sábado, 18 de junio de 2011

Criminales

Recordaban el otro día en algún periódico aquellas palabras que vinculaban el número de asesinatos con lo que hacía la sociedad contigo. Si matas a una persona vas a la cárcel, si te cargas a treinta compañeros y profesores en un colegio te mandan a un psiquiátrico y si te fumigas a 50.000 tíos te hacen una estatua o como poco te buscan asilo político. Si superas el millón de muertos te dan el Nobel de la Paz.

Ya saben ustedes que Gadafi estuvo postergado durante años por el asunto de Lockerbie con la explosión en vuelo de un avión. Luego vino el mirar para otro lado, las recepciones y las jaimas en nuestros parterres, los caballos regalados a los que no osamos mirarles los dientes hasta que las revueltas volvieron a ponerle en la picota, o mejor, a que nos permitamos decirle lo que pensamos realmente. Ya saben como están las cosas últimamente con sus devaneos.


Con Kissinger pasó algo similar, pero como es estadounidense, todo ha sido a lo bestia. A éste le dimos el premio Nobel de la Paz en 1973. Se nos debería caer la cara de vergüenza, pero no, el mundo entero aceptó la pantomima y se honró al hombre que organizó bombardeos masivos y secretos contra Camboya y Laos durante la guerra de Vietnam u ordenó la invasión de Timor Oriental o facilitó el asesinato de Allende a manos de Pinochet. Bangladesh, África, Latinoamérica, fueron nuevos lugares para sus maniobras, alzando o haciendo caer gobiernos. Fue Kissinger el que movió los hilos de la famosa marcha verde marroquí contra el por aquel entonces Sahara español. Fue fundador del siniestro Club Bilderberg y durante los años 70 y 80 puso su mano detrás de todas las tropelías habidas en el planeta.

Una perla de su pensamiento político:
La emigración de los judíos de la Unión Soviética no es un objetivo de nuestra política exterior, y si dejan a los judíos en las cámaras de gas de la URSS, no es una preocupación estadounidense. Tal vez una preocupación humanitaria, más no norteamericana.
Esto viene a cuento porque acaban de ser publicados los papeles del Pentágono que permanecían secretos. La información básica era conocida, porque en 1971 se publicaron los datos fundamentales, a través del NYT y de un senador demócrata. La liberación del secreto permite conocer que tres presidencias, tres, de EE. UU. , Dwight Eisenhower, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson habían engañado al Congreso, a la opinión pública y a sus aliados sobre el conflicto con Indochina.


Queda poco para que se puedan desclasificar los secretos de la era Nixon y con ellos los de Kissinger, el mayor criminal de guerra del mundo para algunos. Cuídense por tanto, menos grasas, nada de tabaco, poquito alcohol. No nos lo podemos perder, está a la vuelta de la esquina.

Lo que no sé si nos perderemos es la reorganización que quieren hacer en el Valle de los Caídos. Tal y como se desarrollaron los acontecimientos en las pasadas elecciones parece un chiste para hacer hueco a Zapatero, pero no.


La cosa es bastante seria. Ese monumento funerario lleva un nombre incompleto porque conmemora únicamente a los sublevados, con la circunstancia agravante de que encierra en sus entrañas a muchos de los muertos republicanos en fosas comunes, más de treinta mil, y está hecho por presos políticos para que redimieran sus penas glorificando al dictador y su cruzada a la fuerza. Sin duda es necesario recordar la historia, máxime cuando está tan cercana en lo biográfico y en lo emocional para muchos de los que aún viven. Pero no se puede hacer una memoria de parte y en su actual composición, o descomposición, según se mire, con los cuerpos de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera allá incrustados bajo una enorme cruz de 108 metros, la más alta de la cristiandad.
Además, o por esa misma causa, el Valle de los Caídos es el lugar de culto a ambas figuras fascistas, que reúnen a la ultraderecha para añorar tiempos mejores.

El ministro Jáuregui ha marcado a la comisión que debe proponer la solución de ese marrón un par de líneas rojas: mantener a los monjes benedictinos y la enorme cruz. Empezamos mal.
Inicialmente habría que determinar si los restos de los cadáveres se quedarán allí o no. Parece obvio que deben separarse los del dictador y los del fundador de la Falange del resto. Esos dos serán perfectamente discriminables. Si el resto de cuerpos no son recuperables para su individualización, lo que resume en sí mismo el hecho de la colectividad de la lucha, deberán mantener eternamente la aglutinación, la reunión de los presos en el devenir de la historia. A veces el ADN sobra.


Existen por tanto tres posibilidades: se van Franco y José Antonio a donde quieran sus deudos pero que se impida la peregrinación colectiva y su enaltecimiento, no creo que exista otra posibilidad responsable con la sociedad y con la historia; se llevan los presos a un lugar en el que las familias puedan recordarles y se deja el sepulcro del Valle de los Caídos vació, como un cenotafio impersonal y colectivo o, por último, se quedan ahí donde llevan unas cuantas décadas. Esta última parece la más sensata, dadas las dificultades de transporte de tal número de cuerpos.

Según el decreto fundacional de 1 de abril de 1940, el monumento y la basílica se construyeron para: ...perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada [...] La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la Victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios gloriosos de sus hijos.

Por tanto la basílica no era preexistente al monumento, y está ligada a lo que se quiso conmemorar hace más de setenta años.

La cruz. Siendo muy posible que gran parte de los allí inhumados fueran creyentes, teniendo en cuenta que muchos otros fueron enterrados sin el permiso de sus familiares y sin identificar, más la imposibilidad técnica de resolver la encrucijada ósea de los restos, no tiene sentido que sea una cruz cristiana la que corone el amasijo que creo aquella barbarie y a la que tanto colaboró la Iglesia católica por acción y omisión. Ni cruz ni raya.

Las líneas rojas de Jáuregui son para mí insufribles. Que se lleven a los benedictinos a dónde quieran, pero no pueden perpetuar lo que significó aquello. Es la raya roja que hay que poner a la Iglesia de una vez.

En plan borrico se puede promover que dinamiten todo Cualgamuros, con los presos, con Franco, cruces y esculturas. Y que no se repare, que nadie lo componga, que quede destrozado hasta que la naturaleza lo arregle, lo cubra, lo anegue y lo impida, lo desdibuje de la geografía para que se disuelva en la historia. Parece cafre, pero creo que no lo es tanto. Piénsenlo.


La versión ilustrada es crear un centro de conocimiento y consulta de la Guerra Civil. Sustituir la orden benedictina por una horda de bibliotecarios puede ser una solución, pero siempre estarán asentados sobre el monumento que decidió Franco para celebrar su triunfo. Para diccionario ilustrado ya tenemos el biográfico, ese que confunde dictadura con autoridad.

Sé que es esto último es lo civilizado, lo prudente, lo razonable. Debe ser que me estoy haciendo viejo, que mayor lo soy hace ya mucho, pero me sabe a renuncia, a mansa aceptación, a que la concordia y la reconciliación las ponemos los de siempre. Y estar harto a mis años, pues ya cansa.