viernes, 2 de enero de 2009

Juntando letras

Empiezo este bendito 2009 con el primer periódico del año tras la obligada cura de información a la que nos somete el cuarto poder. Aunque gusto de los cuartos traseros, suelo empezar por la portada, pero en esta ocasión eché un vistazo a la trasera del periódico y me encuentro con el titular ¿Te imaginas a un galán con síndrome de Down?

Como estoy aun con la cogorza del 2008 y siempre he tenido ramalazos disléxicos leí ¿Te imaginas a un Down con síndrome de galán? Y de inmediato pensé en un especial José María Aznar. A la tercera recobré la tranquilidad al ver que se trataba de un chaval con SD que ha hecho magisterio e interpreta una película. Qué duda cabe que la otra posibilidad hubiera sido políticamente menos correcta pero ideológicamente más adecuada.

Ya repuesto por haber llamado retrasado al prócer de los abdominales, me detengo en las pequeñas cosas. No, no estaba desnudo, seguía leyendo el periódico y observé con asombro una rectificación de Hipercor.

Por lo visto a los valencianos les gusta llamar a la sartén paella y algo de eso deben saber, quizá lo único, y además la Academia reconoce tanto paella como paellera, por lo que no entiendo como D. Isidoro se gasta la pasta –¿o era arroz?- en este detalle. El pelma me reconviene y dice que es para que al menos paguen la comida que se llevan, que allí son muy suyos con la publicidad. Pues que lo hubieran puesto en inglés, digo yo, que es lo que mayormente entienden. Porque por lo visto tampoco la presidenta de las Cortes Valencianas sabe lo que es amparo ¡en Valencia! Algo así como no saber lo que es Montserrat en Barcelona salvo que no se concede Montserrat a los diputados socialistas y ahí debe radicar la diferencia. De todas formas los valencianos hablan raro porque dicen deslunado para referirse al patio de luces y eso que no viene en el DRAE y hay que irse al inglés, light shaft, para enterarte de lo que significa.

Y rodando, rodando llegué a una esquela curiosa. Dicen que uno se hace viejo cuando se le muere la madre. Yo creo que uno está viejo cuando empieza a leer las esquelas. También puede tener que ver con el odio acumulado.

Como hoy estoy un poco descarrilado me perdonarán que alucine con eso de bibliófilo. Es habitual encontrarse con la profesión, con el cargo o con algún mérito civil o militar, pero lo de poner una afición es más sorprendente. La bibliofilia es una afición de pantalón largo, y aunque prefiero los interiores más que los contenedores, la querencia por las buenas ediciones es tremendamente respetable, pero ya que se abre la veda de los hobbies en las esquelas, por qué no poner Fulanito de Tal, registrador de la propiedad y escalextrictista, o Ilmo. Menganito de Cual, concejal y jugador de mus; pero ya que está uno muerto y que nadie se lo va a reprochar, por qué no señalar que uno es aficionado a las bragas –vale cualquier uso- o a defecar en el mar –vale cualquier mar-.

Los deudos suelen figurar más abajo y a veces aparecen con una cruz, que no significa que se les haya tachado del testamento, sino que han muerto. Y no entiendo como los muertos ruegan una oración por el alma de alguien cuando le podrían saludar efusivamente en persona. ¡Qué passa chavalote! Cosas de la beatería. Pero en este caso están todos vivos. Doy fe de ello; como para no darla. Y es que eso de ser notario imprime tanto carácter que puestos a dar fe se la da a cada uno de los hijos. Y parece necesario pensar que, visto lo visto, quizá no se casó por amor sino por el nombre de ella. La obsesión de la impronta o la impronta de una obsesión. En cualquier caso mis respetos aunque alguien debiera decirles que Fe no lleva acento y que si les gusta la tilde recurran a la razón. Me refiero al periódico fundado por Anson -sin acento-, que otra cosa si no.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Menos mal que existen

Buscando en el baúl de mis anhelos encuentro, en una serendipia de justicia social sorprendente, que la vida me ha colocado frente a una persona que en otro país y otro lugar representaría el heroísmo, la nobleza, la pura aristocracia. Aquí no sucede lo mismo. Aquí, después de pasarlas putas, discurre por la vida sin más reconocimiento que el de sus amigos, porque los otros que le rodean y le estiman como persona, deben ignorar su condición ya que no la han compartido. En un país de cotillas en el que la gente presume de conocer al cuñado de la starlette encamada con un futbolista, que menos que entre chisme y chisme te filtren que fulano hizo tal y cual. También podría ser que conociendo la gesta la consideren sospechosa, digna de encubrimiento.

