sábado, 19 de septiembre de 2009

Displicencia a la disciplina

Un niño de cinco años entra en casa, deja la mochila en el sofá y va a la cocina a beber un vaso de agua. ¿Qué tal, hijo? pregunta su padre en chanclas y camiseta sin tirantes. Me han castigado por correr por el comedor. ¿Qué te han castigado? ¡A ti! ¿Quién ha sido? ¿Quién ha sido? ¡Esos mierdas se van a enterar!

Afortunadamente ese hombre no vivía en Texas y acababa de engrasar su revólver. Vivía en Madrid. Así que se puso sus pantalones pirata y fue a partirle la cara a aquel que osó reprender a su hijo de cinco años. En su hazaña tuvo que zarandear a la directora y tirarla al suelo y no cejó hasta que la policía vino por él. Edificante.

Como sabrán, mi actual serie de cabecera es El ala oeste de la Casa Blanca. Ya se pueden imaginar que la sala de prensa, ese lugar donde se informa al cuarto poder de las decisiones diarias del primero, está siempre repleta. En alguna ocasión, es el mismo presidente de los Estados Unidos el que entra en la sala para dirigirse a los periodistas. No lo creerán ustedes, pero todos ellos se ponen en pie cuando el presidente de la nación entra. Es una muestra de respeto a la primera autoridad del Estado, al cargo electo más importante. ¿Se imaginan aquí? Aquí no se levanta ni dios porque aquí se considera humillante ser educado y respetuoso. Ni el cargo, ni la edad, ni el prestigio, ni nada hacen que mostremos un mínimo de consideración. Incluso Zapatero ya jugó a eso, confundiendo a Bush con los americanos.

Un juez en Barcelona acaba de dictar una sentencia en la que llamar hijo de puta al jefe no es motivo de despido, lo que traducido es que no es motivo de nada, y resulta gratis decir públicamente este tío está loco y poco después llamarle hijo de puta. Por lo visto no es proporcional y se considera que ese lenguaje es de uso corriente hoy en día. Al gerente, con aparente madre licenciosa, sólo le quedaba ciscarse en la del otro buscando la reciprocidad o contárselo al padre del niño gamberro y hacer que pareciera un accidente.

Se estima que un 10% de los profesores es agredido ¡coñó, más que lo soldados en misión de guerra! Por eso Esperanza Aguirre quiere dar estatus de autoridad a los profesores mediante una ley. Básicamente mayor pena y principio de veracidad. Seguro que no evita que un tontaina de ocho años levante la mano a una maestra, pero hará que cruzarle la cara a la directora de un centro, como hizo hace nada la madre de un chaval, cueste más de 120 euros, que fue la multa con la que un juez apercibió a la diplomática madre. Esperadme un momento y pedidme unas tortitas, que dejo el 4X4 en doble fila, le hincho un ojo a esa boba de la jefa de estudios y estoy aquí en un pispás, que hoy tengo suelto. ¡Será por dinero!

Como la propuesta salió de boca de Aguirre, en seguida salieron los enrollados de padres progresistas sin coderas y empezaron a decir que si volvíamos a la vara de avellano, que el respeto hay que ganárselo y bobadas por el estilo, de tipos que leyeron Summerhill a la vez que Juan Salvador Gaviota e ignoran todo de nuestro Ferrer i Guardia. El presidente de la CEAPA, Rascón, líder respetado de estos señoritos, llega a preguntar si nuestros adolescentes ingresarán en la cárcel por este motivo. ¡Será por retórica!

Y es que autoridad nada tiene que ver con castigo físico, ni mucho menos con intervención penal de la justicia. Desde mi más recia infancia hasta mi más tierna madurez, he utilizado el tú y el usted con profusión discriminada sin mayores problemas de falta u observancia de respeto. Mi directora del colegio era Josefina y todos los profesores eran Antoñita, Tere o Isabel. Únicamente la deseable Miss Ana era Miss por aquello del inglés. Siempre el tú. Nos castigaban en el pasillo, nos mandaban al despacho de la directora, o llamaban a nuestros padres según una escala de gravedad creciente e indefectiblemente la reprensión continuaba en el domicilio. Seguro que hubo alguna injusticia y también la omisión de un castigo merecido, pero era impensable que nos liáramos a tortas o viniera el progenitor Zumosol a saldar las cuentas. Pero las cosas han cambiado.

Ya vimos cómo se ponían los padres de los asaltantes de la comisaría de Pozuelo cuando el juez determinó que deberían estar tres meses sin salir a partir de las diez de la noche. Los padres estaban indignados con la resolución. Total, sólo habían destrozado el mobiliario urbano que encontraron y quemaron un par de coches de policía. Los abogados dicen que no tenían antecedentes. En mi época se empezaba robando un bollicao o una bolsa de pipas, porque el cuartelillo nos parecía un poco más infranqueable. Pero esta generación no encuentra fronteras.

Ustedes los vieron en televisión con los calzones bóxer asomando por los pantalones y los blasones del Gotha escondidos en el carné, con sus patillas recién estrenadas, sintiéndose los reyes republicanos del mambo, lanzando a los antidisturbios teselas del jacuzzi porque el adoquín pesa mucho. Ya llegará luego papá/mamá invocando el habeas corpus, no sea que el niño no desayune caliente.

Al fin y al cabo, el maestro, el profesor es un mierda de licenciado que gana en un colegio privado entre 1200 y 1500 euros después de quince o veinte años de experiencia, y eso se lo gasta mamá en medias y papá en puros.

