martes, 15 de diciembre de 2009

Rehab

Ya se nos curan las heridas. Bueno se le curan a este petardo, que no hace nada más que quejarse. ¡Y eso que fue de los que hizo la mili! Así que ahora toca rehabilitación. De la aburrida, no crean. A ver si piensan que es de esas que se llenan de artistas tatuadas o calvas que salen en las revistas. No. Esta rehabilitación es más tipo chándal y Voltaren, que el alcanfor ya no se lleva.


El caso es que hoy era el primer día y aunque yo no me he roto nada, dada mi naturaleza ectoplásmica, pues a acompañar al pelma. Un poco antes de la hora acordada llega el cojoautobús a recogernos. No crean que es un vehículo de tres ejes con todo tipo de cachivaches multimedia, bañito para no parar y máquina de refrescos. Nada de eso, la misma palabra lo dice cojoautobús=autobús para cojos. Esa clase que cada uno lleva su propia barra para agarrarse, nada de compartirlas como en el metro. Las llaman muletas y todos con una, o incluso con dos.

Y como cuando íbamos al colegio, empezaba la ruta recogiendo gente. Gente coja. Y los cristales sin tintar. ¡Qué horror! Allí me veía yo, libre de toda culpa, entre un coro de lisiados, llamándose todos por el nombre, carcajeándose de sus propias bobadas, en un ambiente de excursión, ...Ahora que vamos despacio… qué remedio con ese panorama de pasitos cortos.

Mi pelma seguía callado, aguantando el chaparrón, mientras dos comadres iban comentando los escaparates y el tiempo atmosférico, ambas con media melenita rubia. Una de ellas lee un cartel en un coche: No al artículo 24. Ley Ómnibus. ¿Y qué será eso? La compañera dice, huy, ni idea. Y el cojito de atrás, yo no lo he oído nunca. La lectora añade entre risas, pues lo miraré en Internet.


El pelma se remueve en el asiento y sin mirar dice con esa voz de hacer amigos y empatizar: no es el 24 sino el 21 y es la aplicación de una directiva europea para la liberalización del transporte.

Oye, mano de santo. Después del gracias, no habló ni Dios. Únicamente la preguntona se permitió dictaminar: no todo lo que viene de Europa es bueno

Tuve que agarrar al pelma. Un autobús disfrazado de ambulancia lleno de tipos con muletas no es el mejor lugar para discutir y me lo conozco.

Esa demostración de nostalgia autárquica tiene su miga en un país que se considera tan europeo y que le cuesta reconocer su veteado árabe y su pelaje de dehesa, más de desierto que de densos bosques.

El caso es que el resto del viaje se hizo en silencio, lo que fue de agradecer.

Una vez allí nos llevan a un gimnasio inmenso, tipo doctor Mengele mezclado con el marques de Sade, en el que el ex presidente de la Federación Internacional del Automóvil, Max Mosley, hubiera disfrutado de lo lindo. Quítese el calcetín y la media. ¡No me digan que no es una orden andrógina! Pero el pelma iba con varonil calcetín y con media elástica, así que qué le vamos a hacer. Túmbese boca abajo. Y cuando nos temíamos lo peor, empiezan a masajearle el pie. Ufff... Uno se cría salvado, pero no. Mientras le amasuñaban el pinrel, las fisioterapeutas arremolinadas todas, y un todo que citaba a su madre, explicaban a gritos las bondades de la Termomix contra las que decían que después de tres meses nastideplasti, que no se usa nada. El masaje era para soltar los músculos y después de eso ya me veía yo dándole en casa al alcohol de romero.

Tras el masaje, se pasa a la zona de corrientes. Deje eso en donde pueda y el zapato en el suelo. Póngase esto en el tendón y cuando se apague, se limpia y ya se puede ir. ¿A qué ya están oyendo la voz melodiosa y ese tono de cariño? Lo sabía.

Señorita, ya he terminado ¿cómo regreso? Pues espera a los demás arriba. Estese pendiente para que no se vayan sin usted.
No dijo ni chatín, ni nada.

El pelma con la pierna tensa, el tendón electrocutado y el panorama de regreso les anuncia: mañana vendré por mi cuenta. Bueno, déme su DNI a ver si el médico lo autoriza. La verdad, me alegré de que no se permitan las armas en España como en EE. UU. Señorita, el médico no me tiene que autorizar a nada. Bueno, es verdad, pero lo hará bajo su responsabilidad. Por supuesto, dijo el pelma, todo lo que hago lo hago bajo mi responsabilidad. Y bajo su irresponsabilidad, agrego yo.

Volvimos, rodeando todo Madrid, en otro cojoautobús con sirena y luces similar al anterior, lleno de prohibiciones, no apoyen los pies, no golpeen la rejilla, no abran la ventana, no abran la puerta, no fumar ¡en una ambulancia! Sólo faltaba el no cantar y el no escupir.

Llegamos tres horas y media después de haber sido recogidos, tras cinco minutos de masaje y cuatro de ultrasonidos de tratamiento real y una bonita experiencia. Nos dimos a la bebida, por supuesto. Cómo no vamos a necesitar rehabilitación.

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