lunes, 17 de agosto de 2009

Un clavo saca a otro clavo

Cuando haces el amor con una mujer, te vengas de todas las cosas que te han derrotado en la vida. ¡Y un huevo! Esto último es mío, vamos del acervo cultural que tenemos los enfadados crónicos. La cursilada la dice Ben Kingsley en Elegy de mi deslustrada Isabel Coixet. O presumiblemente la dice Philip Roth que es de quien se adapta su novela El animal moribundo. Anyway. La Coixet tiende a poner en palabras lo que debería poner en imágenes, que para algo el medio es el medio, además del mensaje. Así le quedan películas textuales, mucho más coñazos que los libros visuales. En estos últimos el autor ayuda al lector a vivir con él el relato, mientras que en aquellas, el autor se empeña en sustituir al libro, rompiendo cualquier imaginación y participación posibles. Quizá la hayan visto y no estén de acuerdo. Lo digo por mera suposición estocástica, porque no me toca la primitiva y nadie está de acuerdo conmigo, así que lo normal es que les encante la pasarela de miradas del reconvertido Gandhi y hayan sufrido con la historia de Penélope Cruz.


Ciertamente ninguno de ambos actores me gusta. Él se basa en su peculiaridad física y cualquier día le veremos hacer de Ramón y Cajal bajito o de Juan Ramón Jiménez bronceado; y ella fundamenta su fama en la imposición de manos de papá Almodóvar y en sus peculiaridades físicas -al loro con el plural-, francamente interesantes que ya nos sorprendieron con el profético duplicativo de Bigas Luna, Jamón, jamón. Y está bien eso de volver a pasar las escenas teteras en cámara lenta y detener la imagen y si uno es tecno-salido pasarlas al iPhone para verlas también en el ascensor. Pero a veces queremos que las actrices hagan algo más que mostrar esos momentos cumbres –hoy va de analogías- y nos embauquen definitivamente. Menos mal que está Patricia Clarckson, de tetillas breves pero intelectualmente mucho más carnal y Dennis Hopper, infinitamente más adorable. Lástima que sean papeles secundarios.

El asunto va de un profesor universitario de filosofía. Siempre sacan a Barthes en la pizarra. A veces se desmandan y ponen a Derrida. Es la contribución del cineasta a la causa. Cuando Aristóteles sabía mucho más de causas que estos otros, pero ¡queda tan antiguo! Ni Husserl, ni Hegel por empezar por la H o poner a Kant si quieren un pensador de categorías. Nada. Pongamos a intelectuales franceses que es lo elegante. El caso es que el profesor organiza una fiestuqui a todo plan –adviertan la aguda mezcla de neologismos con retrocalificativos para que luego no me acusen de antibartheriano ¡colaboren un poco, por Dios!-. Pues eso, que seduce a Penélope en plan rollito culto y charleta intelectual –con más de sesenta años está uno como para no utilizar la lengua- y empiezan un romance pedorro de celos y libertades, inseguridad y arrepentimiento, de confesión y mentira. Por supuesto que los personajes son equilibrados, inteligentes, tienen pasta, son polifacéticos y como gusta ahora a la gente decir: articulados –el Manolo es articulado, por ejemplo o la Mari es articulá, más coloquial- dicen frases discutiblemente maravillosas, son elegantes, van a fiestas y no tienen barriga, pero sí casas bien decoradas y beben vino en copas grandes de cristal fino ¡muerte al duralex! Todo eso quieren condensar en las miradas intensas de Kingsley vestido de Greenwich Village –el barrio neoyorquino, no confundir con los Village People- yendo a restaurantes cool y tocando a Arvo Part y escuchando a Satie en ese piano que todos tenemos en casa para olvidarnos encima las cosas.

No les voy a contar el final, aunque algunos de ustedes busquen la excusa, pero dice Coixet que el profesor encontró el amor a través del sexo, no se sabe si queriendo lanzar otra frase de calendario o de verdad se cree esa paparrucha. Lo único que uno encuentra a través del sexo es la vejez, porque es lo que lo hace incompatible; igual que uno halla la apnea haciendo submarinismo o conviviendo con un diputado inglés. Y ese descubrimiento es atroz y a la vez un maravilloso lenitivo.

Y en plan uróboro retomo el principio, Cuando haces el amor con una mujer, te vengas de todas las cosas que te han derrotado en la vida y me quejo de esa causa primera del acto follatriz, o de su consecuencia, tanto da. El sexo es bueno en sí mismo, es principio y fin -¡ay!- de todas las cosas. Incluso aunque sea por detrás no es vengativo, si acaso es rencoroso por su tenacidad que prescinde del objeto, pero no suple tus derrotas, a veces crees que las aplaza, dándote ese sentimiento plenipotenciario que tienen los océanos y los grandes vientos, pero el sexo también las huye y se espanta cuando te conviertes en un fracasador profesional. Al final te quedas solo, sin mujeres, sin ámbitos para ser derrotado, pero el sexo pervive, aunque sea letárgico, displicente y solemnemente solitario. Y se va contigo.

5 comentarios:

Tesa dijo...

He leído por ahí arriba la palabra "embauquen". Menuda palabreja ¡eh! ...tan poco utilizada en el lenguaje llano, con tanto embaucador como hay suelto.

Y sexo ¿sexo? ...sí esta palabra también me suena, creo recordar...
:)

Leandro María dijo...

embaucar es palabra dejada pero intensa. Me gusta. Huele a seducción de otros tiempos, como el sexo genital con lustre, también de otros tiempos cuando el ansia no se tapaba con blogs o películas pretenciosas.

Besos Tesa,

¿No te vas de veraneo? ¿O lo estás a distancia?

Tesa dijo...

Tesita is returned... después de cuatro días en Málaga, estupendos.
:)

Leandro María dijo...

Me alegro de tu regreso, aunque me malinterpretes.

Tesa dijo...

Puesss... errr... ahora es cuando me he perdido
:)
¿es tu alegría por mi regreso lo que puedo malinterpretar? o ¿es que te alegras de mi regreso a pesar de que frecuentemente te malinterpreto?

...cuéntame al oído:
papi_delbard@hotmail.com