Quizá haya que recordar a Esperanza que recomendó la objeción ante la obligatoria Educación para la Ciudadanía, que manda mensajes sobre el poco respeto que hay que tener a Zapatero, o a los Ministros, o que ella misma tomó el pelo a su presidente Rajoy o agredió incruentamente a Gallardón o asaltó, manu regionali, Caja Madrid. Esperanza es, sin duda, una presidenta violenta en sus modos. Recordarán el chuleo de la Ley del Tabaco. En Madrid las zonas de los restaurantes se separan con un folio en la pared. Los jefes fuman en sus despachos con un desprecio absoluto al resto de empleados, lo hacen los taxistas en los coches, lo hacen sus funcionarios en la Administración Autonómica por mucho que tengan como excusa la necesidad de crear cortinas de humo.

No sé si falla la educación, pero Esperanza Aguirre y Francisco Camps han alentado la insumisión y la falta de respeto a las leyes, a las normas y a la simple convivencia. ¿De verdad están en condiciones de exigir a alguien modales?

domingo, 13 de septiembre de 2009

Puño, mediamanga, mangotero

De nuevo Pedro José Ramírez editorializa sobre los usos y costumbres de los demás. Ahora toca el puño que Pajín y Aído enarbolaron en León mientras cantaban La Internacional. Llama vejestorio a Guerra y chavala a la ministra para preguntarse qué pasaría si Rajoy hiciera lo propio con el brazo en alto en una identificación de ambos saludos. Rajoy dice que le llamarían fascista. ¡Anda que hace falta que levante el brazo!

Quizá la diferencia esté en que unos se avergüenzan de su pasado y otros no. Quizá en que unos tengan a un presidente honorario, firmante colegiado de penas de muerte bajo el saludo fascista, y otros no. Dicen que Picasso lo tachó del Guernica, pero olvidan este cartel de Miró.

Lo cuenta en su predio de papel este domingo, nos da lecciones de moral quien pasa sus ratos libres entre sonidos de claxon, entre tutú y pipí, jugando a ser ingenioso con el nombre de Pajín al que asocia Puñín. No se le debe haber ocurrido nada con Aído, quizá porque prefiere tirar del hilo del lío de Benidorm y la madre de Pajín y no recordar cómo Zaplana, el telefonista, tomó el poder y comenzó su carrera hacia el estrellato. ¡Cómo se debe de estar riendo! De lo mío de Terra Mítica nada y al pringao este del hereu le pillan por unos trajes. ¡Y además le sientan peor que a mí!

Pero sobre todo, hablan de símbolos desfasados los que aplauden la monarquía, con sus toisones, duques y marqueses, tronos y cetros, esos mismos hablan de desfase cuando pierden el culo por ejercer de súbditos, con cabezazos y reverencias ante restos absolutistas del poder con legitimidad divina. Lo dicen los católicos que se hacen pases mágicos al sentarse a la mesa, al salir de casa o al emprender un vuelo, que portan estampitas, crucifijos, rosarios o juran ante biblias. A todos esos les estorba un puño en alto.

No seré yo quién defienda a Leire o Bibiana, tan friables en tantas cosas, incluso puedo estar de acuerdo que cuando se ostentan posiciones de representación ciudadana, se deberían evitar los aderezos ideológicos personales. Un ministro lo es de todos los españoles, hayan votado a su partido o no, por lo que demostraciones del propio sentir deben quedar fuera, ya sea un meapilas o un rojo recalcitrante. Si cuando los ministros juran ante la Biblia critiqué el obsceno acto, no puede ser menos el reproche de que se haga participación litúrgica del predicamento izquierdista, por más que yo, si fuera suficientemente gregario, hubiera levantado el puño en mi condición de sujeto no electo ni representante nada más que de mí mismo.

Pero tampoco es para rasgarse las vestiduras, o rascárselas ya que les pican tanto, por representar ese entremés de izquierda en Rodiezmo, como disposición transitoria de la política que se desea ejecutar. Recordarán ustedes el gesto de subir al balcón del ciudadano Pedro José Ramírez junto al casi presidente Aznar en la semana santa del 96. Si el puño es proclama de lucha, de apoyo a los desfavorecidos, de renuncia al apesebramiento, la sonrisa franciscana del director de El Mundo en el balcón de Carabaña –donde ya saben lo que hacen con las cañas- viendo una procesión junto a Aznar y Botella, en el gran encamamiento de poderes, no era menos demostración gestual de lo que querían y se afanaron en conseguir.

Pero este domingo le dedican otra doble página al asunto en el mismo periódico para citar al historiador Pérez Sánchez que concluye que después de la caída del Muro de Berlín el gesto del puño ya no tiene sentido. ¿De dónde ha salido este tipo? ¿Cree que la explotación acabó con las piedrecitas que regaló Interviú como amuletos históricos del gran deshecho? Dicen que Stalin no saludaba puño en alto porque entendía que la opresión en la URSS había desaparecido.

Recordarán ustedes la foto sobre el podio de la carrera de 200m de dos negros con los puños enguantados y levantados en los Juegos Olímpicos de México 68, sin duda afectados por el muro de Berlín, como queriendo decir nosotros también somos berlineses, y en modo alguno querían lanzar al mundo su protesta contra el racismo ni la discriminación.

Menos mal que nos quedan los periodistas y los historiadores que no tienen nada de qué escribir y nada que recordar.