sábado, 22 de agosto de 2009

Todos endiablados

Hoy estoy muy contento. Tanto que me he vestido de La Diablada, previo permiso del juez, ese que dictamina la transexualidad y te dice cómo te tienes que sentir y qué cojones te pones hoy. Me he tocado -cómo me gustan los dobles sentidos- de esta guisa para celebrar el bienestar y la fortuna de América Latina -como nos obligan a decir los franceses-, Iberoamérica -como sugieren los menos poderosos portugueses- o Hispanoamérica -como nos enseñaban cada Día de la Raza y escribían en las pizarras y encerados de nuestra primera infancia-.

Decía que me he vestido para festejar, que nada más pasar Tijuana o Ciudad Juárez, las cosas deben ir de maravilla, cuando los presidentes se levantan en armas dialécticas, algunas de cierto alcance intelectual, como llamar a uno gordo y se enredan en disputas de tradiciones y derechos por unos ropajes. Así ha sido hasta el punto de que el Gobierno de Bolivia acusó a Miss Perú, Karen Schwarz, ¡vivan las raíces!, de "apropiación de patrimonio cultural" porque se presentará en el concurso de Miss Universo con un traje de "La Diablada", una danza que reclaman emblemática del folclore boliviano. El Ministerio de Culturas de Bolivia dijo que ha enviado cartas a su embajador y a las autoridades culturales de Perú para expresar su preocupación ante lo que puede ser "una apropiación indebida del patrimonio cultural boliviano". Mal asunto para pueblos que tienen tanta gente dando vueltas por el mundo en pos de una vida mejor, que consideren que uno se apropia indebidamente de la cultura de otro; a un paso están de que algunos europeos comprensivos, les pidan que devuelvan las cartillas sanitarias, los subsidios, las enseñanzas obligadas, la lengua misma.

Lo curioso es que para aspirar al universo estético hay que renunciar al regionalismo ético; así lo debiera saber Evo Morales si le pide prestado a Hugo Chávez alguna obrita marxista y entre jersey y jersey tricotado distingue globalización de universalismo, y aún más, conocer que sus diabladas tienen sus antecedentes en la Cataluña del siglo XV, posiblemente mucho antes, y su Ball de diables, en las sempiternas luchas del bien contra el mal, que se siguen viendo en los correfuegos valencianos y que más que bailes eran representaciones teatrales callejeras y que en nuestros días pueden también verse por el Penedés y el Garraf como sátiras políticas. De este modo llegó a América la celebración en honor de la Virgen de la Candelaria o Virgen del Socavón, patrona honoraria de Madrid como todos ustedes saben, de amplia implantación en España y en muchos países suramericanos.

Pero incluso la historia va a más, ya que la Virgen del Socavón protegió a un bandido, Nina-Nina, -Paco-Paco en valenciano, Chiru-Chiru en quechua-, que repartía sus ganancias entre los más necesitados y que era imposible de atrapar y que murió desangrado, tras intentar huir con su amada india, a manos del padre de ésta. Fue una mujer vestida de negro hasta los pies la que lo llevó al hospital. Los lugareños reconocieron a la dama como la Virgen del Socavón. De esta forma se convirtió la cueva que habitaba el ladrón en templo santuario, suntuario si la historia hubiera sucedido en Valencia.

Así cada año para conmemorar el milagro, los indígenas, se visten y se adornan y sacan a pasear las cuerdas de sus charangos mientras soplan sus zampoñas olvidando sus miserias crónicas, lo que son y lo que les espera.

Así, ahora, los notables olvidan sus verdaderos problemas y Alan García manda sus chicas a concursar por esos trofeos de dignidad efímera y se enzarza con Morales por los trajes regionales, ambos a dos recurriendo al nacionalismo étnico, imitando a la madre patria en la que algunos trajes autonómicos son un regalo del cielo para impecables impecunes.

Aquí las cosas son distintas. Aquí hacemos los trajes obligatorios y hay muchas iniciativas municipales que quieren que en las playas no se vean genitales. Y para explicarlo recurren al esperpento de llamarlas playas familiares, como si una pareja con dos niños, todos en pelota picada, fuera una agrupación biológica de interés etnográfico o una bandada de humanos. Más les valiera prohibir los pantalones cortos con raya de plancha en los centros comerciales de la capital para todos aquellos varones que hayan cumplido los dieciocho años o dieciséis si van acompañados de sus padres.

Menos mal que Camps ha creado un registro, al margen del Civil y sin efectos jurídicos, para los abortos. For the miscarriages si han seguido clandestinamente la asignatura Educación para la Ciudadanía en inglés. Propongo que, además de los ideólogos, incluyan también a los adultos de sexo masculino y género fofo que visten chanclas en zonas urbanas y a los conductores que socializan de forma obligatoria su música, básicamente ruido secuencial, con el resto de ciudadanos.

Pero el PSOE y el Gobierno de la nación pintan de verde cualquier atisbo de mejora y muestran sus dudas con respecto a casi todo y se desdicen entre sí. Con lo fácil que es anunciar con cuatro datos en la mano, que mientras las cosas sigan así, no hay 400 euros, no hay cheque bebé, se incrementa la fiscalidad de los SICAVs, ya saben los islotes fiscales al 1% de los ricos, decir que se diferenciarán fiscalmente las rentas del trabajo de las del capital, que suben los impuestos del alcohol y del tabaco, que se hará un apaño de costes sociales para las empresas que absorban parados de larga duración, que se congelarán los gastos militares proteste quien proteste y cuatro cosas más, y cuando volvamos a atar los perros con longaniza ya veremos qué es lo que se hace. ¿Se podría llamar liderazgo?