Como saben no es un contacto directo. Desgraciadamente necesito de interlocutor permanente en la vida, mi semoviente es el que decide cómo y porqué suceden las cosas. A mi solo me queda el derecho al pataleo y a hacerle difíciles las cosas por las noches, a amargarle la existencia con la culpa judeocristiana y a mantener la cordura de la conciencia en su vida. Por alguna razón que no entiendo me ha tocado ser el superyo de este pelma que conocen de otro blog y es un trabajo duro. Así que en realidad los datos los ha encontrado él, pero la vergüenza, cierta timidez y la duda permanente, le impiden manejar esa información de otro modo. Como a mi me da igual y soy insobornable, les contaré la historia mientras mi transporte canta villancicos y mira desde el balcón su futuro incierto.

Ante una noticia de empresa inicia una búsqueda nominal en el cotilla cósmico de Google y va tejiendo una información que empieza a ser interesante por lo pasmoso del hallazgo. Esa persona tiene aún un escasísimo contacto con nosotros, el pelma y yo mismo, hasta el punto de resultar en la práctica un absoluto desconocido, del que se ignora casi todo. Pero por azares del destino inexistente debería tornarse una figura relevante y próxima. Pero eso sucederá, quizá, en un futuro próximo pero de momento es como la madre de esa chica que te gusta tanto y que de seguir así terminará siendo tu suegra y cuidando a tus hijos, pero que de momento es la señora que te mira con recelo. Nada más.

Así que de esta forma tan tangencial las fichas se ordenan sobre el tablero y averiguas que esa persona, ese Calaf de Turandot, es más que un príncipe ignoto para la castrante heredera china, es un tipo que demostró una valentía sin igual, un individuo que sin poder obtener nada para sí mismo, lo arriesgó todo por los demás.

Decía Burke que el único requisito para que el mal se propague, es que los hombres buenos no hagan nada. Y el sujeto de esta historia fue bueno, irresponsablemente bueno para la inmensa mayoría de cobardes que le rodeaban y que eran millares, decenas de miles, millones. Pero hizo lo que debía, probablemente contra la opinión de su mujer, contra la sensatez de un padre de dos hijos pequeños, contra siglos de obediencia debida. Hizo lo que debía y fue a la cárcel.

Decir que todo empezó a raíz de la revolución de los claveles sería falsear la realidad, pero como la cronología es importante, digamos que tras el 25 de abril de 1974 en el que se derrocó al dictador Salazar, en el Ejército español empiezan a suceder cosas. En ese verano se realizan contactos entre oficiales que a la postre sería el germen de la Unión Militar Democrática y que eran continuación expansiva de los movimientos habidos en Madrid y Barcelona. Visto hoy en día, la simple idea de propagar ideales democráticos puede parecer ingenuo y carente de todo cariz épico, pero considerando que el dictador vivía y aun le quedaban algunas penas de muerte por firmar, la candidez supuesta era más propia de un sudario que los cubriera.

Como esto es un blog y no una tesis doctoral, iré rápido y me ahorraré detalles. Desgraciadamente poca gente tiene hoy idea de lo que fue la UMD y de hecho pocos lo supieron entonces. Recuerdo cuando acompañé a realizar al servicio militar a mi prohijado hará unos treinta años y, como es él, ante la pregunta del capitán en el campamento si tenían aquellos acémilas alguna cuestión, solo se le ocurrió preguntar por la opinión del tipo con estrellas sobre la UMD. Creí que terminábamos en un Consejo de Guerra. Tuvo suerte y dio con un capitán de Estado Mayor que sonriendo volvió a inquirir a la Compañía: quién más sabía lo que era la UMD y entre tantas cabezas solo otro más levantó el brazo dejando su respuesta a la conversación privada. Era el otoño de 1977.

