sábado, 26 de marzo de 2011

Piropos pirados

Cuentan que el piropo se está muriendo. Lo que Ramón llamara madrigal de urgencia en brillante greguería, la periodista lo transforma en una lisonja fugaz que pierde adeptos por mor de la dichosa igualdad, que vale para un roto y un descosido.
Dice que lo de ¡guapa! se escucha cada vez menos. Puede ser que los españoles nos hayamos hecho menos expansivos, puede ser que el objeto de deseo esté en franca diversificación curricular y merezca menos que antaño, o seguramente una mezcla de ambos.

Como no podía ser de otra forma existe un fórum feminista y una presidenta que se llama Nina Infante que considera al piropo una expresión sexista. No sé que hay de sexista decirle a una mujer guapa. Si a uno le va el otro sexo y dice guapo me parece bastante igualitario y justo. Al menos si los dos, ella y él, son guapos. De todas formas recomienda que hay que erradicar ese pensamiento discriminatorio. Erradicar ¡nada menos! dice.



Por lo visto existe una web que aconseja a los viajantes foráneos y comenta las costumbres españolas, diciendo que a los hombres jóvenes les gusta decir piropos cuando una mujer guapa pasa por la calle. Dejando a un lado que la web está un poquito desfasada, que no necesariamente hay que ser joven y que naturalmente la ironía de decir guapa a una fea no está todavía en el magín español, bien podría la web señalar que cuando pasa por la calle una mujer fea los hombres españoles se callan educadamente y no hacen escarnio. Creo que es bastante más preciso que el momento obra de cimentación que señalan.

Pero no hay que ser feminista para santiguarse ante un piropo, de hecho basta con ser catedrática de lengua española en una universidad catalana que nos aclara que el piropo es pura pirotecnia que explota hacia fuera en las sociedades extravertidas. Y en las introvertidas, o si eres tímido de solemnidad, se llaman pensamientos impuros, ¡anda que no nos lo han repetido! La catedrática se queda tan pancha con tan recto juicio. No menos el director de un corto que cuenta la historia de un piropeador que termina propasándose, que cree que la línea entre el ataque y el halago es muy fina. El director de cine, Rivadeneyra, discurre que lo de uno no se toca, porque mi señora es mía; pero yo sí puedo tocar lo de los demás, porque no es mío. No sé si convendría que entre picado y contrapicado en la escuela de cinematografía explicaran un poco los silogismos o recordarán los mandamientos del señor: no concluirás pijadas en vano.



Relacionar ese ¡guapa! desde el mirador encofrado de una obra con la llamada violencia de género, es de una futilidad absoluta. Sabemos que la mayor parte de los ataques que sufre la mujer es de novios y maridos o amantes despechados, y el piropeador espontáneo no suele tener relación alguna con la receptora salvo la circunstancial coincidencia del paso de una, ante la lúbrica mirada del otro. El piropo además requiere esa distancia y es efímero, nada tiene que ver con la posesión y existe cierta regla que a las mujeres acompañadas no se las piropea. Concluir que hay una percepción que esas señoras pertenecen a alguien y eso autoriza a no sé qué cosas es feudal y sorprendente. ¡Qué se esconderá detrás de estos estupendos sin fronteras tan enrollados!

Y en esta categoría está el grupo Prometeo de Hombres por la Igualdad. Uno de sus miembros, dicho sea en el sentido asociativo, se empeña en que el que piropea considera a la mujer como un objeto al que puede acceder libremente. Y recurre al inconsciente, que no es otro de sus colegas, ni otro director de cine, se refiere a ese deus ex machina freudiano que vale para explicar casi todo y hacerlo complejo, oculto, interesante. Así el piropo es el derecho de acceso a la mujer. La catedrática Forgas acepta el envite y afirma la necesidad de lucimiento personal. Qué maravilla eso del inconsciente, dices guapa y el adorno te revierte. Y toda esta grey acepta el valor de la masa masculina para reforzar tan nefando comportamiento. Es más, aparece una psicoanalista que afirma que es eso justamente lo que se espera de un hombre que está en grupo. Pero... ¿será una proyección? ¿Cambiamos por un momento de rol y te tumbas tú? ¿Esperas eso de los hombres, mi queridapsicoanalista? ¿cuántas veces hija mía? Por dios, ¿qué les pasa?



Un tipo con media ESO pendiente, encaramado a un andamio con las manos encaladas u otro con camiseta de la selección en el asiento de un taxi con respaldo de bolas le dice a una mujer ¡guapa! y estos se montan una película adleriana que para sí quisiera Hitchcock.

Tanto es así que quieren analizar en esto del piropo caso por caso. A ver, en fila de uno los que han dicho guapa, allí los de vaya culo, los de te comería entera que se tomen la pastilla ¡ya!

Y es que bien mirado con el análisis viene la calma y los expertos parecen entrar en razón. Nos aclaran que los piropos suelen dirigirse al aspecto físico. ¡Coño y nosotros in albis! Pues no he oído yo veces eso de dónde vas tú tan solita con ese “peazo” cociente intelectual, o el clásico vete por la sombra que las insolaciones a las opositoras no les sientan bien.

A pesar de los esfuerzos la catedrática, que dice que al alabar a las mujeres los piropeadores las cosifican, que animalizan a las mujeres, y discrepa con la psicoanalista que se sube a un andamio más alto que el pobrecillo del casco y nos descubre que el sentido del piropo no lo decide el hombre sino la receptora. Las obras completas de Freud para terminar consultando el refranero. Y es que no interpreta quien quiere sino quien puede.

Pero para ellos decirle a una mujer qué culo tienes es un insulto, algo que no se le hace a una desconocida en la calle. Yo entiendo que eso te lo diga el ginecólogo es fuerte o el jefe o el maestro, pero que un ojeador silvestre profiera ese comentario no será de Pulitzer, pero considerarlo un insulto me parece excesivo. Casi tanto como la redondez del culo.

Pero cuando ya me doy cuenta que irremisiblemente me vuelvo viejo es cuando se alude a una red social multinacional que se ocupa del acoso a las mujeres y que reivindica que las mujeres se sientan seguras, confiadas y sí, incluso atractivas, sin convertirse en la fantasía de algún pervertido. El egotismo, el solipsismo es tal que se atreven a la taxonomía: el piropo puede hacerte sentir bien. El comentario de un acosador asusta. Si lo sientes como tal, es acoso.

Quieren controlar mi pensamiento. No puedo mirarlas, ni admirarlas. No me dejan ni fantasear con ellas. Lo importante no es lo que digo ni siquiera cómo lo digo o dónde. Lo único, lo crucial es que ellas lo perciban así. Y entonces estás jodido.

Tirar las bragas al ruedo, o los sostenes a los escenarios no sé si debe interpretarse desde la óptica expansiva de la cultura mediterránea, no sé si el me invitas a una copa guapo es un insulto o una agresión, ignoro si los anuncios de mujeres babeantes ante hombres limpiacristales suponen la cosificación de ellos o simplemente de su cosa, o se consideran piropos u ofensas los comentarios de desgañitadas adolescentes y salivantes maduritas a la entrada de los futbolistas al hotel de concentración.

Desconozco casi todo y noto que se va mi tiempo, que quizá llego ya tarde.

-¿Señorita, tiene hora?
-Mira viejo pervertido este reloj sólo me vale para detectar a los babosos acosadores como tú que no entienden que el mundo ha cambiado y que estamos hartas de las dobles intenciones.

Con esa respuesta no sé cómo voy a llegar a tiempo.