miércoles, 24 de diciembre de 2008

La marca del as

Pedro Jota nos asalta con su personal cambio de paradigma. Él, que va vestido de magnate de periódico americano años cincuenta, que ha topado con Saulo y pide una revolución. Al menos un cambio a la Sadam, un cambio de estatua a la brava.

Pedro Jota siempre ha ido por el mundo de apóstata, con ademanes de Lutero empapelando iglesias y alforjas de Colón aunque este largo viaje no le haya llevado más allá del balcón de Génova, sin encontrar siquiera el camino de vuelta.
El mismo, en su irredención, se vanagloria de su sacrilegio y de su propia manumisión. Así es Pedro Jota.



Y defiende que eso de que el medio es el mensaje se acabó. Quiere aminorar a McLuhan con ejemplos favorables ¡Qué atrevimiento intelectual! En modo alguno quiero defender al canadiense. Simplemente enunció una observación de forma afortunada –tanto que cuarenta y tantos años después seguimos dándole vueltas- y que viene a expresar que el medio, la línea que unía –une- al emisor y al receptor también era el mensaje. Y ello no ha cambiado. Podría decirse que también el sujeto es el mensaje. Y claro que lo es, de ahí el concepto de prescriptor de futbolistas, actores o cantantes a la hora de recomendar algo. Y también el lugar es el mensaje: no es lo mismo comparecer desde el Despacho Oval o desde el palacio de Westminster que hacerlo desde una favela o una playa nudista. Y el ropaje es el mensaje, como muestra el poder de la bata blanca del hechicero actual. Y el encanto de la sonrisa o de la mirada. Y todas aquellas circunstancias que modifican, que ensalzan o empequeñecen el contenido íntimo de esa comunicación.

Para nuestro Pedro Jota que aun no está en los cielos, el medio es la marca, el logotipo, descubriéndonos que lleva aparejados una serie de atributos ideológicos, éticos y estéticos fruto de los equipos profesionales que lo han desarrollado.
Y en un afán docente vienen a concluir que el medio es la marca porque la marca es el mensaje y que el periódico se lleva debajo del brazo porque se utiliza como elemento de distinción. La misma distinción que proporcionaba Madoff. Porque Madoff era la marca. La marca que obnubila, la marca que oculta, el talismán sobre el que no se pregunta.

Abundar sobre el concepto de marca en estos tiempos es bastante ociosos. Hay tratados que explican lo anterior de forma bastante más cabal. El problema, en mi humilde consideración, surge cuando consideramos que la información, el periodismo es un producto de consumo oculto tras una marca. Sin teorizar tampoco sobre las ciencias de la información se distinguen dos líneas clásicas muy claras: la información y la opinión. Esta última es clara y subjetiva y estructura la marca del periódico como tal. Pero eso es cierto solo para los editoriales que construyen la opinión propia del medio. Un periódico también puede albergar en sus filas opiniones contrarias, pero editorializa el editor, no el corresponsal en Bombay.

Con respecto a la información, es evidente que la nueva traducción a palabras de la observación de algún acontecimiento arrastra opinión e ideología sobre las cosas. Y esa es parte de la labor periodística, el separara sus deseos, sus interpretaciones más sesgadas del dato objetivo. Y eso es cierto hasta el punto de poder escribir el Madrid ganó 1-0 pero mereció perder. El dato es incontestable pero la información interpretada va más allá, el análisis le da una información nueva al lector. Aunque puedan existir otras informaciones que no consideren ese merecimiento de la pérdida del partido. La dificultad aparece cuando no existen datos tan rotundos como ese 1-0, que por muchos epítetos que se pongan no mermaría ninguno de los tres puntos que se suman a la clasificación. La mayor parte de las veces la opinión trasluce por encima de la información, ya sea no contrastando versiones contrarias, ya sea no destacándola en los ladillos, dándole menor o mayor extensión, etc.

