sábado, 12 de junio de 2010

El Papa y el Pope

El otro día Griñán dijo que Zapatero era muy malo. Ya lo vieron ustedes, le traicionó ese inconsciente que todos llevamos dentro, que algunos reconocemos y le dejamos escribir y le pagamos los orujos, y otros lo elevan a categoría depositaria de pulsiones y manifestaciones varias vestidas a la tirolesa. Quizá no le traicionó y quiso decirlo, convencido de que Quevedo tenía razón sobre la valentía. O, por el contrario, puso énfasis retórico en la maldad de Zapatero para preguntarse si él es malo, ustedes, señores del PP, qué categoría de oligofrenia profunda ocupan, para cerrar el silogismo de la regla de tres que no le termina de salir a nuestros niños post LOGSE.


Porque por mucho que leamos, pensemos, aceptemos, refutemos que Rodríguez Zapatero es el peor presidente de la democracia, por mucho que se esté loco para que se vaya, se presente, se le eche o se le crucifique, por mucho que nos desgañitemos, analicemos, sopesemos, contrastemos o abominemos con o de sus políticas, por mucho de todo lo que hagamos, llegará el momento en que tengamos que votar, mañana mismo o dentro de veinte meses. Y ese será el momento, no de la verdad, que ya la damos por amortizada, secuestrada o fugada con un narco ruso. No. Llegará el momento en el que tengamos que abstraernos –no abstenernos, aunque quede más elegante- y coger una u otra papeleta -y de ahí la expresión ¡vaya papeleta!- y votar. Y con el voto, con su suma, encumbrar a uno u otro.
Yo ya sugerí hace meses que Zapatero tenía todo el pescado vendido, o mejor, que se le estaba pudriendo en las cámaras ideológicas, y luego no hay quien se ponga el traje socialdemócrata si huele a mala gestión, a duda, a cagada insistente. Hace ya meses ya recomendé, con esta capacidad mía de que mis deseos se conviertan en realidad, que diera paso a otro, que se quedara de Secretario General del PSOE y permitiera que ¿Rubalcaba, Blanco? montara su propio Gobierno y gestionara con otra cara la cola de este crítico cometa y pudiera presentarse a las elecciones del 2012 con un nuevo ímpetu.

Y eso lo dije antes de que Zapatero se viera obligado a aprobar el decreto de las horcas caudinas europeas, fíjense ahora, que se va a tener que pegar hasta con los sindicatos por no hacer lo que deberían haber hecho hace ya mucho tiempo, mareando la perdiz con la patronal que defiende los intereses irresponsables del PP, consistentes en la máxima putrefacción, de forma que le baste con abrir las ventanas cuando llegue al poder para declarar la llegada redentora.

Cuando llegue ese domingo de las elecciones generales, tras haber perdido el PSOE las municipales y las autonómicas en donde toque, nos enfrentaremos a la decisión de ¿Zapatero? o Rajoy. Ese domingo en el que elegiremos quién nos encabrona otros cuatro años. Ese domingo que pasará a la historia como el gran domingo de romos. Pero es lo que hay.

Viendo hoy las cosas parece claro que será el Partido Popular el ganador. Cruzo los muñones para que no sea con mayoría absoluta. Ese día quizá Rajoy se ponga a botar en Génova salpicando de babas a sus fieles, que las recibirán como agua bendita del mismo Jordán. Y sonreirá a su lado Gallardón con labios apretados de solterona pícara. Y fingirá Aguirre su alegría. Y se verá ya de vicepresidenta Soraya torciendo el belfo de demócrata de toda la vida y la Cospedal se dejará entrevistar en un set de exteriores para que el viento meza más las ondas de su pelo. Y esa noche los cónyuges celebrarán el éxito ayuntándose sobre sábanas de secretarías de Estado, bajo edredones de ministerios y empresas públicas. Por ahí estarán los Moragas disputando melena a la Secretaria General, los Uriartes regresando a casa de papá en taxi no sea que la volvamos a… estropear, a los Pons ensayando nuevas frases estultas que hagan juego con sus sonrisas recicladas.

Porque señoras y señores, esos serán los nuevos ministros o secretarios de Estado. Y mientras pensaba en esto y me subían las constantes inconstantes y se me acababan las pastillas, las inyecciones, chutes, chinos y demás olvidadores de lo que nos rodea, se me ocurre, entre extrasístole y diástole, poner la tele para ver que Felipe González transmutado en Kipling nos daba a todos la esperanza, casi la orden de convertirnos en hombre. Hasta creí oírle decirnos hijos míos.


Ya por la mañana había visto a nuestro Zapatero demacrado en Italia, suponía que pidiendo a Berlusconi las señas de su maquilladora, pero no, estaba a lo suyo, a compartir unos álbumes de cromos con el Papa. Pero aprovechando que el mundo corre que es una barbaridad dejó rápidamente al Papa para ver al Pope. Y allí estaba a la izquierda de Dios padre celebrando en estos días infaustos los cien años de parlamentarismo del PSOE, contados, como saben, de aquella manera.
Hasta para eso tiene mal fario nuestro ZP, ¡hablar después del encantador Felipe!, vamos, como quedar un lunes por la mañana, recien duchado, con una chavala que ha pasado el fin de semana loco con Nacho y Rocco. Si necesitan los apellidos, es que no me merecen.


Y es que Felipe abrió las aguas del mar y logró que todos aquellos parlamentarios canosos y yogurines llenaran el preciso minuto de sesenta segundos de un esfuerzo supremo y supieran que suya era la tierra y todo lo que en ella habita, y lo que es más, hijos e hijas, serían capaces de volver a ganar.
Así les conmino Rudyrad González Márquez, con un mensaje primitivo, no por escasamente sofisticado, primitivo por seminal, una arenga a las entrañas, casi a los redaños, de parlamentarios que él quería militantes y se comportaban como ciudadanos absortos. Les dio en el suspensorio a la primera de cambio y se quedaron con la boca abierta el resto del discurso. Y cómo no dejar caer el mentón cuando se te habla de trabajo bien hecho, de excelencia, de esfuerzo, de productividad vinculada al desempeño, cómo no sorber la baba cuando te dicen que hay que trabajar más.

Me imagino a la derecha santiguándose para que este casi setentón no quiera jugar más a la política, rezando para que Zapatero siga siendo demasiado soberbio y no acepte más SMSs. Eso me lo imagino, pero lo que claramente veo, lo que certifico, es a Rajoy tomando apuntes. No en vano es el nuevo defensor de las clases pasivas.