lunes, 16 de marzo de 2009

Cuando la castidad fracasa

Manuel Clavero Arévalo escribe una tribuna en el Diario de Sevilla que titula Sobre el aborto. Clavero fue ministro de UCD allá en la prehistoria y declarado católico. Clavero ofrece una perspectiva legal que a mí poco me importa en tanto que es interpretable. E igual que dije que el aborto del que hablamos no es un problema médico, tampoco lo debiera ser legal. Si considerar que a partir de la semana X el conjunto de células cobra respeto, es tan estúpido como aceptar que cuatro células sean receptoras de una donación. Dice también Clavero que se pueden incrementar los abortos. Tampoco lo creo. No me parece que sea un asunto de compra por impulso. Lo que Clavero no explica, es qué hacemos con los abortos ilegales, con la trampa de las razones psicológicas y con las normas de nuestro entorno cercano. Mi planteamiento no es en contra del aborto, es más bien contra las razones que tratan de justificarlo. Un aborto tardío trae muchos riesgos para la embarazada, pero ese tipo está tan vivo como dos semanas antes, y contiene todas las potencialidades que se expresarán más tarde. Pero creo que cuando una niña de nueve años se queda embarazada debería tener la libertad de abortar y de ser ayudada a ello sin cortapisa ni objeción de conciencia alguna. Y cuando tiene trece también. Y cuando tiene treinta, porque no es la edad la que marca la diferencia entre la interrupción, es la imposibilidad de aceptar ese hijo, por ser joven o por ser cura. La importancia de esa razón solo la pueden poner los padres que esta vez no quieren serlo. Que esa decisión supone la muerte de un ser vivo. Sin duda. Que la vida en un sentido amplio de esa madre tiene una consideración superior, también. Así que ella decide. Como hombre me gustaría que contaran con nosotros, pero sé que es complicado y normalmente el macho se desentiende, simplemente subrayar que si se le pide, y obliga, a responsabilizarse del chaval en el futuro, que se tenga en cuenta su existencia a la hora de tomar la decisión de la interrupción. Sin duda es ésta una discusión teórica, porque obligar a una mujer a tener un bebé, que no quiere, en su seno durante bastantes meses para entregárselo al padre, es, como poco, desconcertante, pero considerar que el padre es un individuo, que si la madre quiere se le obliga a hacerse cargo de los gastos durante dos décadas al cincuenta por ciento, y si la madre no quiere, se queda sin hijo, deja al progenitor varón en una situación de evidente indefensión.

La verdadera cuestión es la sacralización de la vida. Y nada nos importa si esa vida es de una bacteria o de un virus. Pequeñajos y feos. Y además dañinos. O si es de un cerdo o una vaca. No son tan pequeños, pero algo hay que comer y además no tienen mucha inteligencia. Y cuando se es pederasta, violador o terrorista, esa vida vale bastante menos hasta el punto de que se piden excepciones. ¡Pero es que esa gente mata o ataca a nuestros principios más fundamentales! En ese caso la vida no depende de la madurez del sistema nervioso, del latido cardíaco o de la capacidad de seguir respirando, en ese caso la consideración es que esa vida le sobra a la sociedad o, al menos, a algunos miembros de ella. Hubo un tiempo que sobraban los infieles, los que creían que la tierra era redonda o los esquizofrénicos. Esos sujetos ponían en cuestión lo correcto y debían ser eliminados. Paradójicamente, los herederos de los que dictaban lo cabal y adecuado y que valoraban a la baja la existencia de unos cuantos, toman la vida como la última razón. Esos mismos eran los que echaban del pueblo a la zagala preñada, los que mantuvieron los derechos diferentes para el hijo nacido en el seno del matrimonio del que se concibió con otro partenaire. Se los llamaba hijos naturales, ilegítimos, bastardos. ¿Se puede ser más cabrón? Se estigmatizó a esas mujeres con ese apelativo de madre soltera, como si los pases mágicos de un cura en el sacramento, la blindaran contra el mal. Ahora reivindican la educación sexual cuando hasta hace nada grapaban las páginas de los libros de texto de biología en donde se explicaba el misterio de la vida –así lo llamaban-, esos que se alegran de tener a un Papa que persigue los anticonceptivos hormonales y abomina de los preservativos. Son esos mismos los que excomulgan a hijas y madres que abortaron y dejan incólume al padre violador.

