sábado, 26 de junio de 2010

Hacia ninguna parte

Ya saben que mi carné ahora pone, en el apartado de profesión, mis paseos. Ya sé que los más atentos dirán que eso es de la época en que tomábamos Mirinda, pero yo soy un manitas y he recuperado la tradición. Que no todo va a ser maltratar toros. Como les decía, no paro de dar vueltas. No como antes que era rumiar ideas y obsesionarme con cosas propias y ajenas, ahora me dedico a la externalización del viaje interior que hacen los concienciados y como soy más torpe me quedo en patrullar por mi distrito y vigilar el parque. Estoy patrocinado por el zapatero de mi barrio –no confundir con el de la nación- y ahora empiezo a entender lo que es labrarse una carrera. Lo digo por los surcos.

Son paseos sin destino. Por no tener, ni siquiera tienen el de pasear. Son paseos quema venenos, caminatas que constituyen la excusa del por mi que no quede, vagabundeos que te expían de la culpa de aquellos días de vino y rosas y te prometen un porvenir sano y alerta.

Ya les comenté que para mi una buena forma de pasear un domingo, o cualquier día feriado, era utilizar un buen culo femenino como teletransporte. Salías distraído en modo vigilancia hasta que el respingón de turno te decía hacia dónde ibas a encaminar tus pasos. Por supuesto que si se cruzaba otro más fresco, más orondo o más rítmico, mi peripatética religión me permitía el cambio y el norte trocaba en sur y el este en oeste. Ya saben, viento en popa a toda vela.

Ahora me gustaría hacer lo mismo, pero las fuerzas no son iguales, ni tampoco los culos. Deben ser las horas; hoy en día, que todo el mundo dice saber manejar los tiempos. En realidad deberían saber manejar los espacios y largarse a hacer puñetas, pero se quedan y manejan la otra parte de la ecuación, la que huele a persistencia y eternidad. Les contaba que a mis horas, esos culos líderes deben estar trabajando o en el taller de ajuste, porque salvando a algunos fugaces y espléndidos en mallas que te adelantan sin que te dé tiempo a nada más que a añorarlos, lo normal es que el universo trasero sea tirando a horroroso. La verdad es que yo tampoco tengo mucho más que ofrecer.

Así que, o te diriges a ese Finisterre que todos tenemos en nuestro magín localista, ese límite de ámbito, al internalizado patio de tu casa, ya sea porque se cruza una vía, una carretera, o cualesquiera otros accidentes urbanos, o te haces un camino de tiendas y personas anómicas. Por supuesto este es más divertido, pero mucho más caro. El otro está bien para un ratito, pero la obligación mata la poesía. Además te encuentras cada dos por tres con Rajoy. No me refiero a Don Mariano en persona, significo su arquetipo. Bastante tiene el Rajoy de verdad con la depresión de su urólogo. Me imagino que están al tanto. El médico le dedicó una canción, de la que era letrista, al líder del PP que fracasó estrepitosamente en Eurovisión. Ya saben esa de Algo pequeñito, algo chiquitito. Por lo visto el médico se sintió inspirado tras hacerle una consulta rutinaria el señor Rajoy y decidió escribirla. Pero de nuevo una barretina se cruzó en el destino de Rajoy, esta vez en su involuntario himno pudendo.

Pero el médico de las partes bajas de don Mariano no es lo importante. Cuando decía que me le encontraba, me refería a sus sosias, esos hombres que ves con zapatillas de deporte recién estrenadas, con sudaderas que aún conservan los pliegues, con cara triste y paso rápido paseando a horas que no tocan.

Van con su mirada absorta en su preocupación, detectándose el pulso, analizando cada crujido de la armadura que demostró ser tan frágil, buscando uvis móviles entre las sombras de sus temores. Nos vemos pero no nos miramos. ¡Quién quiere este club! Nos cruzamos en el deambular errático y los más soberbios aceleramos para doblar al más renqueante o al que se dejó la competitividad en la Unidad de Cuidados Intensivos. O tempora , o mores!

Y como ellos Rajoy se pasea por las televisiones, por los medios y plazas, meditabundo, irresponsablemente negativo, dispuesto a no esforzarse, a dejar el riesgo y el compromiso para mejor ocasión, creyendo que cualquier esfuerzo será para peor, mirando su porvenir incierto, lleno de amigos traidores y herederos interesados, no sea que muera en el intento de conseguir sus deseos.

Ahora pide que se fije el déficit en la Constitución ¿para cuándo la tarifa de las asistentas se incorporará al preámbulo de la misma? Quiere meter un asunto coyuntural en la ley fundamental. El Rajoy de las grandes ocasiones vestido de largo, dejando para otros las tareas inesquivables que tiene que acometer este país. Valga como ejemplo la economía sumergida que en estos días ha dejado escapar del pecio 3000 fortunas más amantes de Suiza que de nuestra madre patria. Y algo de ocultación de ingresos ajenos saben los registradores y los notarios.

La selección española jugará enlutecida por lo de Castelldefels. ¿Por qué no lo hacen todos los equipos cada domingo de Liga, en los que con seguridad nada estocástica, se triplican o cuadriplican los muertos en las carreteras de fin de semana? Sale un representante de los millares de millones que existen en este país de cosas varias, para decir que ya habrá hora de buscar culpables. ¿Hay algún otro diferente a las mismas víctimas? Dicen que el paso es una ratonera en estas noches de San Juan. Hay que preparar las infraestructuras de todo un año para los atardeceres de una semana para la gente que va a la playa y que no puede hacer dos o tres minutos de cola. ¿Para cuándo el tercer AVE a Cantabria? ¡Qué no falte de na!

Y claro no puede faltar el momento catedrático valenciano con el oremus perdido. En esta ocasión es López García-Molins en relación con la foto de Chaves, un andaluz, escuchando a Montilla, otro andaluz, con cascos en el Senado. Pide que todos los dirigentes políticos entiendan todas las lenguas de España o que se dediquen a otra cosa. El metalenguaje es ahora el medio. También quiere cambiar la Constitución. Y reclama que el euskera vuelva a ser el símbolo de la especificidad peninsular. Y lo quiere en un par de generaciones. ¿Está este tipo en el mundo?

Tras tantas explicaciones de índole económica, después de tantos esfuerzos por convencernos de lo imposible de gobiernos, sindicatos, uniones europeas, patronales y fondos monetarios, sería bienvenido que el cantamañanerismo desapareciera, al menos que no se le diera pábulo, que se quedara apoyado en la barra del bar o en la fiesta de familia ¡qué baile la niña o mejor: qué diga algo el catedrático! Y tan contentos.

¿A qué seríamos todos más felices?