sábado, 13 de noviembre de 2010

El puente de los suspiros

Aprovechando que en Madrid se celebraba, de forma incomprensible, una festividad religiosa, me largué un par de días. Y con la suerte que me caracteriza el vórtice me llevó directamente a Venecia. Quizá era evidente y sabido, ya que Almudena, la patrona de Madrid por parte de madre, significa ciudad pequeña y puestos a hacer puente, dónde mejor que en Venecia. T4, Marco Polo, bus acuático y ¡zas! unos spaghetti vongole se rinden ante mí.


La lluvia y el frío hicieron que abandonase por unos instantes el digestivo paseo por esas calles intrincadas y dejara de perderme en un urbanismo demente y me acomodara en mi hotel a ver qué sucedía en el mundo. Cambiar la humedad gélida del siglo XV por el mullido confort del XXI me sedujo de inmediato. Huyendo a golpe de mando remoto de las emisoras italianas, caigo en TVE, que me ofrece de sopetón el regreso a las mazmorras de los dux, que me devuelve sin preámbulos a las lóbregas calles de bandidos embozados y buscavidas de ala ancha. Allí están los representantes de las dos instituciones quizá más perniciosas para la humanidad y sin quizá, las más usurpadoras de la libertad y el destino escogido: Juan Carlos y Benedicto: la monarquía y la Iglesia, de la mano. Uno disfrazado de ciudadano y el otro de madridista travestido; juntos los dos, chick to chick, diciéndose cosas que ya sabemos porque ya nos las han contado, asistiendo al profesional crujido de rótulas de Sofía, eco mayor del que horas antes hizo Letizia con la misma genuflexión ensayada en tierras gallegas.


Y aún aterido por el frío y mojado por la lluvia, asisto al detalle de la visita que desgrana la televisión, diciendo que España necesita una reevangelización. No lo entiendo. Será el cansancio. Miro en google a ver qué es eso de reevangelizar y dice que es inyectar botox a la historia sagrada; más o menos…, no me hagan caso que cito de memoria. Televisión Española sigue en directo subrayando los mensajes. ¿Pero no habían quitado la publicidad? Cuentan que el Papa dice que viene como peregrino. ¿Peregrino? En un Airbus 320, con mogollón de tropa a su lado, sin carné para sellar. No puede ser. Miro de nuevo en Internet. Ver la tele va a acabar con mi saldo. El DRAE dice que peregrino significa: Dicho de un ave: Que pasa de un lugar a otro. De un ave… ¿Y de un pájaro? …quizá sea lo mismo.

La periodista tan muerta de frío como yo, pero mucho más despeinada, recuerda que el pastor alemán, ha dicho que “en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como se vio en la década de los años treinta". Creerán ustedes que antes le habían quemado el papamóvil o le habían roto la foto de su sexy secretario, pero no. Le habían tratado a cuerpo de rey, no le habían recordado el apoyo absoluto, mayestático, a Franco en esas épocas que él cita, no le habían sacado los millares de casos de pederastia que directa o indirectamente ha encubierto, no le han dicho, como por supuesto hubieran hecho con el cubano Raúl Castro, que el Vaticano es una dictadura desde la noche de los tiempos, que no respeta los derechos de los hombres y de las mujeres ni hablamos, y que como bien dice Savater es una Arabia Saudí decorada por Miguel Ángel. Nada de eso le dijeron. No le recordaron la connivencia con el nazismo durante esos años que ahora recuerda oprobiosos, sus delitos financieros perennes, su fiscalidad regalada, las hogueras seculares contra el progreso, nada comentaron de la indecencia de la prohibición de los preservativos, del boato en el que vive la curia, de sus intrigas y manejos. Se le acogió con el dinero de todos los españoles, creyentes o no, para que nos dijera que ha creado un dicasterio para salvarnos. ¿No lo echaban en falta? Pues para nosotros solos, españoles y europeos en otra cruzada de redención.

No sé si pasaron unos minutos o unos segundos, desconozco la duración del tránsito, pero como la dormición de la virgen, me abandoné un instante para pensar que todo aquello no era posible, que debía volver a las callejuelas de Venecia lloviese o tronase.

Y me encontré en esas vías anegadas, oscuras y frías de las ciudades que solemos llamar cloacas. Lugares lúgubres poblados de ratas, leyendas y misterios infundados, por donde discurre eso que no queremos para nosotros, aquello que nos sobra o nos repugna, y de lo que apenas podemos distanciarnos un par de metros bajo nuestros pies, colectivizándolo para hacerlo aceptable por unanimidad.

