lunes, 7 de diciembre de 2009

Transiciones

Hoy hace un día tristón en Madrid, al menos en mi Madrid, el que me conmueve y desespera y releo a Pacheco, su Alta traición, y pienso en la gente, cierta gente, por la que habría que dar la vida, cuando esa idea central de no tener que darla ha fracasado. Leo que todos los presidentes autonómicos del PP han faltado a la cita del día 6 de diciembre en Madrid. El día original en el que todos cedimos, con un todos que significa los de siempre. Tenían otra cosa que hacer. Estuvo Rajoy pero falló Cospedal, quizá porque necesitaba montar clandestinamente un belén, que no sé si en su caso es determinado o indeterminado el artículo. Este es el Partido Popular constitucionalista. Esta es su gente. Un ejemplo de exclusión del adjetivo cierta.

Esta lluvia hace crecer los crisantemos ante mis ojos y pienso en la gente que ha muerto, como si no soportaran más este 2009 de derrota y amenaza, como si eludieran de una vez por todas el cataclismo con la propia hecatombe. Murió Solé sin recordarse, pero tan recordado, y murió Altares sin olvidar nada. Lean su último artículo en El País de hoy. En un par de folios mete treinta y tantos años y algunas cuantas verdades más; lo que de olvido supuso la Transición para tantas familias que se aposentaron sobre un borrón y cuenta nueva a sus felonías y a la historia que el general les armó para darles cobijo. Esas mismas familias de hidras que han pulido sus tentáculos rejuvenecidos para apuntalar crucifijos, organizar ERES, sostener árbitros, diseñar el terreno de la siguiente victoria. Como si transición viniera de transigir en lugar de transitar.


Siempre hubo algo mejor que hacer. Aprobar una Constitución, estabilizar la democracia, mirar hacia Europa, reindustrializar al país, abrir puentes con el mundo, ganar dinero, y presumir, presumir de lo buena que había sido nuestra Transición, de lo maravillosa que nos había quedado la Constitución, mientras sumábamos, como el cadaverísimo, años de paz, ampliando ese megaperiodo de prosperidad que constituía un hito en nuestra historia. Como si hubiera algo bueno en cumplir años si no se llenan de experiencias. Pedro Altares apunta algunas no iniciadas o no resueltas.

Me acuso de escribir largo, denso y obscuro. Altares fue el hombre de Cuadernos para el Diálogo, revista tupida de solemnidad, de rotundidad académica, demasiadas veces insoportable, incluso para ser leída entre líneas, pero en este artículo tristemente final, condensa en cada párrafo enormes cantidades de guiños, codazos en los ijares y cejas alzadas llevándote por donde tienes que ir. Envidio su capacidad para colocar las miguitas en el sendero sin resultar tan abstruso como yo. Sin duda es incomparable, pero permítanme la inmodestia de zaherirme con lo excelso. Cuando lees tantas cosas que no dicen nada, tanta opinión huera, lees a Altares y no puedes dejar de adorarle.

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