martes, 6 de enero de 2009

El oficio del sinvivir

Ya les dije algún día que me vida no es fácil. Recordarán que además de con el pelma, vivo con su esposa y con su hija. Como mi oficio es mantener las coordenadas racionales del pelmazo, trato de entrometerme poco en la vida familiar y que su dinámica me afecte, a su vez, lo menos posible.

La verdad es que no es sencillo vivir con este energúmeno socializado o con esta perita en dulce por socializar. Desde luego no les arriendo las ganancias a ellas por compartir casa -lo de hogar es otra cosa- con mi sosias, aunque, en su defensa debo argüir que a veces pienso si ellas tendrán homólogos de mí en sus cabezas.

Tengo que confesar que la cuestión de la conciencia es un asunto en absoluto baladí. El criterio moral, la rectitud de conducta no es un simple canon moral, ni un plug in que se inserta con la educación escolar o la convivencia familiar. En gran medida la ética personal, el discernimiento, la laxitud o rigidez de costumbres se establecen de forma autónoma a lo largo del tiempo y en la que influye decididamente la voluntad. Esto es un blog y yo un pedorro aficionado, así que en modo alguno me voy a poner en plan Bergson, ni mucho menos Husserl, pero tener un Pepito Grillo encima, vigilante, no es tanto una imposición cultural como una elección personal.
Hablar de mi siempre resulta comprometido, casi todos nos consideramos justos, con estilo y buen gusto, así que comentar mi amplitud de miras, mi inquebrantable rectitud es inapropiado, pero es evidente que hay estilos de conciencia más frívolos, que hay morales más indulgentes y éticas personales bastante más indolentes.

Digo esto porque cuando uno se viste en Prusia en invierno y en Esparta en verano, convivir con personas que disfrutan de la moda ibicenca cada temporada, puede resultar particularmente chocante.

Pueden acusarme de rígido y de anticuado, pero creo que soy todo lo contrario. Creerán que he hecho de mi vector un tipo amargado, un misántropo que tiende al aislamiento y si miran superficialmente así resulta, pero bastaría con ahondar un poco para darse cuenta que puede ser incluso peor, pero también mucho más divertido. Yo me lo paso muy bien con él. La verdad es que he utilizado la palabra vector, además de para complicarle la vida a los menos atentos, para explicar esa relación infecciosa que mantenemos los dos. Desde arriba, desde lejos, puede parecer simbiótica, pero es en realidad claramente parasitaria, mutua y alternativamente parasitaria. Y tanto es así que a veces me contagia esa incomprensión que siente de sus próximos. Yo también pienso cómo es posible que las conciencias de los demás no balicen las conductas y los afectos de sus patrocinados. Así, cuando él no entiende el comportamiento de sus afines, se mosquea, se castiga y se pregunta mil veces por lo cabal, yo me pregunto si las voces interiores de esas personas se han quedado afónicas o se han pedido un moscoso.

Lo malo es que tras esos encontronazos, tras esas incomprensiones, surgen problemas entre él y yo. O lo que es lo mismo, entre él y él. Un egoísmo en tercera persona. Cuando tenía su propio blog resultaba una válvula de escape, pero ahora que lo está dejando, las enzarzadas son continuas. Mi condición, casi ectoplásmica, me impide el rencor y el arrepentimiento, por lo que no se lo tengo a mal, pero por el contrario sí disfruto, si no de memoria histórica, sí de una agenda electrónica que me permite anotar cada feo que le hacen y, aunque es un poco quejica, la lista de agravios es amplia. Y hablo de la de agravios reales, la de percibidos e intuidos es enorme. También apunto sus salidas de pata de banco y ahí le va la longitud, pero a pesar de ser su super-yo, tengo que ser moderadamente indulgente con él.

De lo profundo me está prohibido hablar salvo tortura, pentotal sódico o psicoanálisis -tanto da-, pero tengo algunas licencias que, para alegrarles este bonito día triple-coronado, les voy a contar.

Una de las victimarias que viven con mi pelma, la jovencita, refiere que está domando unas deportivas. Su padre asombrado rechaza la posibilidad de ablandar unas zapatillas de deporte, que son agradables desde el principio como los besos. La niña aporta al sufrimiento mundial la experiencia de sus amigas:

-Pues a mis amigas las deportivas les hacen sangrar los pies.
-Serán unas místicas.
-No listo, eran unas Nike de toda la vida.

¿Es de monólogo del club de la comedia o no?

Por eso mi chico está empezando a hablar solo.

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