viernes, 22 de enero de 2010

Masters on the rock

Islandia siempre fue para nosotros una isla hiperbórea que creíamos cubierta de hielo. Tan esquinada estaba que en muchos mapas desaparecía bajo las arrugas obligadas por tantos cursos de enrollar y desenrollar. Tierra de geiseres, gnomos y ninfas silvestres de la que poco más que su inescribible capital conocíamos.

Tras la sorpresa de que diera cantantes tan extrañas como Björk y grupos excelsos como Sigur Rós, Islandia vuelve a ocupar algún titular por la crisis financiera.

De la misma forma que dos tercios de sus carreteras están sin asfaltar, en su momento, los islandeses abrieron sin precauciones sus autopistas financieras. Según cuentan había una vez un país muy pobre que reparte sus cuotas de capturas de pescado entre unos pocos, haciéndolos tremendamente ricos. Todos juntos se ponen a remar para acercar un poco más la lejana isla a Europa y entran en tan deseado mercado. Como el asfalto aún no está listo, pero ellos tienen prisa, olvidan su economía basada en los recursos naturales y deciden que los cuatro gatos que pueblan las duras tierras se dediquen a los servicios financieros. Teniendo internet, ¡quién está lejos!

Se privatizan tres bancos y los, hasta hace nada asentadores de pescado, se dedican a intercambiar cromos financieros y desembarcan en el continente con la billetera llena de euros virtuales. ¡A comprar!

A todo esto las entidades reguladoras y los bancos centrales estaban como mis compañeros de pupitre, ignorando aquel país que se ocultaba bajo el pergamino enrollado. Y tan pendientes estaban de sus propios bonus de final de año que no calibraron que la suma de los balances de los tres bancos era diez veces el Producto Interior Bruto del país. Para cuando quisieron darse cuenta gran parte del mal estaba hecho y los propios dirigentes islandeses sacaban pecho. Y debieron ser unas tetas enormes y turgentes porque una de las agencias de clasificación otorgó al país la máxima puntuación. Esas agencias que presumen de asegurarnos la inmortalidad o certificar nuestra propia muerte con dos o tres letras.

Los islandeses que pasan mucho tiempo medio a oscuras, descubren que pueden vivir como señores y no oler a pescado y se desmelenan haciendo acopio de todos los productos financieros posibles, mejor cuanto más incomprensibles sean. Y así un día y otro. Un mes y otro. Hasta la gran cremá y el cierre del grifo. No hay pasta. Los clientes reclaman el pago y no hay. No hay y no habrá. Se llama quiebra.

Sin la defensa del euro, la moneda islandesa se desmorona, el consumo se hunde y el paro se multiplica por diez. Hay que subir los impuestos con cifras de crecimiento negativas.
Los tres bancos están arruinados, pero uno de ellos se lo monta en la red y capta mucho dinero de británicos y holandeses. Pagaban un cinco y medio por ciento y obtuvieron 4.000 millones de depósitos. Ahora lo reclaman. Los islandeses tienen que responder. Lean bien: los islandeses, no los bancos islandeses. Tocan a 50.000 euros por familia, sin contar con los frailecillos.


Como consecuencia de esta debacle la economía ha bajado un 8% el año pasado, los islandeses se quedan sin trabajo y se aburren de frío y oscuridad. ¿Qué hacen? Pues lo que haríamos todos, dedicarse al ocio más barato y así han subido enormemente la tasa de natalidad.
Podían leer también, escuchar música o pintar, pero parece que prefieren el intercambio de fluidos a esas tareas. Al menos no se dedican a cursar MBAs. Parece ser que hay quienes responsabilizan de la crisis a las escuelas de negocios que nos proveen de esos cursos. Dicen que los IESE, Instituto de Empresa y Esade, por citar a los grandes españoles forman a la gente equivocada, con métodos equivocados y ello comporta consecuencias equivocadas. No les falta razón en la medida que las escuelas de negocios preconizan, ahora y siempre, la obtención de rendimiento monetario. En los últimos tiempos lo disfrazan como creación de valor para el accionista, pero no esconden que lo que el accionista quiere es rentabilidad para su dinero. La sostenibilidad y la responsabilidad social son zarandajas que pueden ser bonitas en los folletos siempre y cuando no rompan el incremento debido de cuota de mercado, de rendimiento financiero o de cualesquiera sean los parámetros de incremento de resultados.

Un “embiei” cuesta en el IESE más de 69.000 euros que cubren los dos años. En el Instituto de Empresa lo puedes hacer por casi 50.000. Lo primero es pues recuperar ese dinero y las clasificaciones de escuelas de negocios tabulan la cuantía de los contratos obtenidos tras cursar un programa MBA.

Ahora quieren hacer una especie de Juramento Hipocrático para ejecutivos. Les traigo el texto:

Como administrador, mi propósito es servir al bien común uniendo personas y recursos para crear valor, que no puede ser creado por una persona individualmente. Por ello, buscaré un camino que aumente el valor que mi empresa puede crear para la sociedad a largo plazo. Reconozco que mis decisiones tienen consecuencias que llegan lejos y que afectarán el bienestar de individuos dentro y fuera de mi empresa, hoy y en el futuro. Al conciliar los intereses de las distintas partes, me enfrentaré a decisiones que no son fáciles para mí y para otros.

Por ello, juro:
• Que actuaré con la mayor integridad y desarrollaré mis tareas de modo ético.
• Que protegeré los intereses de mis accionistas, compañeros de trabajo, clientes y de la sociedad en que operamos.
• Que manejaré mi empresa de buena fe, cuidándome de decisiones y comportamiento que empuje mis ambiciones personales pero hagan daño a la empresa y la sociedad a la que sirve.
• Que entenderé y cumpliré, tanto en letra como en espíritu, las leyes y contratos que gobiernan mi conducta y la de mi empresa.
• Que seré responsable de mis actos, y mostraré el desempeño y los riesgos de mi empresa de modo honesto y preciso.
• Que desarrollaré tanto mi persona como los demás administradores a mi cargo para que la profesión continúe creciendo y contribuya al bienestar de la sociedad.
• Que buscaré crear prosperidad económica, social y ambiental para todo el mundo.
• Que seré responsable ante mis pares y ellos serán responsables ante mí por vivir de acuerdo a este juramento.

Tomo este juramento libremente, y por mi honor.

Que les hablen a estos de expiación.

Hoy en día no eres nada en el mundo empresarial si no tienes un Master of Bussiness Administration o similar. Te enseñan todo lo que no aprendiste en la universidad, materias prácticas y menos rollo académico y te rodean del esbozo de tu primera red de contactos.

Algo así como la cárcel, que te brinda amigos para toda la vida y te muestra las técnicas necesarias e imprescindibles para desenvolverte adecuadamente una vez que salgas.