miércoles, 17 de junio de 2009

La veracidad en los pseudónimos

A la Sra. Leonor Barr Wheeler, Directora de la Escuela Primaria de Longdale.

Mi querida Sra. Wheeler, encomendamos a su cuidado a una niña feliz, sana, comparativamente equilibrada y demostrablemente inteligente, a la que le encantaba el colegio y adoraba a sus maestros y disfrutaba de la amistad de un reducido circulo de condiscípulos.
Ocho meses después nos devuelve un ser destrozado anímicamente, que suplica, que no lo llevemos al colegio. Según creo, la Asociación de Padres y Maestros y los Defensores de los Alumnos, han celebrado
reuniones secretas a fin de hablar del carácter de mi mujer y del mío y sobre qué hacer con nosotros. Dado que nadie ha venido a casa a discutir cara a cara los problemas que tanto nos preocupan es obvio que nos han juzgado y condenado en nuestra ausencia y el veredicto se ha filtrado de padres a hijos.
Mitzi empezó el curso con muchos amigos y lleva tres meses siendo el objeto de la mofa, el escarnio y el odio de los que más quería. Las pequeñas conspiraciones de los niños dirigidas contra ella, se inspiran en secreto en las de los padres y está siendo silenciosa e incesantemente perseguida y boicoteada y evitada durante toda la jornada escolar.
Este lento asesinato de la mente y del corazón y del espíritu de una niña es el orgulloso resultado de las reuniones patrióticas celebradas por algunos padres y patrocinadas por la Asociación de Padres y Maestros y los Defensores de los Alumnos.
Me gustaría que vieran lo apropiado y valientemente que nuestra hija trata de librarse del desconcierto de su primer encuentro con la barbarie que se hace pasar por virtud americana. Una barbarie que comenzó en su escuela entre adultos. Ahora que hemos descubierto las razones de la agonía de Mitzi, naturalmente le procuraremos un tratamiento competente que le libre de las cicatrices
infligidas. […/…]
Los daños psíquicos que ha soportado no los hacen menos reales que si, en un sentido físico, los hombres y mujeres de la Asociación de Padres y Maestros y los Defensores de los Alumnos, hubieran incitado a sus hijos a darle una paliza y dejarla inconsciente en el recreo.



Mitzi es, fue, la hija de uno de los represaliados por la caza de brujas de McCarthy, quizá del más conocido, quizá del más combativo. Mitzi es la hija de Dalton Trumbo y autor de la carta de más arriba. Para quien este nombre le haga escaso eco en sus recuerdos, digamos que fue el ganador del único Oscar que nadie recogió porque no existía el premiado. Para subsistir tuvo que utilizar hasta trece seudónimos y Robert Rich fue uno de ellos. El desconocido ganador del Oscar por el guión de Bravo.

Durante la Segunda Guerra Mundial, 277 guionistas se alistaron para luchar contra el fascismo. Cinco no regresaron. Seis años después, 43 de ellos entraron en una lista negra dictada por el Comité de Actividades Antiamericanas, perdiendo sus trabajos, sus pasaportes y su libertad.
Dalton Trumbo hizo los guiones entre otros muchos de Vacaciones en Roma, de Espartaco y de Johnny cogió su fusil. Acabo de zamparme de nuevo esta última que Trumbo también dirigió. Creo que todos la habéis visto. Hay algunos lectores repugnantemente jóvenes que en la fecha de la producción, 1971, estaban esnifando polvos de talco y quizá no se la hayan arrojado al coleto. En modo alguno pienso contarla. Es una película de las obligatorias, de esas de pantalón largo con vuelta, que te jode la vida y te estremece el alma, de esas que te hacen cambiar el voto si eres de los que no te detienes a pensar. Casi siempre la colocan en la bandeja del antibelicismo, y sin duda bien está situada, pero también es más cosas, la primera es sobre la eutanasia, indispensable contribución, pero también Johnny cogió su fusil habla de la libertad en general, la relación paternofilial, la culpa y el perdón, la aceptación, sobre todo, de la presencia de los demás con sus expectativas y sus necesidades. Un ejemplo, una pareja de novios se están besando en el salón de la casa de la chica. Él chaval se va a la guerra. Entra el padre de ella y dice algo así como en mi casa no podéis hacer esto, como si fuera el asiento trasero de un coche. Pero papá, se va mañana. Vete a tu habitación, le ordena a su hija con voz grave. Y tú vete con ella. Síguela ¿Sabrás cuidar a una mujer, no? le lanza al soldado lampiño alfombrándole el camino.


