Algunos estudios demuestran que hasta el 95% de los diagnósticos prenatales de síndrome de Down acaban en interrupciones del embarazo siendo su tasa más baja de 84% en Estados Unidos. En España está en torno al 90%. Vamos que, cuando uno puede decidir, los aplausos son en la cara del embrión. Que conste que yo, si pudiera tener descendencia, me encontraría en ese altísimo porcentaje que interrumpiría el embarazo, pero me molesta esa conducta hipócrita de recompensa cuando, con más información, esa persona, casi con absoluta seguridad, no hubiera estado ahí.
De hecho están casi desapareciendo los niños con síndrome de Down -la alteración cromosómica más frecuente- debido a la generalización de la amniocentesis y a la ley de interrupción del embarazo. Por favor, no me vengan con el rollo eugenésico. Es evidente que se pretende eliminar problemas, pero decir eugenesia parece que es hablar de Mengele y esos son conflictos religiosos más que éticos. Si no admitimos que los avances médicos permitan la selección de embriones sanos, tampoco deberíamos consentir que esos mismos avances médicos, solventen las cardiopatías de los Down, por ejemplo. Sé que el problema estriba en el concepto de salud, porque es probable que para algunos saludable fuera, además de lo que estamos pensando usted y yo, disponer de un cociente intelectual superior a 130, pasar del 180 de estatura en la edad adulta y tener una dentadura perfecta.
Como casi siempre, la racionalidad debe poner coto a esos criterios que permiten defender la conveniencia de traer al mundo a individuos con severos problemas de salud. Yo no me creo eso de los designios del Señor, y los afectados parece que tampoco, ya que hacen todo lo posible por cuidar a ese niño una vez nacido en lugar de dejar que el Señor lleve las riendas, y eso de que son un regalo, un don y demás pamplinas de películas americanas, es para vomitar de sensiblería.
La idiocia, la imbecilidad, que han quedado en nuestro acervo como meros insultos, fueron no hace tanto, criterios diagnósticos, al igual que cretino, mongólico u oligofrénico que ya nadie usa en consulta, aun cuando sean frecuentes, una vez subido al coche, en este tráfico de las grandes ciudades. Preferimos otros términos más largos, a menudo con epónimos extranjeros o directamente la medida de alguna variable relevante. En Estados Unidos las florituras de lo políticamente correcto rozan el ridículo. Así, mentally challenged = con enfermedades mentales, physically challenged = con discapacidades físicas, technologically challenged = poco ducho en las nuevas tecnologías; visually challenged = personas con problemas de vista; y llega la coña de vertically challenged para los enanos, o slim challenged para los obesos.
Cuando pasen unos años, y ya no se recuerden aquellos idiota e imbécil de nuestra juventud, nuestros bisnietos o sus hijos, se insulturán de la misma forma, porque el descendiente de Gallardón o de Barberá lo seguirá haciendo igual de mal y el tráfico será aún peor, pero recurriendo a otras expresiones que ahora suenan raras, ¿tú tuviste diversificación curricular o qué? o ¿pero dónde te has dejado las neuronas espejo? ¡tú eres un neurodivergente del culo, chaval!
Porque al final, no se engañen, lo que importa es poder seguir insultando, no en vano es la forma de sentirse mejor al dejar de imprecarse uno mismo.