sábado, 7 de mayo de 2011

Sinapsis

No quiero entrar en psicometrías, ni en definiciones objetivas, funcionales, operativas de eso que llamamos inteligencia. Me quiero referir a eso que usted y yo llamamos ser listo, eso que ves en el otro cuando se expresa o cuando simplemente calla, oyéndote y adviertes como bulle esa cabeza y supones miles de descargas, millones entre células cuchicheándose cosas, argumentos, contraargumentos, pros y contras, futuros cercanos y remotos, alternativas y atajos. De modo que si en lugar de sesos asquerosos y blandos, silentes membranas mucilaginosas, fueran una auténtica máquina de engranajes metálicos, oirías chirriar los ejes, las bielas y los pistones mientras se producían ideas.

Pero ese ruido es desgraciadamente inhabitual. Desde las siete de la mañana que uno sale a la calle hasta la vuelta 12 o 13 horas después uno no suele tener la suerte de que le soliviante ese otro chiquichún del tren cerebral. Quizá ustedes trabajen en la NASA o en la Sociedad General de Autores, lugares en los que el latido encefálico se supone y que ejemplifican la dicotomía tópica en estas cuestiones, en una están los inteligentes y en la otra los listos. Pero supongo que ustedes se levantan con careto de registrador de la propiedad, boca pastosa por supuesto y ganas de no hacer nada. Es lo normal. Así estarán ahora amigos míos, pero cuando salgan no encontrarán esas pequeñas chispas que produce la actividad de los otros para que sus cerebros estallen por simpatía y se produzca el calentamiento necesario. Irán al bar o por el pan, a la frutería o al ¡Sacre bleu! estanco por avituallamientos para el fin de semana y allí no encontrarán esa bujía que les haga arrancar sus dormidos hemisferios. Uno puede plantearse cada mañana, eso de me tomo el cafecito y a la Academia de Ciencias Morales y Políticas a ver si abro el ojo, pero quizá bastaría con que nuestros conciudadanos, siempre tan indehiscentes, mostraran un poco de solidaridad madrugadora y compartieran con el resto algo más que ¡qué frío hace!, ¿lloverá? o este Mourinho es para matarle. Porque no pido que tu compañero de asiento en el autobús o el que te ofrece forzado sus genitales en el metro en días multitudinarios se enrolle e inquiera ansioso si Zapatero ha empezado a leer a Cioran o si un redivivo Plutarco biografiaría a Messi y Cristiano. Bastaría con que esas cosas comunes se trataran con la solemnidad y contundencia que tienen las ideas simples, con el vendaval que trae la ironía y la chanza, con el vuelco que procura mirar lo normal desde otros lugares. Quizá necesitemos desacostumbrarnos y con ello advirtamos la enorme cantidad de mundos posibles que se abren ante nosotros. Cuando las atalayas empiezan a ser zulos, cuando los puestos de mando se convierten en madrigueras, cuando como la canción, el lobo sea maltratado por todos los corderos quizá entonces nos desperecemos y pongamos a funcionar esa pista de entrenamiento para másteres en peluquería y seamos capaces de hacer otra cosa con ellos.

Quizá recuerden la película Novecento y si aguantaron las casi cinco horas de proyección visualicen la imagen de una enorme bandera roja construida con muchas pequeñas que se tuvieron que enterrar esperando tiempos mejores. El fin de la guerra mundial y la victoria sobre el fascismo resultó propicia para ello y durante la pantomima de juicio al patrón, Olmo, representado por Gérard Depardieu, pronuncia:
Los fascistas no son como los hongos que crecen así en la noche. Han sido los patronos los que han plantado los fascistas. Les han querido, les han pagado. Y con los fascistas los patronos han ganado cada vez más hasta no saber dónde meter el dinero. Y así inventaron la guerra y nos mandaron a África, a Rusia, a Grecia, a Albania, a España… pero siempre pagamos nosotros los campesinos, los obreros, el proletariado, los pobres.


Seguramente los años le han pasado por encima a esta película y nos sintamos avergonzados de lo que algún día significó, quizá lo que ha envejecido mal es nuestro estupor y nuestro arrojo, complaciente uno y atemorizado el otro, y mostremos cierta nostalgia culpable ante lo que nos está pasando y nuestra pasividad ante lo que nos va a llegar.

Es el triunfo de los listos y la renuncia de los inteligentes. Cuando CNN+ pierde su lugar y es ocupado por el Gran Hermano ¿de quién es el triunfo?, cuando se prohíbe una minúscula procesión atea y a la semana siguiente se llenan los periódicos, las revistas y las televisiones de bodorrios monárquicos en directo y se construyen beatos de cartón piedra que fingieron milagros ¿de quién es el triunfo?, cuando nos dijimos una y otra vez que la violencia no era el camino, que la vía democrática era la única posible, que en las ideas no está el crimen y prohibimos preventivamente la participación de quienes dicen que de acuerdo, que han entendido nuestras súplicas, que aceptan el envite, que quieren jugar sin órdagos y retorcemos la ley y nos basamos en la desconfianza, en prejuicios, en suposiciones para negarles su expresión ¿de quién es el triunfo?, cuando Estados Unidos ejecuta a su Némesis y dice que lo tira al mar sin contemplaciones ni de derecho ni de cadáver ¿de quién es el triunfo?

No basta con compartir la creencia de que los Bildu son herederos de ETA para convertir el Estado de derecho en un Estado de las víctimas, no basta compartir el odio a quien tanto terror ha causado en todo el globo para aceptar y dar por bueno que un país decida cuando y cómo muere un sujeto y qué se hace con su cuerpo sin mediar simulacro siquiera de juicio.

En la película Novecento Olmo salva al patrón, Robert de Niro, del linchamiento indicando que el patrón explotador está muerto, que sólo queda Alfredo Berlinghieri, el hombre, su amigo, y la convicción de que han ganado.

Cuando todos se han ido, cuando los comités de liberación han requisado las armas. Alfredo le mira y le dice el patrón está vivo.

Y eso es lo que no hemos entendido y los inteligentes no lo han sabido explicar. Murió Franco, Suarez desmontó el Movimiento. Llegó la democracia, la amnistía, la reconciliación, la Constitución bendijo el apaño y todos creímos que por fin nos habíamos ganado el derecho a vivir en paz. Pero unos pocos activos tóxicos, unas Pandoras transatlánticas han abierto todas las cajas de nuestras miserias. Las pensiones, la sanidad, el empleo, la educación, el sistema completo de bienestar se ha puesto en entredicho. En tres o cuatro años se ha desmoronado la conquista de todo un siglo. Los listos lo acaban de proclamar. Ya existe excusa. Porque el patrón está vivo.