Cossío, apartado ex esposas.

Rajoy nos ha ofrecido uno propio, recién ordeñado de la vesícula biliar de la FAES: España tiene sed de urnas.



No dijo qué tipo de Rh y grupo prefiere, dijo simplemente sed, la sed trashumante de la travesía hacía el poder, la sed del abrevadero de tantos que ploran por un hueco en la historia de su reconquista. Es telerrealidad en directo en la que el miedo es el mensaje ¿o era el medio? Da igual, que importan las palabras cuando la telebasura deja de serlo. Y no es culpa de la basura que se hace cada vez más grande, es que se acerca tanto que se pierde el prefijo distal, dejamos de ser espectadores y vamos a ser protagonistas. Señoras y señores estamos todos nominados. Estén atentos a la pantalla.