sábado, 30 de mayo de 2009

No te duermas que juega España

Todos lo vimos. Mientras cada uno de nosotros atendía al fragor del espectáculo, mientras nos absorbía el otrora panem et circenses, mientras nos dejamos abducir contra ERES, gripes alfabéticas, crisis sociales o gatillazos personales, Berlusconi soñaba con ejércitos de zahoríes de camping, con diputadas bailando desnudas de fontana en fontana, con nínfulas acrobáticas en la cuerda floja de la legalidad. Y es que Berlusconi, il condottiero, es un puro intelectual, que tras la máscara alopécica de semental, oculta un pensador que entorna sus ojos ante la molicie del fútbol. ¿Quién quiere mirar la Copa de Europa entre un monarca azul y un rojo optimista? Silvio es ajeno a la discusión de los últimos días en este poblachón manchego. Pues yo quiero que gane el Barça, pues yo el Manchester, pero cómo puedes preferir que pierda un equipo español, pero si ellos no quieren ser españoles, bla, bla, bla.


Y mientras Berlusconi duerme su injusto sueño, yo me pregunto ¿es el Barça un equipo español? ¿los insultamos si así lo afirmamos? Más aún. Si lo fuera ¿habría que estar necesariamente con los equipos españoles? Pienso si la referencia de Europa podría ser aceptable, o si me siento más cerca de las hilanderas de Manchester que de los jesuitas navarros. Si lo español es lo mejor, ¿no deberíamos leer sólo autores españoles, adorar la copla, y evitar las series de televisión americanas? A su vez, no deberíamos abstenernos de consumir medicamentos con patente extranjera, desechar móviles que no se hayan hecho en Calahorra o abominar de los fondos de cohesión europeos convertidos en carreteras y circular por esos caminos vecinales tan carpetovetónicos. Bueno eso ya lo hizo otro intelectual, este con infinito pelo, así que no tienen por qué perpetuar el error.

Podemos renovar el rústico zoy español cazi na o el más barroco ser español un orgullo, madrileño un título que adornan nuestros coches…de marcas extranjeras.

Todas estas pegatinas y las banderas de todo signo en los estadios deportivos y el fervor nacional del podemos y tantos comportamientos xenófobos se arremolinan en torno a la misma concepción fascista de la existencia.

¡Claro que da gusto ver ganar a Nadal! pero no me lo produce más que cuando Björn Borg ganaba a John McEnroe en cinco sets en tierra de la pérfida Albión, en la que no se dirimía una lucha patriótica y sí un estilo frío y calculador contra un tío gritón que rompía raquetas sin parar. Tampoco voy con Alonso, quizá porque odio a Briatore, o le envidio, quién sabe, y prefiero a Hamilton, quizá porque es negro y envidio sus atributos raciales, quién sabe; me carga el victimismo de Pedrosa y me emociona el estilo chuleta de Lorenzo, pero así y todo ninguno me hace olvidar a Rossi.

Me espanta celebrar el Día de la Raza o tener en los altares a tipos como Blas Infante, Sabino Arana o Castelao, aunque de este último me gusten otras facetas, y sobre todo me encorajina ese progresismo de izquierda nacionalista que no ha entendido nada y cree que si Franco reprimió los lenguajes alternativos deben ser buenos en sí mismos. Familiarícense con el término nacionalismo banal de Billig y verán, que al final, considerar lo propio como mejor, es tan excluyente como mandar a los negros a los asientos de atrás o prohibir el voto a las mujeres. Esas expresiones de identidad suponen un covadonguismo que parte de la exaltación de defensa de unos valores contra los de otros sin más análisis que la mera contrastación del distrito postal. Conceptos como anacionalismo o esperantismo deberían resultar mucho más progresistas, porque cualquier trabajador alemán o esloveno estará más cerca de nosotros que un terrateniente andaluz. Simplemente este último ha disimulado su señoritismo tras la defensa del terruño, pagando a sus empleados con una identidad y unos valores impropios, en lugar de hacerlo con las plusvalías hurtadas que le han permitido a él y sólo a él acumular más y más.