A veces esas cloacas emergen, se abren a la ciudad y al mundo, se hacen navegables y reclamo de turistas y, perdiendo su condición de sentina, se convierten en canales admirables donde arrullarse los unos y los otros sobre inestables góndolas.


Dicen que en los días de verano, aquellos en los que la luz es más poderosa y cegadora, se pierde el ensalmo y el olor los iguala y los acerca, advirtiéndonos de su común origen.
En otras ocasiones el mar devastador borra las veredas acuáticas en sus crecidas adueñándose de empedrados, calles y plazas, haciendo imposible el discernimiento entre mar y tierra, entre pecado y virtud.

Y así es Venecia, una metáfora cabal en esta semana de ciclogénesis explosiva, en la que coinciden las vergüenzas con los resabios, las mentiras con los recuerdos, oriente con occidente, la vileza y la hipocresía.
Quizá fueron los cuernos que Casanova procuró a diestro y siniestro, los que horadaron esas alcantarillas hasta Florencia, ciudad que nos abrasa el alma y donde se confunde el bien con el mal, el Estado con la Iglesia, el fin con los medios, y quizá fueron aquellas mismas deslealtades incestuosas que adornaron antaño la villa, esos contubernios maquiavélicos los que hicieron avanzar los albañales hasta Roma, por aquello de que todos los caminos llevan a Roma pero todas las cloacas convergen en el Vaticano.

Me desperté de nuevo o volví al sueño. Ya era incapaz de distinguir si era yo o Segismundo el que leía las declaraciones de Felipe González. No sabía si era el vaporetto o los efluvios de una tisana los que me nublaban la vista. Pude decir sí pero dije que no. Otra vez de nuevo el ying y el yang, el orto y el ocaso.


Y el atroz viento que hacía me trajo recuerdos de lo que decía entonces la iglesia vasca y toda aquella otra basca talar española y lo que decían tus amigos sobre aquel particular. ¿Recuerdan que la principal queja es que eran unos chapuceros? ¿No les suena que el problema era haberse dejado pillar, haber secuestrado por error? Hace 20 años cuando todos estábamos hartos, alguien pudo decidir saltarse las reglas y volar aquella panda por los aires. Pío, pío, que yo no he sido. ¿Y si las reglas fueran otras? Y si lo correcto, lo moral, lo ético, lo oportuno, fuera arrancar a aquellos tipos de una vez por todas de nuestras vidas, arrancarles de cuajo aquellas muertes que ya sabemos perpetraron.

Pregunto ¿estuvo bien cargarse a Carrero? Si se hubiera podido ¿hubiera estado bien matar de un tiro en la frente a Franco? ¿Ponemos Hitler, Stalin, Bin Laden, Amin Dada? Hoy estoy que lo tiro, señale usted su propio hijo de puta, que es gratis. No contesten que se les va a cortar el desayuno. O piensen muy rápido con el cerebro pequeño ¿o lo pequeño era la boca? Y digan eso de que el estado de derecho, bla, bla, bla, que si se combate la pena de muerte es para bla, bla, bla, que no se puede actuar como ellos, bla, bla, bla.

Pero no contesten, ni se expliquen. Siéntanse reinas por un día, pónganse la diadema de la ética, de la justicia, del recto proceder. Hagan como Benedicto y finjan ingenuidad. Lean lo que dice el PP, con un poco de primperán mejor, o lo que dice Cayo Lara, que desconoce hasta la historia de su propio partido fundador. Lean a Pedro José Ramírez y a todos los hijos de este santón menor. Siéntanse mejor con ustedes mismos. Pero sobre todo recuerden lo que pensaban, ni siquiera lo que decían, lo que pensaban ustedes en aquellos años bárbaros si tienen la edad suficiente para haberlo hecho. Si son más jóvenes, dejen el periódico y léanse a Vargas Llosa. Que el Congo está suficientemente lejos como para no tener que darle tantas vueltas a lo íntimamente cercano. O salgan a la calle a empaparse los coturnos con el acqua alta de la responsabilidad, con las mareas de la atroz transición, y no miren abajo, crean que flotan por el Gran Canal, aunque deberían tener la convicción plena de que están buceando en la mismísima mierda de nuestra historia.

1 comentario:

Ernesto dijo...

En Venecia hay que tirar la televisión, arrojar los periódicos bien arrugados a algún canal, olvidarse de esta "parada de los mosntruos" y lanzarse al disfrute de la ciudad.
Como mucho, sería interesante adquieier algún veneno para unas sopitas a muchos de estos tipos.

Un abrazo.