sábado, 11 de abril de 2009

Certezas e intolerancias

¿Qué hago cuando no estoy seguro? ese es el tema que hoy quiero debatir. Cuando la catástrofe colectiva nos atacó ¿quién de nosotros no sufrió una profundísima desorientación, desesperación? ¿Qué hago? ¿Y ahora qué? ¿Qué les digo a mis hijos, qué me digo a mi mismo? Fue un momento en que las personas se reunían unidas por un sentimiento común de desesperanza; pensadlo bien, el vinculo con vuestros semejantes fue la desesperanza, fue una experiencia común, algo espantoso; pero estábamos juntos en ello. ¿No será peor para los que están solos, hombre o mujer, para los que sufren una desgracia personal, nadie sabe que estoy enfermo, nadie sabe que he perdido a mi único amigo, nadie sabe que he obrado mal, imaginaos esa soledad, imaginaos junto a una ventana viendo a un lado a gente feliz y al otro lado vosotros.

¿Les parece una declaración del presidente del Gobierno?

Déjenme que les cuente una pequeña historia. Un barco naufragó, se incendió y se fue a pique. Únicamente un marinero se salvó. Se subió a un bote, improvisó una vela y mirando las estrellas puso rumbo a su casa. Cansado como estaba, se adormiló y al despertarse el cielo estaba completamente cubierto. Durante 20 noches no pudo ver las estrellas, creía que su rumbo era correcto, pero no podía estar seguro, pero al ir perdiendo las fuerzas empezó a tener dudas, ¿sería su rumbo el correcto, habría calculado bien las derivas? ¿o estaba totalmente perdido y condenado a una muerte horrible? Era imposible saberlo. ¿El mensaje de las constelaciones fue pura imaginación a causa de su estado de desesperación, o había visto la verdad una vez y ahora quería aferrarse a ella con mayor convicción?

¿Les parece una autocrítica de Solbes segundos antes de dejar el Gobierno?

No amigos, no. Así comienza La duda, una película reciente con Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman. Es el sermón inicial de un cura católico que es acusado de pederastia por la monja directora del colegio hasta al punto de confundir también al público en un escenario de duda completa a través de inferencias parciales y conjeturas ideológicas. No les voy a contar la película, no se inquieten, ni quiero hablar de pederastia o de religión, pero sí me gustaría abundar en las paparruchas que nos cuelan bajo el aspecto de axiomas.


Los políticos se nos muestran como dioses omnipotentes y omniscientes que no dudan, que siempre saben la dirección correcta hasta tal punto de perfección, que sigue siéndolo hasta cuando ha demostrado su ineficacia, su absoluta falsedad. Esa deshumanización les distancia, no sólo ante nuestros ojos, sino también ante sí mismos, convirtiéndose en entes categóricos, en valores de certidumbre aislados de cualquier realidad.

Pero ni siquiera quiero hoy hablar de nuestros políticos. Me interesa más la seguridad que ofrecen los que nos rodean que etiquetan desde la ignorancia, desde la absoluta inopia, desde la COPE como única fuente de conocimiento. Quizá les haya pasado a ustedes. Esa Salgado no sabe una palabra de economía repiten ecolálicamente. Uno puede pensar que esa afirmación viene de un catedrático de Macroeconomía, del jefe de estudios de un gran banco, de un premio Nobel no convocado por Zapatero o de Jordi Sevilla en una mala tarde o de Sebastián en una buena. ¡Qué va! Eso lo expresan los aprendices de contables que ayer alumbraron una hoja de cálculo y, en su torpeza, aún no saben que es biliar. Lo dicen funcionarios que la suponen médico porque ocupó Sanidad. Lo dicen taxistas que se creen los reyes de las autopistas de la información con su TomTom sin cabaña. Lo dice cualquiera que gratuitamente quiera zaherir, denigrar el cambio por Solbes, no vaya a ser que se enderece algo y nos quedemos sin cantinela. Porque ninguno se ha molestado en saber algo más, porque les basta con suponer el color de la piel, la lengua, el sexo para atribuir características nefandas, etiquetando desde la ideología más que desde la observación. Es más fácil, como hace Rajoy, considerar a los recién estrenados ministros culpables de lesa crisis, que aceptar alguna responsabilidad de sus imputados, sin siquiera pretender la mínima compasión de la prueba, la minúscula caridad de la pericia, en esta Semana Santa. Porque la duda no existe para él. Ellos son malos y los míos son tan buenos que nunca nadie probará que no son inocentes. Triples negaciones como biombos plegados donde guarecerse.

De regreso a la película. Véanla si no lo han hecho. No piensen en el final que quisieran diferente, no piensen en los detalles que convierten a algunos en culpables o inocentes. Véanla y mediten sobre el chismorreo, la falsa seguridad, en la madre del niño presuntamente sujeto de malas artes, dediquen unos segundos a considerar la persecución, en este caso de la homosexualidad, pero estamos en época de pasión y deben extenderla a todo tipo de acoso y de extorsión.

Todos nos sentimos tan culpables que en algún punto aceptamos la certidumbre de la falta, pese a su inexistencia, resignándonos a la responsabilidad indigna sin publicidad por miedo a que la difusión de la verdad nos muestre como somos: imperfectos, dubitativos y que la inocencia sea vista como ignominiosa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La cuestión es que, creo yo, donde nosotros vemos dudas o pensamos que algunos deben de tenerlas, ellos tienen certezas, es más no pueden permitirse nunca tener dudas, así el presidente del gobierno siempre está seguro, serán los demás los que no le entienden a él, pero vamos el "encargao" siempre tiene razón.

¿autocrítica el dinámico y arrolador Solbes? quite, quite, si las constelaciones o las derivas no le han marcado el rumbo correcto será algún cataclismo de la naturaleza, a él le van a enderezar su navegación.

¿Y el Copebicho? por dios y todos los santos, virgenes y beatos varios, si cuenta con línea directa con el representante Rouco y demás padres espirituales, demasiado educado y correcto es él que ni manda quemar a nadie con la de pecadores que habemos.

Y asi, lo mejor, la película. Me uno a la recomendación de verla.

Vaya ahora soy yo quien me alargo.

Abrazos contritos