domingo, 13 de septiembre de 2009

Puño, mediamanga, mangotero

De nuevo Pedro José Ramírez editorializa sobre los usos y costumbres de los demás. Ahora toca el puño que Pajín y Aído enarbolaron en León mientras cantaban La Internacional. Llama vejestorio a Guerra y chavala a la ministra para preguntarse qué pasaría si Rajoy hiciera lo propio con el brazo en alto en una identificación de ambos saludos. Rajoy dice que le llamarían fascista. ¡Anda que hace falta que levante el brazo!

Quizá la diferencia esté en que unos se avergüenzan de su pasado y otros no. Quizá en que unos tengan a un presidente honorario, firmante colegiado de penas de muerte bajo el saludo fascista, y otros no. Dicen que Picasso lo tachó del Guernica, pero olvidan este cartel de Miró.

Lo cuenta en su predio de papel este domingo, nos da lecciones de moral quien pasa sus ratos libres entre sonidos de claxon, entre tutú y pipí, jugando a ser ingenioso con el nombre de Pajín al que asocia Puñín. No se le debe haber ocurrido nada con Aído, quizá porque prefiere tirar del hilo del lío de Benidorm y la madre de Pajín y no recordar cómo Zaplana, el telefonista, tomó el poder y comenzó su carrera hacia el estrellato. ¡Cómo se debe de estar riendo! De lo mío de Terra Mítica nada y al pringao este del hereu le pillan por unos trajes. ¡Y además le sientan peor que a mí!

Pero sobre todo, hablan de símbolos desfasados los que aplauden la monarquía, con sus toisones, duques y marqueses, tronos y cetros, esos mismos hablan de desfase cuando pierden el culo por ejercer de súbditos, con cabezazos y reverencias ante restos absolutistas del poder con legitimidad divina. Lo dicen los católicos que se hacen pases mágicos al sentarse a la mesa, al salir de casa o al emprender un vuelo, que portan estampitas, crucifijos, rosarios o juran ante biblias. A todos esos les estorba un puño en alto.

No seré yo quién defienda a Leire o Bibiana, tan friables en tantas cosas, incluso puedo estar de acuerdo que cuando se ostentan posiciones de representación ciudadana, se deberían evitar los aderezos ideológicos personales. Un ministro lo es de todos los españoles, hayan votado a su partido o no, por lo que demostraciones del propio sentir deben quedar fuera, ya sea un meapilas o un rojo recalcitrante. Si cuando los ministros juran ante la Biblia critiqué el obsceno acto, no puede ser menos el reproche de que se haga participación litúrgica del predicamento izquierdista, por más que yo, si fuera suficientemente gregario, hubiera levantado el puño en mi condición de sujeto no electo ni representante nada más que de mí mismo.

Pero tampoco es para rasgarse las vestiduras, o rascárselas ya que les pican tanto, por representar ese entremés de izquierda en Rodiezmo, como disposición transitoria de la política que se desea ejecutar. Recordarán ustedes el gesto de subir al balcón del ciudadano Pedro José Ramírez junto al casi presidente Aznar en la semana santa del 96. Si el puño es proclama de lucha, de apoyo a los desfavorecidos, de renuncia al apesebramiento, la sonrisa franciscana del director de El Mundo en el balcón de Carabaña –donde ya saben lo que hacen con las cañas- viendo una procesión junto a Aznar y Botella, en el gran encamamiento de poderes, no era menos demostración gestual de lo que querían y se afanaron en conseguir.

Pero este domingo le dedican otra doble página al asunto en el mismo periódico para citar al historiador Pérez Sánchez que concluye que después de la caída del Muro de Berlín el gesto del puño ya no tiene sentido. ¿De dónde ha salido este tipo? ¿Cree que la explotación acabó con las piedrecitas que regaló Interviú como amuletos históricos del gran deshecho? Dicen que Stalin no saludaba puño en alto porque entendía que la opresión en la URSS había desaparecido.

Recordarán ustedes la foto sobre el podio de la carrera de 200m de dos negros con los puños enguantados y levantados en los Juegos Olímpicos de México 68, sin duda afectados por el muro de Berlín, como queriendo decir nosotros también somos berlineses, y en modo alguno querían lanzar al mundo su protesta contra el racismo ni la discriminación.

Menos mal que nos quedan los periodistas y los historiadores que no tienen nada de qué escribir y nada que recordar.

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