La izquierda valenciana o catalana ve más enemigo a Madrid y su centralismo, que a sus propios explotadores, como queriendo remedar a Roosevelt: pueden ser unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta.

lunes, 25 de mayo de 2009

La píldora de nunca jamás

Qué nos importa que la ministra de Igualdad siguiera adelante con su embarazo. ¿Es acaso relevante que desee el hijo, que pueda proveerle de los cuidados necesarios, o que su pareja lo acepte? ¿Tiene ya la seguridad de su viabilidad, de la ausencia de algún problema genético o algún otro inconveniente? ¿O quizá nos quiere decir que a las presuntas mujeres progresistas en edad fértil también les gustan los niños? ¿Era necesario? ¡Qué complejos!

¿Es ineludible llevarte mal con tu cónyuge para estar a favor de que cada cual se una o desuna cuando le venga en gana? ¿Es obligatorio tener una madre en silla de ruedas para defender el gasto en dependencia? ¿Hay que ser homosexual para defender sus derechos? ¿Puedes defender la eutanasia con un historial clínico impecable, sano como una manzana?

Si en lugar de mantener las denominaciones de abortistas y defensores de la vida lucharan por que los medios les reconozcan como pro-elección, como hace décadas instituyeron los americanos (pro-choice), no sería necesario tanta explicación banal. Tanto leerse el elefante y sus marcos y a la primera de cambio se dan un trompazo.

Pero Bibiana Aído nos lo cuenta en El Mundo, y afirma que es una ley equilibrada entre la libertad de decisión de la mujer y la protección de la vida prenatal. Ya argumenté sobre ello y no volveré, pero qué cagada de explicación. Me imagino a un consejero espiritual diciendo a la mujer maltratada, hija mía, aguanta un poco, es lo mejor para que tus hijos no se queden sin padre, eres su sostén, su equilibrio, quizá cambie, dale tiempo, ten fe en Dios. Ponderado equilibrio ¿verdad?

Pero tampoco sale airosa de la contradicción de que no se pueda comprar tabaco o alcohol a los 16 y se pueda abortar, que se mantenga la responsabilidad legal del tutor pero se le excluya en esta decisión. Bien podría haber preguntado qué pasaría si son los padres los que obligan a abortar: pero papá quiero quedármelo, mira niña, bastante has hecho ya, cállate de una vez y abortas ahora mismo y punto. ¿Defendemos la patria potestad en todos los casos?

Pero los críticos con la facilidad de acceso para la píldora del día después tienen razón cuando alegan que para los anticonceptivos normales es necesario receta y para un procedimiento excepcional no. Al final, es casi lo mismo con diferentes dosis. Con nuestro sistema de atención sanitaria no parece razonable que se excluya a los médicos del proceso, sobre todo cuando las farmacias se han convertido en tiendas de conveniencia: maquillaje, potitos, papel higiénico, gafas, etc.
Solo decir algo sobre la píldora del día siguiente. Tiene un efecto anticonceptivo y un efecto abortivo, depende de en qué momento logre su efecto. Así lo dicen los propios prospectos, que mencionan los cambios endometriales y los problemas que causan a esas pocas células. La regla -con perdón- es sencilla, si impide que el óvulo se una con el espermatozoide es anticonceptivo, si impide que el proceso siga, dificultando la anidación una vez que se han juntado los gametos, es abortivo. Fácil. To-ne-la-da. Mil kilos. La misma palabra lo dice.
Esta píldora vale para no pensar demasiado, para aceptar que quizá no se juntaron esas dos células, para dar una oportunidad al azar, al estilo del pelotón de fusilamiento, que pone una bala de fogueo en uno de los fusiles, para que cada soldado pueda descargar su conciencia de forma estocástica, en lugar de mirar el cuerpo inerte.
Que el concepto embarazo lo acepten después de la implantación del embrión es de nuevo la guerra de los momentos de verdad y tiene más de ideológico que de ciencia. El desarrollo embrionario y fetal tiene diferentes hitos, pero en realidad es un continuo como el de la vida adulta. Un óvulo solo muere al cabo de un tiempo, lo mismo sucede con el espermatozoide, se los puede congelar para preservarlos, pero siguen siendo eso únicamente: lo que ya eran. Pero si se juntan hay otra cosa, si no se ponen trabas seguirá siendo otra cosa, y ahí está el busilis y que rompe el continuo de indiferenciación para convertirse en algo independiente y distinto.