Cualquiera que lea El Mundo debe saber que los titulares lo hacen casi todo. A veces desconciertan porque del cuerpo de la noticia no se deduce esa afirmación vista en letra gorda. Así hace las cosas Pedro Jota.

Hay periódicos que disputan el mismo espacio ideológico, que son más comedidos en su información y su opinión. Y algunos vienen cargados de esta última, pero cuando cuentan lo que sucedió suelen dar un paso atrás para que ese espacio lo pueda rellenar el lector. Al acabar el artículo ese lector encuentra en la página siguiente a un obispo, pero uno ya sabe que ahí no le están informando sino aleccionando. Bastaría con no leer.

Pedro Jota quiere cambiar el lenguaje como la forma más sencilla de cambiar las ideas, sin darse cuenta que el pensamiento se vertebra sobre las palabras. Ya no le gusta eso de multimedia, prefiere multisoporte. Para él multimedia es disponer de un par de cabeceras, dos marcas en su nueva reconversión. Ser multisoporte es disponer de diferentes canales de comunicación con redacciones integradas para dar diferentes formatos a la información elaborada por periodistas especializados. ¿Hay alguien que no se ha dado cuenta que la información de Expansión, de Actualidad Económica y el salmón de dominical de El Mundo beben de las mismas fuentes y orinan a la misma temperatura? Al final supone que el editor en jefe aporta doctrina sobre determinado tema y eso se destila a una radio, a una televisión, al periódico nacional, a la gacetilla y a la revista de análisis. Como la información es difusa y científicamente blanda, la ideologíaa la tituliza como una subprime de tres al cuarto y la lanza en hertzios, en HTML, en colores o en blanco y negro, pero el mensaje ya está construido.

Pedro Jota alumbra estas revoluciones cuando los números dejan de cuadrarle y como Elcano tiene que circundarle para dar una nueva apariencia. Las cosas van mal y pueden ponerse peor. Busca que los planificadores de medios encuentren los sistemas que le interesan y que las televisiones públicas desaparezcan. En el principio fue el verbo y el mensaje y al final era la pasta. Nada nuevo.

Alex Grijelmo, presidente de EFE, está también con lo mismo, a vueltas con el soporte en la queja que le hace a Aguilar si han seguido la polémica en las páginas de El País y que este pelmazo me obliga a leer hasta en vacaciones. Dice que lo hace por mi bien. Yo creo que es para discutir con alguien.

Pero volvamos a nuestro informador. No puedo estar más en desacuerdo en el formato actual de TVE, la 1 y La 2, y la autonómica Telemadrid que son las ondas públicas con las que me castigo. Si las nacionales y autonómicas tuvieran un papel educativo, no buscaran el share desesperadamente y nos dieran una información más objetiva –que claramente se puede- me vería en la necesidad de discutir la necesidad de una información pública. Es sencillo. Si toda la información de que dispongo me la da una empresa multiformato, plurisoporte, pero de pensamiento único, me estaré perdiendo algo. Tanto como les pasaría a los demás si esa cabeza pensante y ordenante fuera la mía, simplemente porque hay que escoger y yo me dejaría cosas importantes para otros. Y luego está el poder, mientras más grande, más rica y más alejada de todos los demás.

Nos anuncia para la entrada de año una lluvia de maná informativo. Dice que innovará las formas –puede ser- y dice que innovará en los contenidos -¿habrá un especial punto de cruz? ¿dejará de utilizar sus trucos?- que se reinventará, que se desdoblará. En esa lucha de prefijos no sé si además regalará su cojovideo hipersexual en blue-ray.

Y toda esa reformulación, todo ese cambio de lenguaje y paradigmas para hacer lo que, así lo asegura, siempre ha hecho: la búsqueda de la verdad al servicio del derecho a la información. Con lo fácil que lo tenía que es buscar la información y ponerla al servicio del derecho a la verdad. Pero para eso El Mundo no necesita un cambio de paradigma, es mucho más sencillo: necesita un cambio de director.