Es sorprendente que esta película no se ponga obligatoriamente en cada colegio, no tanto para adoctrinar, que falta les hace a profesores y alumnos, como para discutir, para plantear las guerras, para hablar de la muerte, del egoísmo y de la generosidad, una película como estímulo de casi cualquier cosa, para relativizar la propiedad cuando se pierde, para añorar el sol cuando la vida te lo ahúma. Es una película para centrar la importancia de las cosas y mirar el mundo de otra manera, no de la mía, pero sí distinta a la previamente habida.

Y si es necesario ponerla en cada colegio, más lo sería ponérsela a nuestros próceres, a diputados y senadores, a alcaldes y presidentes de diputación, a ministros y asesores, a los obispos y a los jueces, a periodistas y sindicalistas. Curiosamente excluiría a los militares, que son los únicos que piensen lo que piensen –no haré chistes- se lo guardan en sus cabezas y mantienen su papel de baby sitters de la democracia, no de unos intereses espurios, sin grandes coches, sin intercambiar cabezas en las fotografías, sin declaraciones inoportunas, pagándose sus trajes y sus viviendas, a los milicos últimamente sólo se les pilla en renuncia cuando dejan que el trillo lo maneje un campesino murciano tramposo destrozando la mies. Todos los demás utilizan sus salarios para buscarse sinecuras, para disponer de un altavoz mayor que el de los que representan, para mentirnos, para medrar, para acoger familiares y amigos o directamente delinquir.

Si podéis, ved Trumbo y la lista negra, un documental de Digital +, maravilloso si no fuera tan descorazonador tener tales semejantes, genial por la misma y especular razón.

Termino con otro texto de Trumbo, sin contexto evidente, pero que me vale de pretexto para reincorporarnos al mundo, al mundo de coger las cosas por las solapas y no dejar que algunos nos digan a los más, cómo debemos llevar nuestras vidas. Unas palabras contra la rendición.

Barcelona calló y no estabais allí, ni yo estaba allí, y quizá si hubiéramos estado la ciudad hubiera resistido y el mundo hubiera sido otro y mejor; pero estábamos aquí y aquí seguimos juntos; y nuestra ciudad no caerá, y si cayera, más nos valdría quedar enterrados en sus ruinas que estar ausentes por segunda vez.

domingo, 14 de junio de 2009

Transporte cúlico

Soy un copión, lo reconozco. No se crean que me he estado examinando. Qué va. Es que el otro día leí en un blog amigo una entrada sobre espacios ocultos en este Madrid de nuestros desvelos y hoy, con la que estaba cayendo en la capital que hasta derretía el Apiretal, voy y me hago una de recintos ignotos. Copión y usurpador.

Lo malo de la tarea es que si son ignotos, no sabes donde están y por tanto no puedes ir en ninguna dirección prefijada. Así que a vagar por las calles de Madrid. Me había dejado el Peeping Tom Tom en casa, así que utilicé como postrer sustituto las posaderas de cualquier zagala que llevara mi paso para teletransportarme. No se asusten, es la metáfora de la Cruz del Sur, de la más próxima Estrella Polar, de la brújula –como nínfula pero en malvado- que te guía pero en formato antifonario, que dirige tus pasos sin el esfuerzo de calibrar tu decisión cada minuto. Se preguntarán qué pasa si el pandero se encamina por arrabales indeseados. Sería fácil responderles que el camino está en el proceso, que uno es viajero y no turista y demás pamplinas que la gente repite sin parar. El dictamen es más prosaico, ¿va el culo por la sombra? ¿hay una cuesta inaceptable? Si la respuesta es afirmativa cambia uno de ancas, que en esta época están todas en sazón, respingonas, prietas, abultadas; uno se queda meditando apoyado en el árbol de decisión y ve cómo sus antiguas guías se alejan, pero presiente unas nuevas que se acercan nerviosas, dispuestas a servir de trasero alfa y precederte en tu viaje.

