domingo, 27 de diciembre de 2009

A la espera del dolor

Acabo de terminar Caos calmo. La película. Compré el libro hará ya un año, regalé otro ejemplar y no lo leí. Quedó en el purgatorio de los libros que viajan en las maletas, que miran lo que haces en la cama y que ayudan a soportar el peso de otros libros en la mesilla. Por alguna razón nunca entró en la lista final de candidatos a ser abiertos.

A la película le pasó otro tanto aunque más breve en el tiempo. Pero las posibilidades de los grabadores actuales suponían un mayor estigma. Aparecía de forma evidente como la grabación más antigua. Quizá era el mismo libro el que me indicaba al modo subliminal que él estaba antes, que no sucumbiera a la facilidad del cine arrumbando a la literatura. Quizá era la inmensa competencia de series, documentales, partidos de futbol lo que hizo que sedimentara magnéticamente en un disco duro. Durante meses.


Pero hoy llegó el día en que la versión cinematográfica de Sandro Veronesi se estiró el pelo y acaba de pasar por delante de mis ojos.

Vaya por delante que me ha hecho volver a considerar el libro y vaya por delante que no les contaré, como es mi costumbre, el argumento; bastará con una mínima introducción. Un directivo de televisión y su hermano salvan a dos bañistas de morir ahogadas. Al regreso a su casa de verano, encuentra que su mujer acaba de caer fatalmente de una terraza. Mientras intenta salir del enorme trauma, se instala frente al colegio de la niña. Aparca su coche y le dice que estará allí siempre. Y allí se queda un día tras otro.

Lo que debería haber actuado como emoliente de tanto desgarro, aparece como un universo paralelo de cotidianeidad, que empieza a verse engrosado por nuevos personajes que a veces interactúan y otras asisten callados a la experiencia, que aun reconociéndola como extravagante, la asumen y cuidan. El padre y su hija siguen con el resto de su vida y únicamente ese acompañamiento del padre durante las horas escolares, resulta extraño. La niña saluda por la ventana prestando y obteniendo seguridad y contacto a un padre que trata de cubrir un espacio emocional devastado.

Con el paso del tiempo, Pietro empieza a formar parte del paisaje y empieza a significar por sí mismo un nuevo polo de rutina, sin el cual, la existencia diaria de los habitantes pasajeros de ese parque, se hace diferente, convirtiendo así lo divergente y anómalo en habitual y acostumbrado. Y la vida sigue igual que antes, la laboral incluso, a pesar de estar la empresa inmersa en una fusión de campanillas, por allí pasan su cuñada, su hermano, sus pares y sus jefes y otros personajes que se convierten en periféricos en la medida en que actúan centrípetamente de ese jardín de tensa espera. Es como si esa plazoleta arbolada obtuviera del protagonista y su devenir, la cuota de emociones necesaria para sobrevivir en este mundo hostil, como si Pietro, en su desolación, atrajera los abrazos y la ternura necesaria de la que carecía hasta ese momento.

Es una película para ver si solamente quieren eso, y es una película para pensar si tienen el día chungo. No es lacrimógena y tiene alguna veta de humor italiano. El peso lo lleva un Nanni Moretti, cada vez más Pacino, que se deja dirigir por Grimaldi y la niña Blu Yoshimi espléndida con un Polanski que tiene un pequeño pero relevante papel.

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