jueves, 19 de noviembre de 2009

El viaje estático

Ayer estuve repasando una película de hace ya 21 años, El turista accidental, que seguramente hayan visto, aunque quizá no recuerden bien después de tanto tiempo. Sin destripar nada, es un matrimonio que pierde a su hijo y se va a pique. Él es un aburrido escritor de guías de viaje útiles para hombres de negocios que se ven obligados a viajar. Decir esto y nada es todo uno. Pero el merecimiento es mío. No quiero hacerlo, oblíguense a verla. O a recordarla.

Es la historia de la excentricidad, un cuento sobre los incapaces, una oda a la falta de nervio y brillantez, la elegía de las aspiraciones, de los propósitos, de la acción que todo el mundo reclama. Es una película que canta a la imperfección, a la falta de atributos épicos a los que tan acostumbrados estamos. Es una historia sin liderazgo, sin posible redención. Un relato de niños enfermizos, de adultos descolocados, que muestra las inseguridades, los prejuicios, las miradas cortas y los pensamientos sencillos. Pero a la vez es una película de amor por las cosas posibles, por la ternura frágil y deshilachada que la vida nos rompe a jirones.

Tendemos a las certidumbres y a la búsqueda de la gloria, para nuestra patria, nuestro trabajo, nuestros hijos y nosotros mismos. Vamos colocando hitos de grandeza en nuestro devenir, entornando los ojos ante los pequeños desastres, ante la imposibilidad de ajustar nuestros deseos con las realizaciones finales; nos mentimos y nos explicamos una realidad adaptada que nos valga para aceptarnos y cuente de nosotros una historia que nos sea útil para que los demás nos quieran.

Pero los otros están ocupados haciendo lo mismo, desvirtuando el correr de sus vidas, y no tienen tiempo para ocuparse de nuestras cuitas. Ellos no están cuando les necesitas, porque tú no estuviste cuando ellos te requirieron. Nada explícito, nada evidente, no hablo de cartas no contestadas, ni de llamadas telefónicas sin atender, hablo de estar apenas cerca del otro, cuando está simplemente callado, absorto en su perplejidad, incrédulo ante la comparación de lo que podía haber sido su vida y lo que es, hechizado ante las conquistas de los demás. En esos momentos siempre estamos más ocupados en nuestra propia vacuidad o en la demostración tenaz de que las cosas son de la forma que nos conviene.

Muchas veces no te atreviste a estar, quizá por miedo a mostrarte, quizá para que no te pidieran nada, esa vergüenza de la propia conciencia te atenazó para evitar una cita, para soslayar un previsible fracaso, para anular la posibilidad de un amor complicado. Te diste explicaciones y las aceptaste. Valió durante un tiempo, el suficiente para mantener en equilibrio la bicicleta sin la ayuda de los pedales. Y, paradójicamente, cada vez cuesta más pedalear a pesar de ir hacia abajo.

La película termina bien, si entendemos por bien, aceptar lo que te viene o de creer en la previsibilidad de las sorpresas. Pero es una película. ¿Llegarán nuestras vidas a los títulos de crédito?

2 comentarios:

Julius Lawick dijo...

Tus palabras cobran aún más sentido en este período de vacaciones que se avecina, de divertirse a fecha fija, de emborracharse a fecha fija, de besarse con cuñadas insoportables y demás faramalla. A mí el tufillo de ambiente navideño siempre me ha provocado sesudas reflexiones. La bandejita de turrón inexorable, el calor-de-hogar a lo Corte Inglés, la tonelada de juguetes a los niños para que sean felices y ratifiquen todas las conductas de consumir y competir, me recuerdan la tragedia de Don Sandalia, jugador de ajedrez, que no quería tolerar «la bêtise», la tontería, me recuerdan a Salvador Giner («no hay peor enemigo de la libertad que la rutina»), y me recuerdan a Marx y Engels, en «Trabajo asalariado y capital»: nuestros deseos y placeres provienen de la sociedad; los medimos por ésta, y no por los objetos mismos que los satisfacen.

Me estoy poniendo pedante y ya sólo falta citar a Freud y que la realidad es siempre una frustración y que la figura de Dios es una sublimación del Padre y que el valor extraordinario del cristianismo fue que ha matado al Padre Justiciero, reemplazándolo por el Hijo. Como sea, uno respeta mucho a la gente que necesita sentirse feliz, y no es mal invento al cabo que se reúnan parientes que de otro modo no lo harían (salvo en entierros y poco más), y sobre todo que se toquen y manoseen, pues el contacto físico, el abrazo, el calor de la piel con la piel, es probablemente la única salvación de la humanidad, junto a la actualización de la lucha de clases.
Un abrazo, Luis.

Leandro María dijo...

Ya recordarás aquel chiste de estudiantes: Marx ha muerto, Dios no existe y yo mismo no me encuentro muy bien. No sé si te has leído ya el Caín de Saramago. Habla bastante del dios del antiguo testamento, ese que ignoran nuestros católicos de capilla pero que obvian la lectura. Te adjunto un enlace de este mismo blog que escribí el día de Reyes. Para desengrasar.

http://lacartilladeleandromaria.blogspot.com/2009/01/el-oficio-del-sinvivir.html

Abrazos,

Luis