La verdad es que en julio de 1975 fueron detenidos, en Madrid y en La Coruña, nueve militares. Sus nombres:

El comandante Luis Fernández Otero, los capitanes Fermín Ibarra Renes, Restituto Valero Ramos, Manuel Fernández Lagos, Jesús Martín Consuegra, José Fortes Bouzan, José Fernando Reinlein, Antonio García Márquez, Abel Jesús Ruiz Cillero, Y poco más tarde los también capitanes Antonio Herreros y José Ignacio Domínguez que estaba en el extranjero cuando ocurrieron las detenciones y se exilió durante catorce meses.

De la UMD decían las sentencias… fue constituida en 1974 como organización clandestina, ilegal y de matiz subversivo, y sus objetivos eran la intervención militar contra el régimen legalmente establecido en España e impedir un cambio evolutivo. «El hecho de que los objetivos que perseguía la UMD -dijo el fiscal- se hayan convertido en realidad, o estén a punto de convertirse, no justifica en ningún caso los medios que la UMD utilizó.» No es permisible, argumentó igualmente, que un grupo de oficiales pretenda variar el orden vigente en un Estado legalmente establecido.

El Consejo de Guerra se celebró en marzo de 1976 en Hoyo de Manzanares. A finales de 1977 y principios de 1978 se celebran los otros dos. Fueron condenados a entre ocho y dos años y medio por pertenecer a la UMD. Los primeros nueve se verían afectados por la amnistía de 30 de julio y salen en agosto de 1976.

Algunos de los juzgadores de estos militares formaron luego parte del golpe de Estado el 23F, por ejemplo, el general Luis Torres Rojas al que el Supremo le aumentó la condena a 12 años o Carlos Álvarez-Arenas, hijo del general José Álvarez Arenas y sobrino de ministro del Ejército Félix Álvarez Arenas , por dirigir el convoy de la Policía Militar contra la sede de la representación ciudadana fue condenado a solo tres años, cantidad sensiblemente menor que la por el padre establecida a los militares de la UMD. Otros fueron cadetes sublevados contra la República como el general Luis Álvarez Rodríguez que presidieron el Tribunal que condenó el 23F permitiendo algunas libertades a los facciosos juzgados y retirando las acreditaciones de periodistas y que tuvo que ser relevado de la presidencia con la excusa de una gastritis.

Estos nueve hombres salieron de la cárcel y de los calabozos directamente a la calle, porque al devolverles la libertad se quedaron con sus empleos que no restituyó la Ley de Amnistía en una de las mayores vergüenzas legislativas de la transición.

Encontrar trabajo les fue muy complicado, a pesar de que disponían la mayoría de estudios universitarios, pero las presiones para que no recibieran ayuda de empresas públicas o de organismos oficiales fue muy efectiva.

La UMD se autodisolvió en junio de 1977 dado el restablecimiento de la libertad y el Estado de Derecho. Así y todo posteriormente se celebraron sendos Consejos de Guerra que resultaron igualmente condenatorios a pesar de estar afectados por la amnistía de junio de 1976.

La Ley de Amnistía de octubre de 1977 excluyó la reincorporación de los militares a sus puestos así como la de los alféreces expulsados de la Academia en 1973 y la de los militares que habían sido leales a la República. Éstos últimos solo se vieron legalmente resarcidos en 1984 y los militares de la UMD no lo lograron hasta 1986. El poder civil se replegó de facto al poder militar.

Tuvieron que empezar de nuevo, algunos en el campo informático, otros escribiendo, en la enseñanza, comercializando electrodomésticos o traduciendo artículos y manuales. Otros más encontraron abrigo en el periodismo y los que mejor suerte tuvieron, pilotando aviones como hacían en el seno del ejército. Alguno se encontró sin más alternativa que salir de España y todos necesitaron que sus mujeres reorganizaran su vida, cambiaran de domicilio para poder sacar adelante a la familia. Solo dos pudieron permanecer en el Ejército por el menor alcance de sus penas.

Narcis Serra intentó dar, de mala gana, una solución al asunto en 1983. Una encuesta de 1980 entre jefes y oficiales se oponía rotundamente al reingreso de los militares condenados. Gutiérrez Mellado fue uno de los más reacios a la reincorporación mientras estuvo en el gobierno de UCD. Los socialistas en la oposición abogaron por ella pero nunca se llegó a un acuerdo. Ya en el gobierno reconocían que era un problema moral pero nada sucedió hasta marzo de 1987 al aplicarse la Ley de Rehabilitación de Militares Profesionales. A todos se les reconoció el grado que deberían haber tenido si hubieran continuado en activo. Tres de ellos se reincorporaron a la escala activa como coronel y tenientes coroneles. Los demás pasaron a la reserva transitoria y cobrarán sus salarios como si estuvieran en activo con sus grados de teniente coronel y comandante. A los alféreces expulsados por leer revistas contra el régimen y libros izquierdistas se les reconoció el grado de capitán.