Mientras Rajoy y sus muchachos, tras los últimos acontecimientos de desfile por los juzgados y posterior victimismo por ser tratados como todos ante la ley, y considerando su paso a la posteridad, se ofrecen a la Fundación Cavadas como donantes universales de cara, por su extensión, por su dureza a toda prueba y por las ingentes cantidades existentes. Los cirujanos lo están pensando. Sería un buen convenio si no fuera por el coste del enorme rechazo. Y el asco.

lunes, 17 de agosto de 2009

Un clavo saca a otro clavo

Cuando haces el amor con una mujer, te vengas de todas las cosas que te han derrotado en la vida. ¡Y un huevo! Esto último es mío, vamos del acervo cultural que tenemos los enfadados crónicos. La cursilada la dice Ben Kingsley en Elegy de mi deslustrada Isabel Coixet. O presumiblemente la dice Philip Roth que es de quien se adapta su novela El animal moribundo. Anyway. La Coixet tiende a poner en palabras lo que debería poner en imágenes, que para algo el medio es el medio, además del mensaje. Así le quedan películas textuales, mucho más coñazos que los libros visuales. En estos últimos el autor ayuda al lector a vivir con él el relato, mientras que en aquellas, el autor se empeña en sustituir al libro, rompiendo cualquier imaginación y participación posibles. Quizá la hayan visto y no estén de acuerdo. Lo digo por mera suposición estocástica, porque no me toca la primitiva y nadie está de acuerdo conmigo, así que lo normal es que les encante la pasarela de miradas del reconvertido Gandhi y hayan sufrido con la historia de Penélope Cruz.


Ciertamente ninguno de ambos actores me gusta. Él se basa en su peculiaridad física y cualquier día le veremos hacer de Ramón y Cajal bajito o de Juan Ramón Jiménez bronceado; y ella fundamenta su fama en la imposición de manos de papá Almodóvar y en sus peculiaridades físicas -al loro con el plural-, francamente interesantes que ya nos sorprendieron con el profético duplicativo de Bigas Luna, Jamón, jamón. Y está bien eso de volver a pasar las escenas teteras en cámara lenta y detener la imagen y si uno es tecno-salido pasarlas al iPhone para verlas también en el ascensor. Pero a veces queremos que las actrices hagan algo más que mostrar esos momentos cumbres –hoy va de analogías- y nos embauquen definitivamente. Menos mal que está Patricia Clarckson, de tetillas breves pero intelectualmente mucho más carnal y Dennis Hopper, infinitamente más adorable. Lástima que sean papeles secundarios.

El asunto va de un profesor universitario de filosofía. Siempre sacan a Barthes en la pizarra. A veces se desmandan y ponen a Derrida. Es la contribución del cineasta a la causa. Cuando Aristóteles sabía mucho más de causas que estos otros, pero ¡queda tan antiguo! Ni Husserl, ni Hegel por empezar por la H o poner a Kant si quieren un pensador de categorías. Nada. Pongamos a intelectuales franceses que es lo elegante. El caso es que el profesor organiza una fiestuqui a todo plan –adviertan la aguda mezcla de neologismos con retrocalificativos para que luego no me acusen de antibartheriano ¡colaboren un poco, por Dios!-. Pues eso, que seduce a Penélope en plan rollito culto y charleta intelectual –con más de sesenta años está uno como para no utilizar la lengua- y empiezan un romance pedorro de celos y libertades, inseguridad y arrepentimiento, de confesión y mentira. Por supuesto que los personajes son equilibrados, inteligentes, tienen pasta, son polifacéticos y como gusta ahora a la gente decir: articulados –el Manolo es articulado, por ejemplo o la Mari es articulá, más coloquial- dicen frases discutiblemente maravillosas, son elegantes, van a fiestas y no tienen barriga, pero sí casas bien decoradas y beben vino en copas grandes de cristal fino ¡muerte al duralex! Todo eso quieren condensar en las miradas intensas de Kingsley vestido de Greenwich Village –el barrio neoyorquino, no confundir con los Village People- yendo a restaurantes cool y tocando a Arvo Part y escuchando a Satie en ese piano que todos tenemos en casa para olvidarnos encima las cosas.

No les voy a contar el final, aunque algunos de ustedes busquen la excusa, pero dice Coixet que el profesor encontró el amor a través del sexo, no se sabe si queriendo lanzar otra frase de calendario o de verdad se cree esa paparrucha. Lo único que uno encuentra a través del sexo es la vejez, porque es lo que lo hace incompatible; igual que uno halla la apnea haciendo submarinismo o conviviendo con un diputado inglés. Y ese descubrimiento es atroz y a la vez un maravilloso lenitivo.

Y en plan uróboro retomo el principio, Cuando haces el amor con una mujer, te vengas de todas las cosas que te han derrotado en la vida y me quejo de esa causa primera del acto follatriz, o de su consecuencia, tanto da. El sexo es bueno en sí mismo, es principio y fin -¡ay!- de todas las cosas. Incluso aunque sea por detrás no es vengativo, si acaso es rencoroso por su tenacidad que prescinde del objeto, pero no suple tus derrotas, a veces crees que las aplaza, dándote ese sentimiento plenipotenciario que tienen los océanos y los grandes vientos, pero el sexo también las huye y se espanta cuando te conviertes en un fracasador profesional. Al final te quedas solo, sin mujeres, sin ámbitos para ser derrotado, pero el sexo pervive, aunque sea letárgico, displicente y solemnemente solitario. Y se va contigo.