Así que el gran hito es ese, luego suceden cambios en la complejidad y establecer diez semanas o catorce o veinte es meramente formal, a los catorce años hay cambios y a los sesenta, pero no somos básicamente distintos hasta la muerte, cuando se interrumpe el proceso. ¿Es tan difícil aceptarlo?

Otra cosa es la necesidad de regular la píldora del día siguiente, la RU486 o el aborto instrumental mismo, el horror de los abortos clandestinos, los embarazos en quinceañeras, los niños abandonados por padres irresponsables o los hijos simplemente no deseados. Y para eso están las soluciones tan difíciles como aceptar la muerte provocada de un embrión. La vida de la mujer, la social, la económica, la interna, por encima de la vida de un futuro individuo que aún no es nada.

Pero por qué tanto rasgarse las vestiduras estos señores del PP que aprobaron la venta del levonorgestrel en 2001. ¿La libre disponibilidad es lo terrible? Ya es gratuita en Navarra y en Castilla León. ¿Qué ha pasado de pronto? ¿Han encontrado una nueva santabárbara con más munición ante las europeas?

Y ahora nos queda luchar contra los farmacéuticos que se nieguen a facilitarla por razones de conciencia, encubierta bajo problemas de abastecimiento. ¿Serán los mismos que se niegan a vender preservativos? Dado que las farmacias están bajo la concesión administrativa y disfrutan de cierto monopolio en su zona, se les debería retirar el permiso a los que objetaran, de la misma forma que se debería retirar de sus puestos en la sanidad pública a los ginecólogos objetores. ¿Toleraríamos a camareros musulmanes que no quisieran servir alcohol? ¿A taxistas testigos de Jehová que no nos llevaran a donar sangre? ¿A barrenderos con síndrome de Diógenes? ¿Es aceptable que la religión, la propia moral o un trastorno, contamine y dificulte la libertad de otros y la misma ley? Seguramente todos tenemos un Bartleby en nuestro almario, y está muy bien la obstinación personal cuando sólo de uno mismo se trata, pero aceptar que los demás colaboremos en su mantenimiento, y lo sufraguemos, es injustificable.

En algún momento hay que empezar a explicar que los derechos civiles no son obligaciones para todos, que el matrimonio puede ser maravilloso para unos y terrible para otros, que la vida es fantástica hasta que se hace insoportable, que ojalá los abortos no fueran necesarios, pero los pudientes lo pagan con seguridad hospitalaria y los desgraciados lo hacen en cocinas o en camastros y que la alternativa de tenerlo y darlo puede ser mortificante e injusta. Ya es hora de establecer el respeto a los demás como principal medio de convivencia. Echamos a los árabes, a los judíos, expulsamos a los franceses, cuando nos tocó emigrar nos vinimos con un coche de segunda mano y poco más. No estamos acostumbrados a convivir con lo diferente, seguimos imponiendo nuestras normas al turco infiel, aunque para ello haya que irse hasta la misma Anatolia. Por eso nos hacen falta más negros, más cobrizos, más gente de color extraño, que rompa nuestra raza, que desgarre nuestra estirpe, que nos haga entender que la pureza no vale, que cuando el agua es demasiado pura no quita la sed, que cuando inunda a las personas las hace aburridas, a los animales locos y a los reyes idiotas y prescindibles.