sábado, 6 de junio de 2009

Votos y devotos

Me acabo de comprar un chisme de esos que te ayuda a seguir un camino y estoy encantado. Es un GPS modelo Peeping Tom Tom que vale para encontrar cuerpos desnudos en las playas y bombones belgas que, en contra de lo prometido, seguro me ayudará a perderme en alguna duna. Pero da igual, sarna con gusto…es una bendita mezcla explosiva.

Y es que para sobrevivir, hay que buscar las propias fuentes del Nilo con el claro propósito de no hallarlas, hay que seguir la estrella polar deseando, en lo más íntimo, haberla confundido con la estrella errante, porque cada vez más, lo correcto es erróneo y lo cabal es torticero y huidizo.

Después de tantos años de autoritarismo, los españoles tenemos un acendrado odio hacia la autoridad. Los gobernantes no nos lo ponen fácil en esta voluntad nuestra de cambio. Podríamos ser colaboradores, simpatizantes o militantes activos, hasta neutros como eljabón y tibios como la baba de un niño, pero preferimos mostrarnos tan descontentos que no queremos ni votar: al estilo del ejército, que se joda el capitán que hoy no ceno.

Pero te conciencias y te dices a ti mismo, me portaré como un ser sensato, seré bueno, acudiré a emitir mi voto y responsabilizarme de los problemas de este mundo. Y cuando se te han quitado las nauseas, te has sellado la nariz y ya estás bizqueando de mirar a otro lado, vas y oyes a los del PP decir que Camps es el español más honorable y a la Pajín no sé qué de la conjunción planetaria y te quieres hacer del Betis para no dar explicaciones por tus lágrimas.

Y es que tenemos un problema Houston. En España hemos pasado del candil a la lámpara de diseño en un abrir y cerrar de generaciones y la gente joven no está por asegurar sus bienes materiales mediante el ahorro y otros lentos procedimientos, el trabajo dejó hace tiempo de ser para toda la existencia y hablan de un concepto nuevo que es la calidad de vida. No se me revuelvan. De sobra sé que no es nada nuevo, pero nosotros, los talluditos del mundo uníos, no nos lo creíamos a pies juntillas, lo decíamos para epatar al burgués y para demostrar que después de tener algo, estábamos por otras cosas, pero no las hacíamos.

Esos valores postindustriales, post 23F en nuestra España querida, suponen una mayor desconfianza en la Administración, la restricción del voto y la abominación de la autoridad. Muchos, a pesar de declararse católicos se santiguan por compromiso o por tics no curados, saludan a la gente desde la otra acera y aceptan, además de tostadas, a tostados servirles el café con leche. Defienden el individualismo y que el gobierno meta menos las narices en sus vidas. Pero llegan las crisis y ven que lo que venía regalado escasea y se empieza a cobrar. Inglehart lo llamó reflejo autoritario que se hace carne en los hipernacionalismos o aceptando líderes catastrofistas y demagogos. Y con ellos la negación de la diversidad, la intolerancia y la imposición de la propia moral. Para saber más, lean las obras completas de Aznar, algo así como el Antiguo Testamento de la inquina.

Huntington ya nos advirtió que la fuente de conflictos más importante era la cultural y que pretender la universalización de nuestra civilización al estilo romano, era el principal disparador de conflictos en este mundo complejo. Pero muchas veces, hablar de valores democráticos, de derechos civiles es hacerlo sobre flores y violines. Cuando levantamos la voz, cuando se nos hincha la vena es cuando se permite el matrimonio entre maricones y bolleras, cuando la mujer abandona la cocina de la que nunca debió salir, cuando la zorra de la vecina aborta o se divorcia un cuñado ruin, cuando no se mata legalmente a tanto hijo de puta o se impide acabar con el sufrimiento indigno de los desahuciados que para algo está Dios. Suena terrible dicho así, pero es lo que subyace asomando sus ojos de cocodrilo en la superficie, en cada declaración del democristiano Mayor Oreja. Es cuando los derechos civiles se hacen tangibles, paradigmáticos, cuando no se pueden ocultar tras la retórica ni las melifluas palabras.

Y algo de retórica usó esta semana el presidente Obama en El Cairo ante musulmanes atónitos. Que complementó al día siguiente recordándonos el holocausto. La cal y la arena de la historia de civilizaciones milenarias para el mortero de Obama, el nuevo arquitecto del mundo. Un discurso divino, no por lo bien construido, no por la inspiración de sus palabras, sino por las continuas referencias a Dios, a cualquier Dios, al Corán, al Talmud y a la Biblia. Al menos nos prometió un Estado para Palestina. Gospel. Palabra del Señor.

A Pajín le parece una revolución cósmica la conjunción de Obama en EE.UU. y Zapatero en Europa. Una especie de suerte enorme, una potra sideral. Obama es, para muchos, la última piedra filosofal, el bálsamo de Fierabrás para curar nuestras seculares heridas. Negro y demócrata, multicultural y dialogante. Algunos creen que le falta ser mujer para ser perfecto. Yo creo que la revolución se hará cuando el presidente de los Estados Unidos sea agnóstico y lo diga. Ese será un gran momento. Un cambio en la historia. Cuando Dios salga de las cabezas de todos y sólo se guarezca en el corazón de algunos, sólo de los que así lo quieran.

domingo, 31 de mayo de 2009

Arras de arrepentimiento

Después del último post no han dejado de llamarme las embajadas, los sindicatos manos limpias en la masa, los comités de festejos, los patriotas de toda la vida, la curia, los linces, los sastres de Madrid, los figurines de Valencia y el protectorado de Tetuán. Nada bueno dicen de mi, me amenazan con mandarme a Estrasburgo en una lista europea o a representar a Melilla en Eurovisión y si insisto me conminan a hacerme promotor inmobiliario.

Nada de esto puede pasar. Me arrepiento, me acuso y me inmolo. Como muestra de mi redención, de mi nuevo despertar patriótico, quiero defender el orgullo patrio, que con mi ignorancia infiel, algún día zaherí. Qué forma mejor de hacerlo, que traerles un vídeo que vale por más de seis euros –perdón, mil, mil, mil, lo he vuelto a hacer de nuevo- un video que vale más que MIL palabras.

Disfrútenlo y perdónenme.






Un compungido cada día más español.