Odio ser pragmático, pero los abortos se seguirán haciendo porque esos embriones seguirán complicando la vida a la gente; por tanto, pongamos los medios de todo tipo para que suceda de la forma más ordenada. Quizá esa comisión de expertos, en lugar de mantener un debate decimonónico sobre cuándo la albóndiga de carne recibe el impulso vital en forma de alma, debería haber sido más clara: Miren, señores, tenemos entre cero y nueve meses para interrumpir el proceso. A partir de siete meses nos va a dar repelús a todos porque lo que llamamos ser vivo, tiene una pinta de tío o de tía enorme. Pero si lo hacemos en el sexto o en el quinto mes los restos fetales pueden dañar las estructuras internas de la madre. Las primeras semanas son inhábiles porque ni siquiera la madre sabe que en el asiento de atrás del coche se subió un tercer pasajero. Entre que se lo imagina, se hace la prueba, se eliminan los falsos negativos y se consulta con el médico pasan otras tantas. Así que en la práctica tenemos desde la décima semana a la vigésima para hacerlo. Eso nos deberían haber dicho, tienen ustedes diez semanas. Tiempo suficiente para tomar una decisión. ¡Déjense de hostias! Que tenga uñas o que el páncreas haga no sé qué, es irrelevante. Las preguntas son ¿qué dirán mis padres? ¿cómo se lo tomará Pepe? ¿cómo me ha podido pasar esto? Pero la respuesta es dicotómica. Sólo admite dos posibilidades. Me lo quedo o aborto. No hay un me lo quedo un ratito sólo o aborto pronto, que da menos mal rollo. Por eso el debate de semanas es estúpido y puramente academicista.

En el debate anterior de hace ya veintitantos años, se hicieron las cosas a medias. No se legalizó el aborto, se despenalizaron determinados supuestos. Así había razones correctas, adecuadas para interrumpir el embarazo y otras espurias. Mierda para ellos. Al final las espurias se juntaban en el coladero del riesgo psicológico y los acendrados profesionales de la salud aceptaban pulpo como animal de compañía firmando en barbecho.

Con la nueva ley no se será más compasivo con los embriones, pero nos habremos quitado la moralina de unos beatos que impregnaron el código penal y las sentencias del Constitucional con sus preceptos. Yo solo reclamaba que se diga que los plazos son los de decisión de la madre, no los de desarrollo del feto, porque lo que importa es la madre y su circunstancia, y un carajo importa como tenga el hígado o los párpados el bebé.

Interrupción del embarazo implica la muerte del embrión. Completa. Absoluta. No es obligatorio. Ni graduable moralmente según se anticipe o no. Es lo que es. Y hay que ofrecer seguridad jurídica para su resolución. Para la madre y para el equipo médico.