¿Arreglado? La ley fue tan mierda que obligó a unos a seguir con su segunda vida y permitió, a los que se incorporaron, que se les empezara a acosar laboralmente aunque aquello entonces no se llamaba así. Traslados, arrestos, chanzas por su ascenso. En 2002 hubo un intento de restitución por parte de un diputado socialista, Carlos San Juan, ex UMD, pero el rodillo del PP quebró la iniciativa. Ya con los socialistas en el poder se retoma la idea y Bono pide que se retrase hasta la Ley de Memoria Histórica. Y así estamos. Después de trece años de gobierno de Felipe González y ahora cinco de Rodríguez Zapatero falta quizá lo más importante una vez que estos tipos se han sabido buscar la vida, el reconocimiento público de lo que hicieron.

Y lo que hicieron fue defender la democracia desde posiblemente el peor sitio, el más peligroso, en aquellos tiempos. Dicen que la UMD dio sus primeros pasos, sin saberlo aun, en un colegio que preparaba para la Academia Militar. Era un colegio enormemente sectario, del Frente de Juventudes. Y la ideología falangista destilaba un discurso católico y social que se vendía como revolucionario. La disciplina, el espíritu crítico, la responsabilidad y la exigencia con uno mismo eran los valores que se inculcaban. A su cargo estaban el capitán Pinilla y el sacerdote jesuita Llanos –más tarde dejaría el colegio para irse al Pozo del Tío Raimundo- explicando el papel que debía tener el Ejército con la sociedad. Animaban a los estudiantes a la lectura y a cultivar el intelecto. Aprovechando una ausencia de Pinilla, utilizan a los alumnos para votar fraudulentamente por electores fallecidos y el capitán deja el colegio para fundar Forja, un centro privado con el mismo objetivo y espíritu aunque por diversos problemas solo duró dos años. La asociación militar del mismo nombre dio lugar también a una formación cuasi masona –Milicia Española Cristo-, que como unos nuevos cátaros, ingresan de uniforme, jurando secreto sobre la organización y sus miembros y contribuyendo con el 1% de su sueldo al mantenimiento. En contraste, sus objetivos iban más por la alfabetización, las actividades recreativas o la organización de las bibliotecas.

A la postre lo que se trajeron fue un estilo de supervivencia clandestino y un cambio de la religión por la ideología política, que se fue formando al contactar con la universidad y dejar atrás un entorno tremendamente conservador y beato que convino siempre al régimen, dándole estabilidad y tranquilidad.

Aquellos nueve hombres, que fueron once y algunos más, representaron un movimiento asociacionista que entrañaba una enorme peligrosidad cuando Franco aún vivía. Claro que hubo individuos que sufrieron mucho más las cárceles franquistas, que fueron torturados, arrojados por las ventanas o fusilados. Nuestro reconocimiento ya fue hecho. Claro que los Marcelinos, los Lobato y tantos otros aguantaron infinitamente daños mayores. Pero representaban a una clase, unos ideales forjados en la lucha continua, luchaban por una vida mejor, por la justicia social, por unas ideas y partían, la mayor parte, de la nada. Se fueron construyendo poco a poco en el combate contra el régimen, quizá Nicolás Sartorius fuera otra rara avis en aquellos tiempos por su procedencia aristocrática. Pero casi todos estaban en la categoría poética de los que no tenían nada que perder. Pero estos militares tenían una vida organizada. Eran oficiales, estaban casados con hijos, más de la mitad tenían titulación universitaria, estaban metidos completamente en el sistema y a pesar de ello, a pesar del evidente riesgo, de compartir trabajo con algunos de los más ultraderechistas del panorama español, decidieron hacer algo.

Nuestra democracia en ciernes, tan alabada, fue enormemente cicatera con ellos. También con los demás que murieron en el olvido y que, hoy, la ley de la memoria histórica se ha saltado, quizá porque es más fácil hablar con los fríos huesos que con unos ojos que te miran.