Un amigo de infancia del pelma es un talentoso compositor musical. Es profesor en Juilliard y vive lógicamente en Nueva York mirando, desde la distancia, la puntilla de la política española sobre los decadentes reposabrazos del sofá de nuestras vidas, o quizás la espuma que deja el mar, tras lavar el vómito diario. Después de una magnífica ópera -la soledad del individuo y la incomunicación en tiempos de redes sociales- de inciertos resultados en esta España nuestra, y algún episodio de plagio pasivo que una Diputación amparó, retoma la actividad creativa con una obra sobre la Guerra Civil española,
El Baile, basándose en los Diarios de Morla Lync

h que se publicaron bajo el título
España sufre. Diarios de Guerra en el Madrid republicano.
Morla Lynch es el diplomático chileno al que Lorca dedica Un poeta en Nueva York y que, supuestamente, negó asilo en la Embajada a Miguel Hernández. Albergó en su casa, por aquellos años de revuelta, una de las mayores colecciones de genio artístico posibles al calor de unas infusiones de hierbas: Salinas, Guillén, Neruda, D’Ors, Huidobro, Mistral, Cernuda, Alberti se sirven el té en su domicilio, trasnochan y aman bajo el ruido de la hojarasca de los prolegómenos de la Guerra Civil.
Así lo ve el amigo del pelma, que lo compara con la danza que baila Eva Braun entre el ruido de las bombas, como si viviera un sueño sin responsabilizarse de la pesadilla que todos los demás –con suerte- vivieron. Y lo percibe mal, creo, porque entiende que hubo dos bandos antagonistas y una guerra inevitable, lo entiende como una lucha entre fanatismos, al estilo revisionista de la última historia escrita para justificar tantos años de dictadura. No mencionan la voluntad popular expresada en febrero del 36, ni los tejemanejes de la derecha republicana o de la Iglesia, nada dicen de los ensayos golpistas de pocos años antes, ni de las sangrientas represiones en Asturias, o si lo hacen, es para justificar la sublevación militar que tanto ayudó a algunos y quitó la vida a otros. Cambian la historia para minorar la ayuda fascista y nazi o para llamar neutralidad a la vergonzante no colaboración inglesa o francesa y hablan de ambos lados justificando al faccioso y quitándole legitimidad al republicano, como si la lucha entre ladrón y robado, entre asesino y víctima fuera equiparable y una línea de tiza los hiciera moralmente equidistantes.
El músico amigo de mis señorito es fruto de un socialista cultivado y de una niña bien de la época, lo que no convierte al primero en un desheredado ni a la segunda en una zopenca, más bien todo lo contrario, son formas de hablar y de que me entiendan. De este cruce, el compositor saca, entre otras cosas, su capacidad para pisar gruesas alfombras entre risas, adorar los gintonics y evitar levantar el meñique mientras sorbe una taza de café o pellizca una tostada con mantequilla. Qué duda cabe que también el genio y el esfuerzo por sobreponerse a la grisura franquista y al provincianismo de la transición emigrando a los States, sirviendo, prácticamente a la vez, como camarero y como profesor de español de algún Premio Nobel escasamente pacífico. Pero también se quedó sin el sentimiento trágico de la vida, cambió rencor por frivolidad con lo benéfico que tiene para el cutis, y con el trueque dejó atrás cierta conciencia y bastante memoria. O quizá no, y el escaparatismo del texto con el que anuncia la obra es un sincero afán de emulación hacia Carlos Morla Lynch, no tanto en lo personal como de la época y de las amistades que cultivó. Quizá por eso atribuye todos los males a anarquistas y comunistas y establece con cierta gratuidad su comportamiento como asesinatos conjuntos por toda la ciudad de curas, aristócratas y miembros de la alta burguesía que se refugiaron en la embajada en la que Morla servía. Su madre y su familia se refugiaron allí y allí fue donde nuestro músico construye y recrea un mundo escapista ante el desastre que se iba construyendo al otro lado de las balconadas, como si los perímetros de la delegación extranjera separaran el Ancien Régime de la misma revolución. Los monos milicianos distanciados por apenas unos metros de los ropajes de etiqueta. El gran baile de las balas.
Bajo la pretensión de explorar las reacciones ante las circunstancias extremas en aquellos años se traslada al estudio del fanatismo al mundo actual, considerando que se aleja de de lo político y estratégico y se acerca más a lo cultural y psicológico. Discrepo también, aunque hace falta más espacio para exponerlo. Ahora mismo están construyendo tapias para limitar las favelas, ¿por qué no cercaron antes Wall Street?
Al final está esa consideración de clase que tenía Lorca y Cernuda, de caracolillo sevillano, contra el poeta pastor Hernández. Up & down. Los upper classes contra el lumpen. Dos consideraciones del mundo que nuestro amigo opone e ilustra con el baile de Eva Braun ante las bombas enemigas, asimilándolas al más patrio sufrimiento burgués tras la turba revolucionaria que sólo cedía ante una buena dosis de rigodón. Creo que la pretendida excusa está mechada de oprobio por su falta de solidaridad, por ignorar la realidad circundante, por sostener la caspa y guarecerse tras los crucifijos. Allá ellos. Creo más bien que aquellas mujeres ¿y los hombres?, en Berlín y en Madrid, buscaron cobijo bajo lo que tenían: la construcción de un mundo irreal, inexistente, sectario y falaz. No pueden acusar a los anarquistas y los comunistas de otra cosa que despertarles de esa siesta historicista.
El pelma me abroncará por escribir esto, pero no veo esa dicotomía que presenta su amigo como la lucha entre Hitler y Stalin, en la que resulta tan fácil situarse entre ellos y acusarles de maldad profunda, la veo más bien como las fuerzas reaccionarias al progreso, la Iglesia en cualquiera de sus formas, los belicosos, el poder omnímodo de los poderosos, contra los desamparados de cualquier derecho, los desfavorecidos durante generaciones. Y por eso les gusta llevar el debate a los horrores de la guerra, para decir que ambos bandos cometieron fechorías bajo el manto del espanto irrefrenable. Y mencionan los desórdenes de antes para redimirse con un algo se tenía que hacer. Y nada dicen de los años que vinieron después, cuando estalló la paz y empezaron las purgas, los fusilamientos, las encarcelaciones, el exilio. Los que callaron durante tantos años están contando ahora la historia, justo cuando tienen los pies cansados de tanto bailar. Es lógico, jamás dejaron de hacerlo.