Así para unos cien mil abortos al año. Durante años hemos aceptado la inmoralidad, no del asesinato de seres indefensos, sino de una sociedad hipócrita que se ocultó tras una norma injusta con las mujeres, con los sanitarios y contra la sociedad. Con tal número de abortos al año lo más probable es que esa muestra se comporte como población, es decir, que lo que podemos decir de los españolas de cierta edad, lo podamos decir de esas mujeres; por ello más del 70% de las mujeres que abortarán se declararán católicas. Y según en qué lugares votarán mayoritariamente por el PP o muy cerca de la mayoría. Es un buen momento, pues, para hacer examen de conciencia y valorar lo que supone la Iglesia con su política tan agresiva contra los métodos anticonceptivos, y las posiciones del Partido Popular al respecto. Claro que las campañas de educación sexual son y serán necesarias, pero muchos de esos abortos se practican en mujeres hechas y derechas. No todo es cuestión de desinformación. Y el PSOE debe dejar de considerar la interrupción del embarazo como bandera progresista y arreglarlo; de hecho, si lo hubiera hecho bien en el pasado, hoy este debate no existiría, al igual que no existe el del divorcio y causó muchos sietes en las vestiduras. Pero pasa como con el laicismo. Si se hubiera separado la Iglesia del Estado de forma absoluta, si se hubieran denunciado los acuerdos con la Santa Sede, si se hubiera exigido el IVA, si se hubiera dejado de recaudar para una organización ajena al Estado no estaríamos reclamándolo ahora. Pero es la forma mierdosa que tiene este equipo socialista de perpetuarse: anuncio el problema, lo resuelvo mal y pido seguir cuatro años más para poder resolverlo.

Para mí el resumen de esta historia del aborto debiera ser que se interrumpe una vida -completa, total- sin lugar a dudas, que las semanas mojón son un problema de oportunidad, no de impunidad moral, que es un derecho claro de la mujer, no del feto, que tiene que ser gratuito y que no se puede encausar a la madre por ello. Es una muerte, no es una visita a un parque temático y va en la conciencia de cada cual.

Es jodido, no se les ocurra aminorarlo con mieles o fragancias.

2 comentarios:

Noir dijo...

Excelente post, como siempre, ni me entero de que es largo hasta que lo he acabado y miro atrás!

Muy bien tratado el tema, creo que, lleves razón o nó en lo de las 10 semanas, que ni idea, apuntas justo al quid de la cuestión, la madre del cordero, el puñetero ojo del huracán.

Lo de la albóndiga de carne, aunque divertidísimo y a la vez un poco bestia, es una figura excelente para expresar la incógnita y a lo que hay que enfrentarse.

El problema es que o nos pasamos de duros (los de negro y compañía enarbolando banderas partidistas y dogmáticas) o de blandos (los que llevan cada dos por tres a sus hijas adolescentes a abortar como quien va a la peluquería).

La vida, sea en hecho o en potencia, se merece más respeto que todo eso. Quizás le estamos teniendo el mismo respeto que nos tenemos a nosotros mismos.

Leandro María dijo...

Justamente eso, Noir, diez semanas o doce u ocho, son irrelevantes. Quería señalar las verdaderas líneas de decisión, más logísticas que fisiológicas. Si a las mujeres se les encendiera la punta de la nariz inmediatamente tras la concepción, como a Rudolf en Navidad, el asunto de los plazos sería estúpido, la RU-486 sería de uso corriente y no saldrían hablando de límites.
Lo de la albóndiga es bastante bestia sí, pero ya sabes que la vida parte de una cosa que, creo que fue Oparin, llamó sopa primordial, un caldo de aminoácidos y guarrerías varias. Y esto me apoya aún más. Cuando queremos hablar del inicio de la Vida con mayúscula la consideramos como tal con rasgos mínimos. Fíjate la búsqueda de ella en Marte, por ejemplo, que nos vale un mísero átomo de carbono. Pero cuando nos referimos a la de los embriones, casi requerimos que sean abogados del Estado de 1,80m para darles la etiqueta de aprobación.
Y finalmente la gran verdad, la falta de respeto que nos tenemos, las bobadas con las que nos edulcoramos, las mentiras que nos contamos, la superficialidad con la que nos tratamos, corriendo hacia ningún sitio como adolescentes que escapan de una edad ingrata para darnos de bruces con una infancia que no supimos superar. ¡Qué futuro se asoma, sin dinero ni recursos internos con los que afrontar este cambio de era!
Gracias por tu comentario Noir.