Con el ritmo de unas nuevas nalgas irredentas como hemisferios cerebrales de un elector de izquierdas, me encaminé por el viaducto hasta que a los pocos minutos surgió delante de mi un recinto ignoto: la Dalieda de San Francisco (40º24’36’’ N 3º42’52’’ O). Ahora se lo explico, déjenme antes que les diga que es una pequeña zona verde que ocupa un solar abandonado junto a la iglesia de San Francisco el Grande que mira al parque de la Cornisa. El jardín mantiene el trazado del antiguo convento de San Francisco destruido en la Guerra Civil. Se pretende que cada parterre tenga diferentes especies de dalias, de ahí lo de dalieda.

Las dalias vienen de México y florecen ahora, al principio del verano, en el lenguaje de las flores –sí, ese idioma que no existe- significa tus ojos abrazan, lo que no deja de ser turbador y a la vez paranoico si son también tus brazos los que miran. Son de la familia de las margaritas, por lo que deben resolver satisfactoriamente las dudas del amor: lo dejo o me largo. Lo han deducido correctamente, existen las dalias trucadas, las que mienten más que Johnny Guitar.

Dalieda de San Francisco. Ya me imagino que de rosaleda, dalieda, pero nominator no hizo esta vez uno de sus mejores trabajos. Quizá bastaba algo como jardín de dalias, o paseo de las dalias, para lo que no hace falta pensar mucho, siempre se podría haber puesto uno castizo y proponer dalias a porrillo o dalias a tutiplén o quizá buscar un nombre extranjerizante de esos que tanto les gustan a los munícipes, Dahlias’ terrace por ejemplo, aunque a mi la que más me hubiera gustado, la que claramente hubiera sugerido la exquisitez de la flor, sin duda hubiera sido Daliacatessen. Qué malo es pasar hambre.

Como quiera que sea, el jardín limita con una tapia que limita la santidad de lo terrenal, lo celestial y lo mundano, como si por un lado se orase y por el otro cayeran los cuerpos fusilados, como si en el haz estuviera puesta la mirada absorta del penitente y en el envés la espalda trémula del dispuesto a morir, desentendiéndose ambos, el uno del otro.

Y la rusticidad del ladrillo macizo visto extramuros contrasta con las formas cuidadas del templo, con sus fachadas en albero lavado, en goloso mantecado y esa tapia con sus arcos cegados, que en algún momento negaron la entrada a otra forma de ver el mundo, confirma esa imposibilidad de entendimiento.

Las dalias todavía seguían allí, desperezándose con dinosaurios, pero el enorme calor las estaba agostando y tuve que buscar un tafanario de vuelta, más maduro, de andar más quedo que me regresara a casa. De camino pensativo confundí mi guía con las témporas y me dí cuenta que paseaba perdido por los sitios en los que fui feliz, como si regresara al lugar del crimen, el delito del deleite, la ventura que alguna vez llenó, aunque fuera parcialmente, mi vida y que estaba eternamente vinculada a esos barrios y callejuelas.

Con el sudor escarchándome las gafas fui incapaz de no toparme con una manifestación en bicicleta. La brújula de mis resabios se volvió loca, había culos por todas partes, masculinos y peludos, femeninos e inquietantes, desnudos todos de solemnidad. En un alarde de verticalidad capicúa textil, solo llevaban gorras y zapatillas, unos paréntesis de pudor que acotaban pechos enhiestos, barrigas prominentes, pubis revoltosos y mingas morenas. Reclamaban más respeto a su medio de transporte, dicen sentirse desnudos ante el tráfico. Para ello uno paseó en patín con un tricornio, mostrando su timón de cola.

El sábado no fue mal día para pasear en pelota por Madrid. Pero se han cargado mi sistema de orientación. Ya soy en mi ciudad como una ballena desorientada que no distingue la proa de la popa. Quizá afortunadamente.